renovació de la, habitual, guerra fraticida?

Sentado en una plaza ajardinada de Bab el  Oued, el barrio popular de Argel, Guebli Omar trapichea con hachís. Tiene 42 años, trabaja de barrendero cuando no tiene más remedio, y no se plantea el futuro. A su lado están los de siempre, Hotman, AmraghySaïd,esperando que les caiga una china. Los ancianos juegan al dominó y los miran con displicencia.

Guebli y sus amigos, todos veinteañeros, representan el fracaso de Argelia y, al mismo tiempo, explican porqué difícilmente arraigará aquí el espíritu revolucionario que sacude al mundo árabe. Personas como ellos, marginadas por las estructuras sociales y económicas del régimen, ocuparon las calles de Túnez y El Cairo en demanda de empleos, viviendas y prestaciones sociales. Pero ellos no tienen ganas de enfrentarse a nadie. "Nosotros ya hicimos la revolución, ya pusimos los muertos, y no sirvió de nada", comenta Hotman, las manos dentro del chándal del Athletic de Bilbao. Ni él ni sus compañeros saben qué harán mañana. Si en casa les aprietan mucho, pasarán un mes en el servicio municipal de limpieza a cambio de 190 euros, y luego volverán a la plaza, a beber café y fumar Marlboros de imitación, como el 60% del tabaco que se vende.

Bab el Oued fue el embrión de la revuelta de la sémola de 1988. Guebli tenía 19 años. "Luchamos por el pan y por la dignidad hasta que policía nos machacó. Nos llamaron delincuentes y nos dio igual". Murieron 500 personas en aquel levantamiento, que el régimen cauterizó reabasteciendo los colmados con productos a bajo precio.

Aquella rebelión produjo la apertura política y económica que, dos años después, en 1990 llevó a los islamistas a ganar las elecciones municipales, preámbulo de su gran victoria en las legislativas del 91. Inspirados por la revolución iraní, se disponían a fundar la república islámica cuando los militares dieron un golpe que acabó con ellos. Arrancó entonces una guerra civil que se llevó por delante a más de 150.000 argelinos en nueve años.

"Es verdad que nosotros ya hicimos la revolución y no creo que vuelva a funcionar", explica el periodista Ihsane el Kadi mientras clava el tenedor en el cerebro de un cordero. Medio cráneo rustido de cordero es un almuerzo que sólo pide de vez en cuando. "Me gusta mucho pero es muy pesado", reconoce mientras reflexiona sobre el lastre de la guerra civil en los cambios que una parte de la oposición política intenta imponer al régimen del presidente Buteflika. "Fueron muchos muertos y la población, como siempre, recibió la peor parte. Los sicarios del gobierno fueron atroces, igual que los guerrilleros islamistas. Traumatizaron a una generación".

Guebli recuerda cuando en Bab el Oued, feudo del Frente Islámico de Salvación, los fundamentalistas degollaban a las mujeres que no llevaban velo y mutilaban las manos a los que cogían robando. El miedo a este horror no impidió que el barrio volviera a mancharse de sangre en las revueltas de la primavera negra del 2001, cuando, al menos, 132 personas murieron en un año de enfrentamientos con el poder, sobre todo en la región de la Cabilia.

"Todas estas tragedias son tan recientes que la población prefiere un cambio pactado, sin violencia", opina El Kadi. De ahí que la Coordinadora Nacional por el Cambio y la Democracia, plataforma, que ya ha convocado dos manifestaciones en Argel, prefiera ir poco a poco. "Es verdad que nos va a costar más tiempo y que, tal vez, nos falte una mejor organización, pero vamos en la buena dirección", explica el profesor Fodil Bumala, que ayudó a fundarla en enero, cuando estallaron revueltas juveniles en Argel. Estos levantamientos, esporádicos, no han cristalizado en un movimiento de resistencia porque a los pocos jóvenes que han salido a la calle no les interesa ponerse a las órdenes de ninguna coordinadora política. "El estado de excepción, en vigor desde 1992 - explica

El Kadi con la digestión a medias-,ha diezmado a la oposición, dividida en más de 40 partidos y desprestigiada por sus rencillas constantes. No hay ningún líder carismático, nadie que pueda ponerse al frente".

El régimen aprovecha la fragmentación política y social para ganar tiempo a cambio de mejoras en aquellos colectivos, como los estudiantes, enfermeros y secretarios judiciales, que se declaran en huelga.

21-II-11, Xavier Mas de Xaxàs, lavanguardia