Alemanya planta 1.001 cadires buides per Ai Weiwei

Alemania se pobló ayer de sillas reclamando la libertad de Ai Wei wei, el artista chino detenido en Pekín cuando se disponía a volar hacia Hong Kong, el día 3 de este mes. No sólo en Berlín, Munich y Hamburgo, sino también en ciudades de provincias, como Minden, artistas, intelectuales y activistas secundaron la iniciativa global lanzada vía Facebook, que Alemania adoptó como propia.

"1.001 sillas para Ai Wei Wei", se bautizó la convocatoria, en alusión a la acción que presentó en la Documenta del 2007. Fairytale, se llamaba, y consistía en trasladar a vivir a 1.001 chinos en Kassel, uno para cada una de las sillas de la dinastía Qiang expuestas ahí durante los cien días de vida de la feria.

Alemania asume como propia la causa de Ai, no sólo por fervor hacia el activista, sino por varias coincidencias que han colocado a la canciller Angela Merkel en una compleja situación. Cuatro días antes de desaparecer detenido, presuntamente por delitos fiscales, Ai explicó a un medio alemán su intención de abrir un estudio en Berlín. Una cuestión interpretada como su intención de trasladar ahí su domicilio, a lo que siguió un desmentido matizando que sería sólo un estudio.

           

Segunda coincidencia: su detención se produjo poco después de la pomposa inauguración en el Museo Nacional de Pekín, por el ministro de Exteriores, Guido Westerwelle, de una exposición patrocinada por cuatro grandes museos públicos alemanes. La muestra, El arte de la ilustración,se había presentado en Alemania como una crítica, aunque subliminal, contra la censura.



Desde entonces, Westerwelle ha transmitido casi a diario mensajes de apremio a Pekín que van más allá del ritual diplomático. Según el semanario Der Spiegel, la propia Merkel ha intervenido ante la cúpula china.

Ai es una celebridad internacional con amplio eco en Alemania. Un año atrás llenó la fachada de la Haus der Kunst de Munich con 9.000 mochilas de colores, en alusión a los miles de niños muertos al derrumbarse sus escuelas por el terremoto de Sichuan, en el 2008.

Fue también en la capital bávara donde se le operó del cráneo, tras la paliza que le propinó la policía china para tratar de acallar sus denuncias.

Y mientras la alta diplomacia se mueve, el ámbito museístico duda. Tanto el presidente del Instituto Goethe, Klaus Dieter Lehmann, como el de la Fundación del Patrimonio Prusiano, Hermann Parzinger, se niegan a cerrar la muestra de Pekín. "Soy partidario de llevar la cultura ahí donde las circunstancias no son las más fáciles", afirma Lehmann. Retirar la muestra podría ser más doloroso, en las relaciones bilaterales, que todos los lamentos de Westerwelle.

18-IV-11; J. Serra, lavanguardia