´La fuerza de las ideas madre´, Lluís Foix

En los años en que en Europa se cultivaban las ideas que acabarían en la gran tragedia de la última guerra mundial hubo escritores y pensadores que no se dejaron arrastrar por las dos corrientes hegemónicas del momento y se dedicaron a escribir lo que pensaban aun corriendo el riesgo de ser obligados a abandonar su país o ser depurados por traidores o desviacionistas.

Thomas Mann huyó de Alemania y se refugió en Los Ángeles desde donde hablaba en alemán por la BBC para que sus compatriotas conocieran sus vaticinios sobre la perversidad del régimen nazi. Lo mismo hizo Sebastian Haffner al escribir Historia de un alemán, unas memorias que arrancaban en 1914 y acababan en 1933, cuando Hitler estaba ya en el poder. Es una sobrecogedora biografía de un joven que se daba cuenta de cómo el descontento social permitiría la aparición y consolidación del movimiento nazi en Alemania.

Stefan Zweig se refugió en escribir una biografía de Montaigne para decir que el ensayista francés tuvo que ser testigo impotente de su tiempo resaltando la recaída del humanismo en la bestialidad, "uno de esos esporádicos arrebatos de locura de la humanidad como el que vivimos hoy de nuevo, a pesar de una vigilancia espiritual imperturbable y de una compasiva conmoción del alma".

Los conflictos son propios de la historia de todos los pueblos que han querido olvidar la advertencia de Tucídides de que una creencia en la inevitabilidad del conflicto puede convertirse en una de sus principales causas. Cuando se oye por todas partes, y se recoge en las encuestas, que los políticos no tienen talla, que sólo van a lo suyo, que nada tiene arreglo, estamos certificando la desaparición de las élites pensantes como fuerzas que intervienen en la gestión de los intereses públicos y generales.

La ausencia de esas ideas madre que conforman el sentido que se da a la política y no sólo lo que se hace con la política, no es un hecho anodino. La falta de rumbo o el trazar un rumbo incierto condiciona la evolución de la sociedad, mucho más que una alternancia de gobierno o un cambio de sistema. En definitiva, cuando en una sociedad desaparece el sentido crítico y la libertad de ver las cosas de otra manera, se inicia un proceso de confusión del que sale ganando el que más habla, grita más o bien ofrece soluciones únicas a problemas que derivan de la incomprensible complejidad de la condición humana.

El primer problema que comporta una libertad restringida o la falta de un pensamiento crítico es la poca claridad de los objetivos. Es cuando aparecen en el horizonte las dos visiones de la ética política descrita por Max Weber. La ética de la convicción y la ética de la responsabilidad. La primera se mueve por el voluntarismo y la segunda por las consecuencias de los actos. Me quedo con la segunda.

31-III-11, Lluís Foix, lavanguardia