īDe cacas y perrosī, Susana Quadrado

Un domingo en Barcelona puede tener cierto encanto en primavera. El termómetro apenas roza los dieciséis grados, brisa agradable, poco tráfico, poca gente en la calle... La ciudad se despereza despacito, y eso nos gusta. Pero con qué facilidad se desmonta esa postal dominical. Has bajado la guardia, no has mirado al suelo... ¡pagarás la distracción! Te lo dices a diario, y a tus hijas, a tus amigos, pero es que hoy es domingo. Y ahí está ella, a ras de tierra, erguida, desafiante, y no la has visto... ¡Menuda mierda! (en su aspecto literal). Se siente ella a gusto esparcida por todo tu zapato. "He llegado para quedarme", parece decirnos mientras la miramos. De modo que esa encantadora mañana de domingo pasa a ser una horrible mañana de domingo destinada a desprender tamaño excremento de la suela de goma de las deportivas. Buscamos consuelo pensando que la naturaleza urbana tiene estas cosas pero, qué caramba, acabamos la semana dispuestos a liarla. ¡Ya está bien!

Veamos. En Barcelona se calcula que el censo perruno es de unos 90.000 ejemplares, 15.000 de ellos con chip. Es decir, hay casi tantos perros como habitantes tiene Girona y algunos menos de los que tiene Cornellà de Llobregat. Si lo prefieren, calculemos la dimensión de este asunto a peso: los barrenderos de Barcelona pueden llegar a recoger al año 350 kilos de caquitas de este suelo urbano que pisamos.

No hay duda de que el can, sea de raza o un cruce,es la mascota preferida en la ciudad, con perdón de los gatos. Que el hombre, por su interés, haya condenado a estos animales a una existencia contemplativa entre las cuatro paredes de un piso y los barrotes de un balcón, es algo que escapa de la razón. El único alivio a esa condena es que los saquen de paseo: la reclusión puede llevarlos a la locura. Si propio del comportamiento animal es defecar o mear en la calle, propio de tal actitud es no recoger la caca del perro para que otro hijo de vecino la pise. "Mala gente que camina y que va apestando la tierra", escribió Machado.

No es este un alegato contra los perros, sino contra la especie humana. Contra aquellos dueños que permiten a sus chuchos hacer en la calle lo que les prohíben en su casa. ¿No éramos tan solidarios, intachables conciudadanos? Creer que no hay en el mundo un pueblo más probo, más aseado y educado que el nuestro es de ilusos.

No cabe esperar grandes propuestas que toquen realmente la piel de la ciudad en esta campaña electoral. Así que, desde esta modesta columna, les recomendaría a los candidatos que se pateen Barcelona. Que vayan a pie por sus calles, sus plazas y sus parques infantiles. Cuando pisen un elemento extraño, entenderán que la única respuesta a quienes desprecian al prójimo y al espacio público es la multa, y cuanto más elevada, mejor. Hay quien sólo reacciona cuando le tocan el bolsillo.

13-V-11, Susana Quadrado, lavanguardia