īRuina culturalī, Llātzer Moix

Mala cosa son las ruinas, por más que las glosaran los románticos. La voz castellana ruina procede de su homógrafa latina, que significaba derrumbe o desmoronamiento. Hoy por ruina entendemos los restos de una construcción hundida bajo el peso de los años o el abandono. Pero conviene recordar que de la voz ruina se derivó ruin (persona que actúa con maldad, engaño, cobardía o traición); y que al poco apareció ruindad (vileza). Ojo pues con las ruinas, con quien las propicia, con lo echado a perder.

En su recomendable libro Adéu a la Universitat (Galàxia Gutenberg, 2011), Jordi Llovet traza un mapa descorazonador de la "ruina cultural" en que hemos convertido este país. Gracias a una educación secundaria deficiente, muchos jóvenes llegan a la universidad ignorantes de Tolstói, Goethe o Kandinski, ayunos de Mozart, Beethoven o Brahms, y con un "desconocimiento casi absoluto de las lenguas clásicas, también de las modernas, incluida la de sus padres, por escrito y oralmente"... Llegan a esa misma universidad en la que Llovet entró como estudiante en 1965, cuando todavía la encandilaban profesores de leyenda, y que hoy, tras 43 años de estancia, los últimos como catedrático, no reconoce.

Hacía tiempo que Llovet perfilaba este libro. "Los estudios de filosofía, de historia o de lenguas y en especial estos últimos - se lamentaba hace cuatro años-hallan difícil acomodo en una universidad considerada por muchos como una mera fábrica de titulaciones. Se acabaron los studia humanitatis".Y ya anunció entonces que su despedida vendría acompañada por un libro con su particular Yo acuso contra esta tendencia de efectos lesivos, no sólo para la salud humanística e intelectual del país, sino también, a la postre, para su calidad democrática: sin la educación adecuada no hay ciudadanos soberanos.

Basándose en su experiencia académica, en su afinada ironía, en una erudición desbordante, Llovet disecciona en esta obra la deriva universitaria. Lo hace sin acritud, pero con energía (y con un catalán reluciente, en el que se cruzan ecos ampurdaneses y latinos), cargando contra los que abrieron las puertas del templo del saber universitario a los mercaderes. Y denuncia como causas de esta deriva, además de las relativas a la enseñanza secundaria, las propiciadas por el Plan Bolonia o el uso indiscriminado y adictivo de las nuevas tecnologías, al tiempo que se duele de los estragos ocasionados en los cultivos académicos clásicos por especies invasoras como la corrección política, los estudios de género y otras vigencias a su parecer devastadoras.

Llovet abrocha su diagnóstico de ruina humanística con una cita optimista de Beckett, autor que ganó fama en el campo del absurdo: "Hay que continuar, no puedo continuar, por tanto continuaré". Tiene un punto absurdo, sí. Pero viene avalada por un profesor cuya naturaleza se opone a la del ruin.

10-IV-11, Llàtzer Moix, lavanguardia