lletra i esperit àrabs

letra y espíritu árabes
Robert Saladrigas.

Es muy probable que Naguib Mahfuz haya sido el más grande narrador moderno en lengua árabe. Por lo menos lo es para el lector occidental que desconoce en extensión y profundidad la literatura que se produce en los países de esa vasta zona lingüística. Mahfuz nos llegó gracias al Nobel que le otorgaron en 1988, el único escritor árabe que lo ha obtenido pese a escribir en su lengua materna. Entonces leí una de sus mejores novelas, que justamente acababa de aparecer, El callejón de los milagros.Recuerdo que me sorprendió. La protagonista era, como en casi toda su obra, la ciudad de El Cairo - había publicado entre 1956-57 La trilogía de El Cairo-y el vecindario del callejón Midag, en pleno centro de la capital. Sin embargo, no exudaba el temido exotismo costumbrista sino, muy al contrario, una saludable modernidad. Más tarde, leyendo títulos como Miramar, Amor bajo la lluvia, La ausencia o Los hijos de nuestro barrio,soberbia y polémica en su país, descubrí que Mahfuz era un novelista cargado de conciencia histórica en cuyos relatos prima un fuerte contenido moral, lo que le daba una pátina de renovador y de incómodo frente a las estructuras cerradas e inmovilistas del establishment egipcio y del mundo árabe en general.

Lo cierto es que la literatura de Mahfuz rompe con la tradición sin negarla, puesto que sus historias son eminentemente árabes no ya por su ubicación geográfica sino, lo esencial, por la lengua y el espíritu de la tierra y de su gente que las determina. Sin embargo, lo que hace diferente a Mahfuz es que los conflictos de los personajes, vulnerables frente al destino, y su problemático encaje en una sociedad que fluctúa entre los valores morales del mundo antiguo y el choque con nuevas formas y modos de vida, son fácilmente inteligibles para el lector de cualquier hemisferio, con más motivo si le son presentados mediante estructuras narrativas modernas y con un aparato verbal convincente. Esa universalidad que, como debe ser, se apoya específicamente en la irrealidad de la vida real cairota, unida a su compromiso político a favor de la paz en Oriente Medio, despertó la ira del radicalismo islámico y fue causa del apuñalamiento que sufrió en 1994 y marcó su declive físico e intelectual. Por fortuna su obra estaba ya hecha con un mimo exquisito entre los años cuarenta y ochenta, la etapa de eclosión de su poderío creador La última novela que leí de Mahfuz, El café de Qúshtumar,me pareció sencilla y espléndida, de un hombre que ha alcanzado el dominio de las sutilezas de la escritura para decir lo que tiene que decir con las palabras medidas. Confirmaba su magisterio. Hasta que la edad pero, sobre todo, su desvalimiento ante la intolerancia y la incomprensión le condenaron en los últimos años a expresarse con el lenguaje explícito del silencio desde su hogar de El Cairo custodiado por la policía. Absurdo, desmesurado, horrible precio que pagar por el delito de haber sido literariamente grande y auténtico en un país que desde el principio no quiso admitir que lo era.