´Momentos decisivos´, Jordi Graupera

Una de las cosas que más me  gustan de las memorias del ex presidente George W. Bush (Decision Points, Random House, 2010) es la forma en la que están organizados los capítulos. Cada capítulo corresponde a una decisión (dejar la bebida, seleccionar a sus colaboradores, el 11-S, las guerras), y gravita alrededor de las circunstancias y reflexiones personales que le condicionaron. Con su retórica jocosa y campechana, que tantos réditos le ha proporcionado, George W. repasa dudas morales, convicciones religiosas, instintos psicológicos, expectativas racionales y beneficios estratégicos. Más allá de que todas las memorias políticas son una mezcla de mentiras y autoengaños, las de Bush son un excelente ejemplo de uno de los puntos ciegos de las democracias liberales. Existe una esfera de decisión que pertenece única y exclusivamente al líder, a pesar de parlamentos, elecciones y medios de comunicación. Esta esfera íntima es impermeable, por eso en EE. UU. conocer la vida privada de los políticos es esencial. La arbitrariedad es el enemigo, pero, a la vez, es fundamental crear un espacio en el que las decisiones sean posibles y comprensibles.

En España, y en Catalunya, durante años la tendencia ha sido la contraria: cada vez que alguien toma una decisión arriesgada todo el mundo aprovecha para saltarle a la yugular. Se ha incentivado la emergencia de líderes mediocres, borrosos, que escalan puestos en la jerarquía a base de no tomar decisiones públicamente, de quedarse callados en los momentos clave y de culpar a los demás. La aparición de Zapatero hace diez años responde a este guión, y la victoria de Rajoy frente a Rato y Mayor Oreja para suceder a Aznar es casi un paradigma. Por no entretenernos en Clos o Hereu. O Montilla. La crisis económica e institucional que vive España es atribuible en gran parte a esta tendencia a no tomar decisiones, o a ocultarlas.

26-II-11, Jordi Graupera, lavanguardia