´Prohibir el burka´, Jordi Graupera

Ir con la cara descubierta no es un valor occidental. El valor occidental es ir como te dé la gana. Que nadie, ni el Estado, ni tu marido, ni tu mujer, puedan obligarte a vestir de una determinada manera en el espacio público. Es la libertad de creer en la estética que sea. Ir con la cara descubierta, con el pelo al viento, enseñar la goma del calzoncillo, el escote generoso que florece en abril, la pashmina que tapa nariz, boca y cuello cuando vienen los meses con erre, el maquillaje de Lady Gaga, el flequillo de Justin Bieber, el velo de las vedrunas y el peinado púbico en forma de estrella son la consecuencia de este valor. Ofender a los demás no es el principio rector de la ley. Por eso es legal publicar una caricatura de Mahoma, ofenda a quien ofenda. Pero basta con prohibir una manifestación religiosa pacífica (aunque te parezca un lavado de cerebro) para atentar contra Occidente.

Al final, todos aceptamos imposiciones más o menos severas porque valoramos los réditos que obtenemos de ellas. También las mujeres que van con burka prefieren no romper sus matrimonios o no arriesgarse a ir de cabeza al infierno, antes que denunciar las coacciones de sus maridos. El Estado tiene la obligación de intervenir aquí tanto como en las palizas de los no musulmanes. Pero la única manera real de acabar con toda opresión es liberándose con un acto de fuerza moral. Como sabían muy bien las feministas, "el fin del patriarcado" no es una cuestión legislativa, es la consecuencia de un ejercicio de fuerza que ha costado generaciones imponer. Muscular la conciencia, perder el miedo, enfrentarse al poder. Nadie nunca es liberado: cada cual se libera a sí mismo, jugándose la vida. Las leyes sólo reflejan esta fuerza. Creer que prohibiendo el burka se liberará a las mujeres musulmanas es una fantasía destinada a calmar la propia conciencia o a excitar el instinto xenófobo electoral.

El problema tampoco es que el burka, o la inmigración musulmana, pongan en peligro los valores occidentales; el problema es que hemos dejado de creer en esos valores: la libertad y el coste cruel que conlleva están desapareciendo de nuestro sistema político y moral.

Esperamos que el Estado se ocupe de maquillar las carencias de nuestro coraje, y el burka molesta porque es un espejo de nuestra debilidad. ¿Alguien cree honestamente que humillar las creencias de esas mujeres, despojándolas de su costra, solucionará algo? También nosotros vivimos bajo opresiones que no sabemos ver, y son tan radicales como el burka. Igual que esas mujeres, nuestras debilidades de hoy serán las conquistas y la fortaleza de nuestros hijos. Ensayo y error. ¿Significa esto que nadie puede ayudar a los oprimidos? Por supuesto que no. Pero prohibir las consecuencias visibles de la opresión sólo oculta el verdadero mal. Prohibir el burka no sólo es renunciar a Occidente, también es retrasar el fin de la sumisión.

16-IV-11, Jordi Graupera, lavanguardia