´Fiscalitis´, Sergi Pāmies

La victoria de Artur Mas ha hecho resurgir algunos grandes éxitos del repertorio convergente. El victimismo prudente, que con tanto pragmatismo explotó el pujolismo, ha mutado en soberanismo ambiguo y moderadamente agresivo. Ya no se aspira a negociar una parte del pastel, sino a recuperar el pastel entero para luego devolver una parte. Aunque el tripartito sólo gobernó durante dos legislaturas, parece que hayan pasado veinte años, quizá porque el pujolismo perpetuó su agonía casi tanto como el tripartito envejeció prematuramente. Con fuerzas renovadas, los ganadores readaptan el discurso de la oposición al relato de gobierno con más cosmética que cirugía, y todo desemboca en un compendio de reclamaciones fiscales. Las denominaciones cambian, eso sí. Ya nadie presume de transferencias, ni de porcentajes sobre la recaudación del IRPF. Ahora se lleva el cupo y, para argumentar esta exigencia, se recurre al clásico de las balanzas fiscales. O al concierto económico. Al final, todo acaba siendo lo mismo: constatar el malestar que supone aportar más de lo que recibes y que luego, para sobrevivir, tienes que volver a pagar o a endeudarte aún más de lo que, ya de por sí, te habrías endeudado.

Pese a los años que llevamos mareando esta perdiz, sigo sin tener claro el modelo fiscal, ni entiendo algunos de los gastos patológicamente autorizados (véase Fòrum) ni las duplicidades de administraciones y chiringuitos varios. Vendernos que con más dinero las cosas irían mejor es una patraña que intenta maquillar las escandalosas negligencias e incompetencias perpetradas, en materia de gasto público, por nuestros sucesivos gobiernos. Tampoco me creo las cuentas de los grandes capitanes independentistas, y eso que suenan de coña. Para ellos sólo se trata de recuperar lo que España nos roba, con eso bastaría para convertirnos en un Estado moderno. Narrativamente, suena demasiado fácil. Me limitaré, pues, a ese vocabulario del agravio comparativo. Cupo, balanza, déficit, expolio. Cada palabra tiene su significado, pero les falta gancho. El otro día me tropecé con una vieja entrevista al cantante Jacques Dutronc. Dutronc es un cachondo y suele jugar con las palabras con un talento envidiable. Antes de iniciar su última gira, a Dutronc, gandul vocacional, le preguntaron por su salud. Para justificar que después de tantos años tuviera que regresar - sin ganas-a los escenarios, confesó: "Tengo una doble hernia, discal y fiscal". Quizá se trata de un juego de palabras previsible, de un chiste fácil, pero en estos días de podas presupuestarias y extenuantes discusiones sobre lo que es nuestro (¿también de los despilfarradores?), me alegró leer una fórmula que añade humor al demencial panorama actual. Hernia fiscal, qué gran diagnóstico.

18-II-11, Sergi Pàmies, lavanguardia