´¿Heredarán Rusia los mansos?´, Nina Khrushcheva

En una entrevista reciente, el presidente de Rusia, Dimitri Medvédev, proclamó que quiere un segundo mandato tras las elecciones de 2012, pero que no se presentaría contra el primer ministro Vladímir Putin, quien para empezar lo puso donde está. Una rivalidad de esas características, dio a entender Medvédev, dañaría el bienestar y la imagen del país.

La declaración de Medvédev debería poner fin a las especulaciones sobre si se presentará o no como candidato, aunque mantiene vivo el suspenso respecto de Putin, cuya influencia es mucho mayor que la del dócil presidente de Rusia. A muchos, en particular en Occidente, les gustaría que Putin y su autoritarismo antioccidental y espinoso desaparecieran de la escena.

De hecho, en los últimos diez años, la política exterior rusa ha estado animada por una actitud defensiva y por la sospecha. Rusia hasta tiene relaciones tensas con la Unión Europea, que congénitamente no representa una amenaza. El Kremlin aún condena la ampliación hacia el este de la OTAN como un reto para la seguridad.

La realidad, por supuesto, es que la OTAN es tanto una amenaza ofensiva para Rusia como puede serlo Suiza. Pero no es el poder militar de la OTAN lo que el Kremlin de Putin encuentra alarmante: la verdadera amenaza es el potencial de la alianza para tragarseaMoldaviao Ucrania en algún momento.

Como en los tiempos soviéticos, la tarea principal de la élite gobernante de hoy - Putin y sus ex socios del KGB-consiste en preservar muy unido su régimen político y económico, creado para su control personal y su beneficio material. La política exterior rusa, como sucedía cuando gobernaban los soviéticos, es una extensión de las prioridades domésticas de los funcionarios. El régimen actual es claramente autocrático. Pero aspira a la legitimidad democrática a los ojos del ciudadano ruso y la comunidad internacional. Es con este objetivo que Medvedev lleva a cabo su misión civilizadora, participando en foros mundiales, reprendiendo la corrupción endémica y respaldando la modernización y el régimen de derecho.

El resultado de esta dualidad - establishment autoritario y fachada democrática de aldeas de Potemkin-es que Rusia ocupa una tierra de nadie única en materia geopolítica. A una Rusia democrática le gustaría alcanzar a Occidente e integrarse en las instituciones occidentales. Pero no es esto algo que esté en los intereses grupales de quienes respaldan a Putin, la gente que dirige, y es dueña de Rusia: su complejo de seguridad, militar e industrial.

Por supuesto, esta gente ha estado personalmente integrada a Europa desde hace dos décadas - su dinero está en bancos europeos; sus residencias de vacaciones están en el sur de Francia, la Toscana y las islas griegas; sus hijos son educados en las escuelas de pupilos más elegantes. De modo que, a pesar de la dura retórica muchas veces antioccidental del régimen actual, quienes lo conforman no están en absoluto interesados en aislar a Rusia de Occidente. Lo que quieren es impedir la integración a Occidente de la propia Rusia.

Para sustentar la farsa de una Rusia fuerte y próspera, que le hace frente a la depredación y la hipocresía de Occidente, el régimen no puede ser tan autoritario como al propio Putin le gustaría. Si fuera así, los bancos suizos y las organizaciones internacionales le cerrarían las puertas. Por ello tienen un fuerte interés en mantener su lado democrático.

Occidente, a pesar de sus años de experiencia en el trato con los soviéticos, todavía siente una debilidad por este tipo de comportamiento ambivalente, sobre todo ahora que Medvédev muestra un rostro democrático tan entrañable. En junio, en el Foro Económico de San Petersburgo, Medvédev cautivó al público al sonar vanguardista y trillado al mismo tiempo: atacó la corrupción, juró que Rusia "no está construyendo un capitalismo de Estado" y prometió reformas legales y federales. Las decisiones, dijo, deberían dejarse en manos de las empresas o tomarse a nivel local, no en el Kremlin.

El vicepresidente estadounidense, Joe Biden, por lo general un crítico incisivo de Rusia, llegó a Moscú en marzo, supuestamente para convencer a Putin de abandonar sus ambiciones presidenciales para 2012. Un mes después, Biden le invitó a visitar Washington. ¿EE. UU. acaso respalda a Putin en las elecciones o, al reconocer la importancia histórica de Putin, los americanos pretenden convencerlo de que deje el poder? Nadie lo sabe.

El temible jefe de la policía secreta Lavrenti Beria, que operaba la maquinaria de la represión en el régimen de Joseph Stalin, fue ejecutado por el sistema que él mismo perfeccionó, después de ser sentenciado a muerte en 1953 por "espiar contra el Estado". Durante los diez años que estuvo en el poder, Putin consolidó y fortaleció las fuerzas de seguridad, intimidó y encarceló a los opositores y amordazó a los medios y a las cortes. Si no deja el cargo o da un paso a un lado para que Rusia pueda avanzar, el sistema que él mismo creó puede aplicar sus propios métodos en su contra.

3-VII-11, Nina Khrushcheva, profesora y miembro séniordel World Policy Institute en Nueva York, lavanguardia