´Libia, un país de tribus´, Valentín Popescu

De Muamar el Gadafi se podría decir, parodiando aquello de que "quien a hierro mata, a hierro muere", que quien con las tribus sube, con las tribus cae. Porque la llegada de Gadafi a la presidencia libia fue fruto de un acuerdo tribal en los años sesenta, y su inminente caída es ahora fruto de la rebelión de las grandes tribus del país. En realidad, Libia es una nación tribal desde la antigüedad. Toda su historia es la crónica de las rivalidades y las alianzas de las 150 tribus que pueblan un inmenso territorio. Es el cuarto país más extenso de África,aunque uno de los menos poblados: sólo tiene 6.500.000 habitantes. Esa estructura es tan fuerte que ya a principios del siglo XX los italianos, al conquistar Libia, la tuvieron que dividir en tres regiones: Cirenaica, el centro y la Libia Occidental (Tripolitania).

Tras la Segunda Guerra Mundial, Libia recuperó la independencia y su inestabilidad política. Las rivalidades entre la veintena de grandes tribus de la Cirenaica y la de los Warfala -la más poderosa, con su millón y medio de miembros- llevó a la nación al borde de la guerra civil sin que el rey Idris I pudiera hacer nada. Y fue el espectro de las guerras fratricidas el que puso de acuerdo a las tribus para derrocar al monarca y sustituirlo por un presidente joven: el coronel Gadafi, de la pequeña tribu de los Al Gaddafa y, por tanto, neutral entre los Warfala y los Al Obeidat y sus aliados de Cirenaica.

Aquello sucedía en pleno auge del panarabismo naserista al que Gadafi y los jóvenes oficiales se habían adherido. El pacto tribal mantenía la paz en el interior y alineaba a Libia con la corriente de reivindicaciones poscolonialistas. Con lo que no habían contado las grandes tribus era con la ambición y el maquiavelismo del coronel Gadafi, que aprovechó la presidencia para urdir intrigas que enfrentaron a las principales tribus entre sí hasta paralizarlas políticamente. Y aprovechó la laguna de poder tribal para construir una dictadura estalinista, basada en unas organizaciones policiales de lealtad numantina, crueles yal amparo de la justicia. Gadafi fortificó su posición creando un cuerpo de élite en el ejército que le ha servido de guardia pretoriana, apoyada por unas escuadrillas de helicópteros, aviones de combate y unidades acorazadas. Son las que -sumadas a los mercenarios del ejército- le han sido fieles hasta el último momento.

Hasta aquí, el proceso dictatorial de Gadafi fue impecable. Pero su realismo y sentido práctico mermaban en la medida en que crecía su poder. Su excentricidades adquirieron tintes paranoicos; su aversión a las antiguas potencias coloniales le llevó a alianzas con el terrorismo (el islamista y el marxista), y su victoria sobre las tribus le llevó a menospreciar a los Warfala, Al Obeidat, al Zintán (en la frontera con el Chad y Níger) y demás clanes. Para agravar la situación, la familia y los principales socios iniciaron un proceso de monopolización de las fuentes de bienestar que lesionó a importantes sectores. Gadafi se fue quedando solo y no se percató hasta que los Warfala, los Al Obeidat y los Al Zintán se aliaron para derrocarle.

Para su última batalla cuenta sólo con su guardia pretoriana, los mercenarios, las fuerzas policiales y algunos tanques, aviones y helicópteros. Ah, y las tribus de la frontera meridional, que son poco numerosas, están mal armadas y se hallan tan lejos de Trípoli que si intentaran atravesar el desierto para socorrer al presidente, llegarían seguramente después de la batalla final.

5-III-11, Valentín Popescu, lavanguardia