´Pilatos era europeo´, Juan-JoséLópez Burniol

Nunca he sintonizado con Camilo José Cela. Leí con gusto La colmena y algún libro de viajes; con menor interés, La familia de Pascual Duarte;y con cierto rechazo, el resto de su obra que conozco. Y, precisamente por este rechazo, nunca he olvidado la dedicatoria de uno de sus libros que menos me han gustado: San Camilo, 1936.Dice así: "A los mozos del reemplazo del 37, todos perdedores de algo (...) Yno a los aventureros foráneos, fascistas y marxistas, que se hartaron de matar españoles como conejos y a quienes nadie había dado vela en nuestro propio entierro". Mi discrepancia con este texto es frontal, pues claro que los extranjeros tenían vela, si bien no para asistir a nuestro entierro, sino para tratar de evitarlo. Lo que pasó es que no la cogieron. En corto y por derecho: la primera de las grandes cobardías colectivas de las potencias europeas durante el siglo XX fue el pacto de no intervención en la guerra civil española. Una guerra eterna, librada con recursos y tácticas coloniales, así como con recíproca voluntad de exterminio, que dejó al país roto y extenuado. Pienso a veces que, si todos los gritos de dolor que se profirieron durante aquellos atroces años sonaran hoy a la vez, ensordeceríamos para siempre. No lo podríamos soportar.

El pacto de no intervención fue, por tanto, una farsa. El comité de Londres - creado a iniciativa de Inglaterra-era la sede donde todos jugaban a engañarse, sabiéndolo perfectamente, a partir de septiembre de 1936. El pacto neutralizó cualquier acción concertada de los estados europeos dirigida a poner fin a la guerra, pero dejó de hecho la puerta abierta para la intervención de contingentes extranjeros en apoyo de uno y otro bando. Jesús Salas Larrazábal los ha cuantificado en su obra La intervención extranjera en la guerra de España:100.000 italianos, 6.500 alemanes y algunos miles más de otras procedencias (portugueses, irlandeses, etcétera) formaron a las órdenes de Franco; mientras que 100.000 brigadistas internacionales y unos 12.000 soviéticos lucharon con la República. Y también fue significativa, para ambos bandos, la aportación extranjera de material de guerra.

La inanidad de Europa se repitió, medio siglo después, en la antigua Yugoslavia. Algunos países europeos contribuyeron primero a agudizar el problema y fueron luego incapaces de poner fin a la barbarie desatada. Es ya un lugar común admitir que Europa, superada por los acontecimientos, dividida y dependiente de los intereses y querencias de los estados miembros - Alemania y Grecia, en este caso-,no dudó en respaldar graves conculcaciones del derecho de autodeterminación y reaccionó siempre de manera tardía al uso de la fuerza. Y, llegado el momento de la verdad, Estados Unidos tuvo que asumir el liderazgo de la intervención internacional. A principios de 1995, en un artículo publicado en Foreign Affairs - "Estados Unidos, una potencia europea"-,Richard Holbrooke se refirió a Yugoslavia como "el mayor fracaso en la seguridad colectiva de Occidente desde los años treinta". Así las cosas, la parte imputable a Europa en este desastre es enorme. No es extraño, por tanto, que, en sólo dieciocho semanas de 1995 - cuando la situación parecía más desesperada-,Estados Unidos pusiese en juego su prestigio con una serie de acciones de alto riesgo: el esfuerzo diplomático de agosto, el duro bombardeo de la OTAN en septiembre, un alto el fuego en octubre, Dayton en noviembre y, en diciembre, el despliegue de 20.000 soldados estadounidenses en Bosnia. La guerra terminó. Dos años después - en 1997-Juan Pablo II reflexionaba así: "Europa tomó parte en la guerra como testigo, pero debemos preguntarnos: ¿fue siempre un testigo completamente responsable?". No lo fue, ni podía serlo, ni podrá serlo por ahora.

Jean Monnet, uno de los padres de Europa, dijo una vez: "Nada es posible sin los hombres, pero nada es duradero sin las instituciones". Sin la existencia de unas instituciones comunitarias fuertes, es imposible que Europa genere políticas eficaces. A este respecto, Felipe González reconoció en su día "el hecho de que la Unión Europea fue incapaz de articular y poner en práctica una política coherente que contribuyese de forma decisiva a poner fin a la tragedia bosnia". "Y fue incapaz de hacerlo - añadió-en un conflicto que, por sus orígenes, en sus causas profundas, en su desarrollo y sus repercusiones, era y es, esencialmente, un conflicto europeo".

Si Europa fue incapaz de intervenir en España durante los años treinta, y no supo hacerlo con eficacia medio siglo después en la antigua Yugoslavia - conflictos ambos radicalmente europeos-,¿cómo se puede ni tan siquiera pensar en que lleve a término algún tipo de intervención en Libia, una tierra que, pese a su proximidad y a estar en la otra ribera del Mediterráneo, pertenece a un área cultural distinta? No cabe esperar nada en tal sentido. Pero, eso sí, Europa tiene las manos limpias de tanto lavárselas. Limpias y vacías, como Poncio Pilatos. Claro, Pilatos era europeo.

5-III-11, Juan-José López Burniol, lavanguardia