´Libia y la prueba del algodón´, Josep Piqué

Debo reconocer mi estupefacción ante todo lo que está sucediendo en el mundo árabe y musulmán. Jamás, a pesar de mis humildes pero intensas experiencias internacionales, hubiera podido imaginar nada parecido.

Si hubiera aterrizado, desde Marte, un año después de partir, y me hubieran dicho que ha caído Ben Ali en Túnez, Mubarak en Egipto, que en Libia hay una guerra entre buena parte del pueblo y los mercenarios y cuerpos de élite de Gadafi, que en Marruecos el rey Mohamed VI ha prometido "reconvertirse" en una auténtica monarquía constitucional "a la española", o que hay protestas civiles muy serias en Argelia, no me lo hubiera podido creer. Y voy más allá, si viera cómo se está cuestionando la monarquía en Bahréin o en Omán, o hay disturbios en Arabia Saudí o Jordania, o se desmorona el régimen en Yemen, seguiría sin creérmelo. Y si viera cómo se está cuestionando, desde la calle iraní, el régimen de los ayatolás y se exige la separación entre religión y política, mi sorpresa sería aún más mayúscula. Pero eso es justamente lo que está pasando. Increíble pero cierto. Y aún nos queda por ver qué pasa en Siria, o incluso en Iraq…

Debo decir, para mi consuelo personal, que nadie había predicho lo que está sucediendo. Ni la CIA, ni el Mosad, ni los grandes think tanks de las relaciones internacionales. Como cuando cayó estrepitosamente el bloque soviético hace veinte años, nadie se había enterado de la fragilidad - luego evidente-de unos regímenes políticos que parecían inexpugnables…

Yesa es una primera conclusión: en política nada de lo que parece eterno, lo es. Y eso vale para otras realidades. Por ejemplo, China. Pero ese es tema para otro día.

Hoy nos toca hablar de lo que está pasando en el mundo árabe (y persa). Y lo que está pasando me parece, en principio, claro. Hay una revuelta por la dignidad y por la libertad. Una revuelta joven, moderna y democrática. Adaptada a cada país. Pero con ansia de libertad. No propiciada, gracias a Dios o a Alá, desde las mezquitas, sino desde las redes sociales vía internet.

Y nuestra preocupación, desde Occidente, debe ser cómo podemos ayudar para articular políticamente lo que está sucediendo. Cómo podemos ayudar para que surjan de ahí sistemas democráticos que miren no a Irán sino a Turquía. Y, por cierto, ahora, más que nunca, conviene abrirnos a la integración de Turquía a la Unión Europea. Y la presión desde España me parece fundamental. Ojalá el Gobierno español así lo entienda.

Pero vuelvo a lo más inmediato. ¿Qué podemos hacer en las presentes y confusas circunstancias? Ayudar a Túnez y a Egipto a construir auténticos regímenes democráticos. Y apoyar al rey de Marruecos en sus proyectos democratizadores, si va en serio. Y diciéndoles a los regímenes de Argelia, Bahréin, Jordania y otros, que no cabe más alternativa que ofrecer democracia real a sus poblaciones.

Pero, ahora y un poco más allá, tenemos un problema inmediato que resolver en Libia. Porque nos encontramos ante un conflicto entre una población civil, articulada débilmente, y en torno a estructuras tribales difícilmente entendibles en Occidente, y un régimen que descansa en la capacidad de reprimir y en su dominio de los recursos energéticos que, hasta ahora, le garantizaban, de modo inmoral, el visto bueno de Europa e, incluso, de EE. UU.

Y, por lo tanto, Libia, es un test. Una prueba para la política exterior común europea. Y, de nuevo, Europa puede no estar a la altura de las circunstancias históricas que estamos viviendo. Y temo que, al final, por no enfrentarnos a los Berlusconi de turno, hagamos nuevamente el ridículo. Por ello, el planteamiento que se hace desde Francia, y secundado, cuando escribo este artículo, desde el Reino Unido, debería ser secundado. Aunque, como siempre, la precipitación, por ser suave, de Sarkozy puede ser contraproducente. Pero, ahora, más que nunca, Europa debe intervenir. Probablemente no puede de forma directa. Pero sí puede hacerlo a través de la OTAN o de la ONU, diciéndole al mundo que no podemos permanecer al margen cuando muy cerca de nosotros se están produciendo masacres intolerables por parte de regímenes injustificables. Dicho de otro modo: no podemos esperar más para declarar una zona de exclusión aérea en Libia para que Gadafi no pueda seguir masacrando a su pueblo. Y no podemos esperar más a reconocer la legitimidad de las llamadas "fuerzas rebeldes" y ayudarlas en su esfuerzo bélico.

Porque nos jugamos en todo esto algo esencial. Y es la referencia de esperanza que Europa puede representar aún para esos pueblos tan necesitados de nuestra solidaridad y nuestra ayuda. Es fundamental que ganen las fuerzas populares y sientan que esa victoria ha sido posible y puede consolidarse gracias a nuestro apoyo.

Libia es, pues, una prueba. Como suele decirse, es la prueba del algodón. Y esperemos estar a la altura de nuestras responsabilidades históricas. Pues luego, y muy rápidamente, van a venir otras decisiones. En Túnez, Egipto o Marruecos. O en el Golfo… Todo lo que está pasando es de una trascendencia descomunal. Quien no quiera verlo se equivoca profundamente. Y estamos ante una enorme oportunidad para hacer nuestro mundo mucho más estable, más justo, más próspero y, desde luego, mejor. Pero nuestra historia reciente está llena de grandes miopías. Y de mirar absurdamente a lo inmediato. Es la hora de los que ven lejos.

12-III-11, Josep Piqué, economista y ex ministro, lavanguardia