´El ojo único patriarcal´, Carme Portacelli

Si hablamos de los mitos de Carmen y Lulú, hemos de hablar de conductas sociales. De hecho, todos los mitos perpetúan la sociedad patriarcal en la que vivimos, y así el mundo se explica únicamente desde este punto de vista.

Si reducimos la historia de Carmen a los hechos, vemos que esta mujer se enamora de un soldado al que le pide que deje el ejército y se quede con ella. Él decide hacerlo. Y que tiempo después ella se enamora de otro. Hasta aquí es una historia normal que le puede pasar a cualquiera, una historia, por
cierto, muy masculina. Pero no meparece nada perversa ni malintencionada. Es la vida.

Los dos amantes se pelean a muerte por ella y, eso sí, el soldado la mata. Supongo que porque era suya. Y lo hace con el derecho que le confiere el hecho de que ella es mala. Evidentemente, nadie se plantea que él sea un asesino que le arranca la vida a un ser humano por el hecho de no ser él el elegido. Me
imagino que nadie se lo plantea porque ella no es un ser humano: sólo es una mujer.

Al margen de estos hechos, el personaje de Carmen está teñido de la seducción, la maldad y toda esta parafernalia que se les asigna a las mujeres cuando los hombres se encaprichan de ellas, cuando caen en la obsesión de poseerlas por encima de todo. El domador del prólogo de la Lulú de Alban Berg dice: “Fue creada para provocar desgracias, para encantar, seducir, envenenar. Para matar sin que se note el aguijón”.

A Lulú, el Dr. Schön la sacó de los bajos fondos y la ahogó con un abrazo cuando ella tenía 12 años. Lulú sufrió los abusos de este señor cuando era sólo una niña. De él aprendió el comportamiento que tuvo el resto de su vida. Y Lulú no tiene sentimientos porque de esta manera se defiende de la vida a la que ha sido destinada al margen de su voluntad.

Los mitos persisten por la credulidad de los mitómanos en su mito. El mito de que las prostitutas lo son por gusto, la necesidad de creer en esto a pesar de que ya se sabe que es una manera más fácil y más eficaz de ganarse la vida y que simulan el placer y el orgasmo. El mito de que las mujeres somos malas y no podemos ser amigas, cuando no hay mejores compañeras en la vida de una mujer que las amigas, las que te acompañan en los momentos de pérdidas, enfermedades, divorcios.

Creo que cada uno se ha de responsabilizar de lo que le sucede en su vida. Si el valor que se le ha dado al amor es un valor comercial, un valor de estatus, es normal que un hombre, si la mujer no lo escoge o se enamora de otro, reaccione culpándola de su extrema infelicidad, de la infelicidad que le provoca ser poseedor de un orgullo para el que no es admisible que alguien lo someta a lo que, en su opinión, es una humillación.

A lo largo de la historia ha habido sabios que han dicho cosas tan extremas como que no tenemos alma, que somos lo mejor del mundo, que somos perversas y malas, que creamos la vida y somos sensibles, semidivinas. Y nos veneran. Goethe nos quiere, Mussolini nos menosprecia. Lo que se nota con los comentarios destructivos es un odio ancestral. Dice Virginia Woolf: ¿será que las mujeres de estos
señores tan sabios estarán enamoradas platónicamente de otros más guapos y mejores que ellos? O, siguiendo a Freud, ¿será que alguna mujer muy guapa se rió de ellos cuando estaban en la cuna?

Para acabar, me gustaría recordar una cita de hace siglos; de Sor Juana Inés de la Cruz (1695), que ya con lucidez extraordinaria escribía los versos más clarificadores que he leído sobre este tema: “Hombres necios que acusáis / a lamujer sin razón, / sin ver que sois la ocasión / de lo mismo que culpáis: /Opinión sobre ninguna gana, / pues la que más se recata, / si no os admite, es ingrata / y si os
admite, es liviana”.

Creo que estos argumentos, Lulú, Carmen, Lolita (otra con un maestro perverso, que abusó de ella enseñándole que así es como se ha funcionar en la vida para que a una la valoren, para que la quieran) y tantas otros, tienen muchas lecturas, y ésta de la perversión y la maldad pertenece a épocas, por suerte para nosotros, muy pasadas, aunque estén arraigadas en nuestra mente después de siglos y siglos. Como diría Brecht, todo depende del subrayado para que sobresalga una lectura, u otra muy diferente.

2-XI-10, Carme Portacelli, dramaturga y directora de escena, lavanguardia