´Al-Zawahiri: ¿misión imposible?´, Fawaz A. Gerges

Al Qaeda, al elegir a Ayman al Zauahiri, segundo en el mando después Osama bin Laden, como nuevo líder del movimiento, ha optado por la continuidad y no por el cambio. Según el comunicado que daba cuenta del nombramiento de Al Zauahiri, se adoptó tal decisión para honrar a los mártires justos y rendir homenaje al legado de Bin Laden. En el elogio tributado a su predecesor, Al Zauahiri se ha comprometido a continuar la lucha contra las potencias occidentales - los infieles conquistadores-y vengar la sangre de Bin Laden.

Si Al Zauahiri sobrevive a las operaciones de Estados Unidos para matarle, hará frente a problemas insuperables en el caso de intentar reactivar una organización paralizada. Ante todo, su talante y carácter le convierten en la persona inadecuada para ocupar el lugar de Bin Laden. Aunque tampoco hay ningún superviviente que iguale la talla y el carisma de Bin Laden, figura aglutinante y ciertamente amada en el seno de la organización, lo cierto es que Al Zauahiri es figura susceptible de provocar disensiones y mal ambiente y, en consecuencia, no cabe calificarle de personalidad que una voluntades.

Aparte de este rasgo, se verá obligado a aportar disciplina y enfoques adecuados a un abigarrado conjunto de individuos y facciones que, con el desmantelamiento del mando y control centralizado de Al Qaeda, llevan actualmente las riendas del movimiento. Las ramas locales de Al Qaeda en Iraq, Arabia Saudí,

Yemen, el Magreb y otros lugares han apuntado contra objetivos vulnerables en sus territorios respectivos, matando a civiles - incluyendo a otros musulmanes-y, en consecuencia, han propiciado que el apoyo musulmán se convirtiera en oposición al movimiento. En otras palabras, el grupo de Bin Laden - como cabría calificar a lo que resta de él-ha perdido la lucha por granjearse los corazones y mentes musulmanas.

Al Zauahiri habrá de esforzarse, asimismo, por consolidar la relación inestable de su movimiento con los talibanes, que se han distanciado de Al Qaeda después de la muerte de Bin Laden. Al Zauahiri, que depende de los talibanes para su protección y supervivencia, ha renovado recientemente el juramento de fidelidad al mulá Omar, líder de los talibanes, a quien ha aclamado como emir de los Creyentes,aunque resulta dudoso que esto sea suficiente.

En el plano operativo, Al Zauahiri es el menos calificado para dirigir un incordiante grupo que necesita desesperadamente sangre nueva, cuidados solícitos y nuevas ideas. Al Zauahiri es más un predicador yihadista y un teórico que un mando militar. Antiguos miembros le consideran responsable directo de temerarios errores que llevaron prácticamente a la extinción de Tanzim al Yihad, un grupo extremista que luchó contra el régimen de Mubarak, y en especial a la detención FAWAZ A. GERGES, director del Centro de Estudios sobre Oriente Medio de la London School of Economics, Londres de casi un millar de miembros de Al Yihad en la década de 1990. Con un historial comprobadamente sombrío, la apuesta de Al Qaeda por Al Zauahiri para reactivar el aletargado movimiento constituye una quimera, como han llegado a decirme antiguos miembros de la organización.

Al Zauahiri hace frente también a los retos de una organización de muchas facetas que atraviesa una crisis estructural y vital que supera a las personalidades individuales. Los servicios de inteligencia estadounidenses y occidentales en general calculan que hay menos de 300 miembros supervivientes de Al Qaeda, principalmente en Pakistán y Afganistán, en comparación con un máximo de 3.000 y 4.000 combatientes a finales de 1990. La mayoría de miembros operativos de Al Qaeda y mandos intermedios han sido muertos o capturados, con la merma consiguiente de combatientes experimentados, eficaces y con dotes de mando y organización, factor que priva a la organización de una capacidad operativa realmente significativa.

Cocineros, chóferes, guardaespaldas y efectivos de a pie constituyen actualmente, al día de hoy, el grueso de Al Qaeda.

La estructura de mando y control centralizado de Al Qaeda ha sido desmantelada y sus escasos líderes supervivientes han ido pasando cada vez más a la clandestinidad, prefiriendo la seguridad personal a la eficacia operativa, a juicio incluso de los servicios de inteligencia estadounidenses. Tan profunda es la desorganización de Al Qaeda que uno de sus mandos, en un mensaje interceptado por la inteligencia estadounidense antes de la operación contra el recinto de Bin Laden, había rogado a Bin Laden que acudiera al rescate del grupo y le aportara liderazgo. Su riesgo topó con oídos sordos. Bin Laden prefirió la la seguridad a la supervivencia de la organización, aunque en vano.

Sin embargo, Al Qaeda y sus grupos afines locales podrían lograr llevar a cabo un ataque a corto y medio plazo. Y, si la historia puede servir de guía, cabe decir que Al Zauahiri tramará un atentado espectacular para afirmar su liderazgo y también la propia existencia de Al Qaeda. Tal ataque señalaría su derecho de avanzar de la sombra de Bin Laden a la luz pública en calidad de heredero de lo que queda de la yihad global. Ahora bien, por preocupante que sea, esta amenaza no debe hacernos olvidar el carácter limitado de la amenaza planteada por Al Qaeda y el desmantelamiento gradual y constante de su aparato militar.

Sin embargo, y en mayor medida que la muerte de Bin Laden y la desorganización de Al Qaeda, el despertar árabe de la primavera del 2011 en Egipto, Libia, Túnez, Yemen, Siria y Bahrein ha amenazado con desenmarañar el discurso terrorista habitual de que se vale Al Qaeda para prosperar. Mientras las revoluciones árabes cobraban fuerza, el mando central de Al Qaeda resultó ser el gran ausente. Ni las consignas yihadistas ni sus tácticas violentas hallaron una audiencia receptiva entre los millones de manifestantes árabes. En consecuencia, las revoluciones han venido a reforzar lo que muchos de nosotros hemos tenido ocasión de saber: la ideología de la central de Al Qaeda es incompatible con las aspiraciones generales de los árabes.

Entonces, ¿qué queda de Al Qaeda? Muy poco. En la actualidad se compone de grupos errantes confinados en las montañas y los valles de las zonas tribales de Pakistán a lo largo de la frontera con Afganistán (donde se suponía que se escondía Bin Laden), las zonas remotas de Yemen a lo largo de la frontera con Arabia Saudí y las inmensidades del Áfricasahariana y el Magreb. Sus acciones apuntan a un patrón constante de ineptitud. Su liderazgo depende, cada vez más, de individuos que van por libre o de agentes reclutados sin la preparación correspondiente que hacen frente a un entono hostil en su país y en el extranjero.

Sólo un milagro podrá resucitar la yihad transnacional. Al Zauahiri no es ese milagro.

29-VI-11, Fawaz A. Gerges, lavanguardia