“Nucleares y estereotipos“, Francesc-Marc Įlvaro

Cuando tuvo lugar el accidente de Chernóbil, en 1986, el miedo al hongo nuclear que nos marcó durante toda la guerra fría encontró un contrapeso en el estereotipo de unos soviéticos a los que, a pesar de la propaganda, les comenzaba a fallar todo, incluso esos trenes cargados que se perdían en la inmensidad de territorios cuyo nombre se borraba de los mapas. El pánico que inspiraba la tragedia de ese lugar de Ucrania tenía un paliativo popular, mezcla de datos, prejuicios, tópicos e impresiones variadas: es cosa de los rusos, ya se sabe. La censura férrea que aplicaban las autoridades de Moscú confirmaba la singularidad de esa catástrofe. Un accidente propio de un gigante con pies de barro, etcétera. El accidente de Harrisburg, en Estados Unidos en 1979, dejó menos huella en la memoria al no haber causado víctimas. Chernóbil fue, ya para siempre, un topónimo de escalofrío, pero muy lejano y excepcional. Algo de un mundo que no era el nuestro.

Ahora, los prejuicios, los tópicos y los estereotipos sobre Japón y los japoneses deberían jugar a favor de la calma de la comunidad internacional: eficacia, diligencia, disciplina, trabajo bien hecho, bla, bla, bla. Esas colas ordenadas de gente que tanto nos admiran remiten a una sociedad que planifica y no hace las cosas a tontas y a locas. No obstante, no estamos tranquilos. Desde Washington y Bruselas, surgen voces que acusan a las autoridades japonesas de ocultar la gravedad de lo que está ocurriendo. Y un experto, entrevistado por La Vanguardia,se hace preguntas muy inquietantes del tipo: "¿Cómo puede diseñarse una central en una zona de alto riesgo sísmico, al lado del océano, con los generadores de emergencia en superficie?". La modernidad japonesa, más allá de su color local, es la misma que damos por buena en Europa, así que, ante las imágenes del drama, aparecen todas las dudas y todas las congojas. El razonamiento es mecánico: si ha fallado el ordenado y pulcro Japón (que lo sabe todo sobre terremotos y maremotos), también puede fallar Francia y no digamos España, reino de la chapuza y la picaresca.

No sabemos qué pensar. Doctores tiene la iglesia nuclear y - estos días se constata-no todos están de acuerdo. Así pues, recurrir a los expertos tampoco es concluyente. ¿Hacemos la lista de posibles emergencias? No elimina el miedo, pues siempre será incompleta. Aquí, en el Mediterráneo, no se prevén tsunamis, pero vaya usted a saber qué puede pasarnos. Es como la historia de ese pobre tipo que no fumaba ni bebía para mantenerse sano y un día, por la calle, le arrolló un autobús. Con los soviéticos, teníamos el refugio del tópico negativo, igual que en esos chistes casposos en los que aparecen tres personajes de diferentes nacionalidades. Con los japoneses, no tenemos más remedio que tomarnos la cosa muy en serio. Y repreguntarlo todo sobre la energía nuclear.

18-III-11, Francesc-Marc Álvaro, lavanguardia