´Desconcierto europeo´, Xavier Batalla

El concepto original de Europa descansa en la defensa griega frente el avance de los persas. Del nacimiento de Europa hay diferentes visiones, pero destacan dos. Una hace hincapié en la herencia de la Grecia clásica y sitúa en el imperio romano el punto de partida, tanto en los sistemas sociales como en el arte, el derecho, la literatura, la filosofía o la arquitectura. Una edad de oro que, en el siglo V, con la caída del imperio romano, se precipitó en una edad oscura - la del dominio clerical y la superstición-,que se prolongaría hasta el mundo carolingio o incluso hasta las cercanías del Renacimiento.

La otra visión, defendida entre otros por el historiador José Enrique Ruiz-Domènec, autor de Europa. Las claves de su historia (RBA, 2010), mantiene que no fue Roma la que configuró Europa. Roma no habría sido un imperio europeo, sino un imperio panmediterráneo que se prolongó durante diez siglos y cuya caída dio paso a una edad oscura en la que se forjó Europa.

El mapa moderno de Europa surgió de la guerra de los Treinta Años (1618-1648), el primer gran conflicto europeo. La guerra se inició con la defenestración de tres consejeros imperiales católicos en el castillo que domina Praga, pero en realidad se trató de una serie de conflictos que atrapó a la mayoría de los países de Europa occidental. Y la paz de Westfalia, firmada en Münster en 1648, significó el fin de la hegemonía española, la práctica desaparición del Sacro Imperio Germánico (Primer Reich), que no era ni sagrado ni imperio, y el inicio del sistema de relaciones internacionales aún vigente y basado en la soberanía del Estado.

Las luces de la Ilustración han sido decisivas en la historia de Europa, pero las ilustraciones de Francia y Alemania no se pusieron de acuerdo. Yel romanticismo se apropió de los valores de la Ilustración aunque los subvirtió. El romanticismo es la antítesis del pensamiento ilustrado, que lo que proponía era romper con un pasado oscurantista, no restaurarlo, como quería el romanticismo. Cuando Napoleón fue derrotado por las fuerzas conservadoras, Europa era un simple diagrama de imperios y unos cuantos estados nacionales, con el imperio ruso por el este y el imperio otomano rodeando su bajo vientre. En el congreso de Viena (1814-1815), presidido por el canciller de Austria, Metternich, los soberanos que vencieron a Napoleón redibujaron el mapa europeo. Pero lo más significativo del congreso de Viena es que estableció el denominado Concierto Europeo (Gran Bretaña, Austria, Prusia, Rusia y, a partir de 1818, Francia), un club absolutista que aplicó el principio del equilibrio de poder y evitó otra gran guerra europea hasta 1914. Pero Alemania también cambió el mapa. Dos guerras decidieron la creación de un nuevo imperio con capital en Berlín. En 1866, la batalla de Sadowa redujo a Austria al estatuto de subordinado de Prusia, y, en 1870-71, la guerra francoprusiana alumbró el gigante alemán que después compitió con los imperios británico y francés.

Esta Europa imperial, que llegó a transformar el mundo, se autodestruyó en las guerras del siglo pasado. La derrota alemana en la Primera Guerra Mundial - "un conflicto trágico e innecesario de orígenes misteriosos", como ha escrito John Keegan-se selló con un tratado de paz firmado en Versalles, donde medio siglo antes se proclamó el imperio alemán (Segundo Reich). Considerado un diktat por los alemanes, el tratado puso de manifiesto la dureza de los vencedores, que aprobaron, pese a las reservas del presidente estadounidense Woodrow Wilson, unas vengativas reparaciones de guerra. Y la Segunda Guerra Mundial, tras el nacimiento del Tercer Reich, fue la prolongación de la primera, que así duró tres decenios.

Europa inventó el Estado y la rivalidad de los estados destruyó Europa. Por eso los europeos se dieron en la segunda mitad del siglo XX otro concierto, este democrático - la Unión Europea-en el que ahora reina el desconcierto. La amenaza ya no son los persas, sino Grecia y la caótica política comunitaria con respecto al rescate griego.

La crisis es de confianza. Los europeístas hablan de más Europa, lo que quiere decir una mayor integración política. Pero la realidad es que la casa común se fragmenta. Por arriba, los nórdicos; por el centro, la influencia alemana (desde Holanda hasta Eslovaquia), y por el sur, los mediterráneos. Gran Bretaña se mantiene al margen, aunque mira al norte. Y Francia tiene un pie en el centro y otro en el sur. ¿Sálvese, pues, quien pueda? El gran interrogante es Alemania y lo seguro es que los europeos no son nada sin la Unión Europea.

2-VII-11, Xavier Batalla, lavanguardia