´¿Puede Asad vencer las protestas?´, Fawaz A. Gerges

Una enorme franja de Siria presenta ahora el aspecto de zona militarizada, desde la población de Homs, al norte de Damasco, hasta Deraa, donde estallaron las primeras protestas en el mes de marzo.

El régimen sirio ha intensificado su represión contra los manifestantes de manera drástica en sus esfuerzos por aplastar a la oposición. El país se halla al borde de un enfrentamiento abierto y total. La población relata que miles de soldados fuertemente armados y con apoyo de carros de combate ocupan las calles de sus ciudades y otras localidades. Según han informado los testigos, el domingo pasado, en Deraa, las fuerzas de seguridad abrieron fuego contra la multitud de forma indiscriminada aunque en ese momento no se producían manifestaciones. El número de víctimas mortales supera ya la cifra de trescientas debido a la actuación represiva del Gobierno, según fuentes de organizaciones no gubernamentales. Hay cientos de detenciones.

Sin embargo, todo esto no es más que un atisbo del baño de sangre que probablemente vamos a presenciar en Siria. Tal fue la táctica empleada por el anterior presidente Hafez el Asad, padre del líder actual, Bashar el Asad, contra las fuerzas de la oposición encabezadas por los Hermanos Musulmanes en Hama en 1982. Murieron unos diez mil sirios mientras la ciudad era arrasada por tropas de élite del Gobierno.

Como es sabido, y a diferencia de los casos de Túnez o Egipto, el régimen de Asad y las fuerzas armadas sirias son uña y carne, sobre todo en lo concerniente a la guardia presidencial, una poderosa fuerza de élite.

Pese a informaciones provisionales en el sentido de que están aflorando ciertas fisuras en algunas unidades militares, la mayoría de las fuerzas especiales sirias proviene de la minoría alauí, a la que pertenece el presidente Asad, y constituye la punta de lanza de su régimen. Numerosas informaciones hablan de represión en todo el país, pese a haberse levantado el estado de emergencia.

Los autores de las protestas se hallan sumidos en una lucha por su propia supervivencia, y la de su comunidad, no únicamente por el liderazgo político. No presenciaremos matanzas de las dimensiones de Hama, pero es evidente que el régimen está listo para hacer uso de la fuerza a gran escala para aplastar las protestas.

El régimen cuenta con otros partidarios, los miembros de la minoría alauí y de otras minorías, entre otras la cristiana, la drusa y la formada por elementos suníes que el régimen ha integrado en su estructura de poder a lo largo del tiempo. Sin embargo, la intensidad y profundidad de la revuelta social han desvelado la existencia de una importante brecha entre el Estado y la sociedad. Cuanta más sangre inocente se vierta, más se agravará esta fractura, con demoledoras consecuencias sobre el grado de armonía y paz social. Incluso en Siria, que cuenta con uno de los aparatos de seguridad más represivos del mundo árabe, ha desaparecido el factor miedo. Decenas de miles de sirios han desafiado la autoridad del gobierno sirio.

Frente a las aseveraciones del presidente Asad, no se trata de una conspiración extranjera, sino de una revuelta interna que engloba numerosos sectores de la sociedad siria: profesionales de clase media, activistas en defensa de los derechos humanos, pobres perjudicados por años de sequía y paro y miembros del poderoso movimiento Hermanos Musulmanes.

Todos ellos se sienten desengañados por el hecho de que, después de más de una década de haber asumido el poder tras la muerte de su padre, el joven presidente Asad no ha llevado a cabo gran parte de las reformas prometidas, que comprenden la apertura del sistema político, el aflojamiento de la mano dura encarnada por los servicios de seguridad, el Mujabarat, y el fin del régimen de monopolio del partido gobernante, el Baas.

A diferencia de sus recientes afirmaciones, Siria no es inmune al virus mutante de la democracia que barre Oriente Medio. Y el hecho de que haya alcanzado a Siria es muy revelador del talante y psicología variables del mundo árabe. Hay un nuevo ciudadano árabe que se siente más fuerte y envalentonado; decidido, en suma, a expresar su opinión sobre cómo se gobierna en su país.

No obstante, no hemos observado aún en Siria las manifestaciones a gran escala que hemos presenciado en Túnez, Egipto, Yemen y Libia. Mucha gente teme que Siria se vea arrastrada a un enfrentamiento declarado y a gran escala como se produjo en el vecino Iraq. Cree todavía que el presidente Asad podría aún situarse a la altura del desafío y sancionar un auténtico cambio. Los autores de las protestas se han esforzado denodadamente por poner el acento en un programa no sectario, no tribal y no violento.

Aunque es demasiado pronto para conocer la composición exacta de las protestas, parece aflorar una nueva identidad siria, anclada en una visión integradora y en la tolerancia étnica. Más de cien intelectuales sirios han firmado una condena de las muertes y de las brutales medidas adoptadas. Las firmas incluyen a suníes, alauíes, suníes y kurdos. Es un gesto que da fe de la madurez de la sociedad siria pese a décadas de opresión.

La respuesta de la comunidad internacional es importante para infundir en el régimen una sensación de apremio, de forma que se avenga a entablar un diálogo con la oposición y se persuada de la necesidad de no hacer uso de la fuerza contra manifestantes desarmados. La Administración Obama ha comenzado a diseñar sanciones financieras contra el régimen de Asad y su círculo de confianza. Aunque la respuesta de Occidente es vital, han de ser los propios sirios quienes decidan el curso de los acontecimientos en Siria en el futuro. Se trata de una crisis interna que enfrenta al régimen con las fuerzas sociales críticas. Una feroz lucha de voluntades decidirá el resultado de esta crisis estructural. De momento, el cordón umbilical entre el aparato de seguridad y y el liderazgo político no ha sido cortado. Tal circunstancia puede permitirle al presidente Asad capear el temporal a corto plazo, pero a medio y largo plazo la revuelta podría cobrar vida propia... Cuanta más sangre y muertes, más se verá atizada la protesta. Cuantos más alauíes y gente que prefiere mantenerse neutral se sumen a los manifestantes, las fuerzas de seguridad habrán de replantearse si disparan contra civiles desarmados. Eso es lo que inclinó la balanza en Yemen, donde mandos militares desertaron a las filas del pueblo cuando aumentó la protesta. Cuando el presidente Saleh advirtió que ya no podría confiar en el ejército, comprendió que era el principio del fin.

La crisis siria puede cocerse a fuego lento y aplazarse indefinidamente. Prescindiendo de si el régimen sobrevive o no -y lo más probable es que sobreviva-, el presidente Asad saldrá de ella muy magullado y debilitado.

 

1-V-11, Fawaz A. Gerges, director del Centro de Oriente Medio en la London School of Economics, Univ. de Londres, lavanguardia