´Sobre la Ciudad de la Cultura de Galicia´, William J.R. Curtis

Santiago de Compostela es una de esas ciudades que parecen talladas en un único material, en este caso el granito. Las calles y las plazas, los monasterios y las iglesias, sean del periodo que sean, contribuyen a un conjunto que está engarzado en un paisaje antiguo. Las terrazas y los muros de piedra del campo invaden la ciudad, mientras que las plazas ofrecen vistas enmarcadas de las colinas circundantes. La ciudad es el destino final de la ruta de peregrinación que cruza Francia y el norte de España, y su catedral señala el lugar en el que supuestamente está enterrado el apóstol Santiago. A lo largo de los siglos, ha importado modelos arquitectónicos de todas partes y los ha fundido con el carácter y la topografía locales. La geología subyacente parece trascender el tiempo.

En las décadas de 1980 y 1990, Santiago de Compostela experimentó una modernización rápida pero inteligentemente planificada bajo la dirección del alcalde socialista Xerardo Estévez. Inspirado por su antiguo mentor en temas arquitectónicos, Oriol Bohigas, Estévez buscó un equilibrio entre la conservación de edificios y espacios históricos y la creación de una nueva infraestructura cultural. Se organizaron concursos para planificar edificios institucionales. El momento álgido de ese periodo vio la construcción del Centro Galego de Arte Contemporánea (1989-1994) de ÁlvaroSiza, que logró reunificar el desarticulado tejido urbano de una parte de la ciudad. Esa sutilísima obra abstrajo el contexto histórico y el desnivel del terreno en su forma global, ensartando un paseo arquitectónico mediante una superestructura flotante de salas con lucernarios. La desestructurada huerta de la parte trasera se transformó en un parque público de plataformas con vistas de toda la ciudad.

A finales de la década de 1990, bajo la presidencia de Manuel Fraga, los conservadores proyectaron su visión del futuro de Santiago bajo la forma de una poco definida Ciudad de la Cultura que se alza en lo alto del monte Gaias, a unos tres kilómetros de la colina rematada por el casco antiguo y su catedral. Ese vasto programa incluía en origen un Museo de Galicia, una biblioteca, un centro de nuevas tecnologías y (¡entre otras cosas!) un auditorio. El terreno reservado tenía una extensión de más de 700.000 metros cuadrados. A todas luces influenciados por el llamado efecto Bilbao,los partidarios de ese proyecto megalómano organizaron un concurso internacional e invitaron a participar en él a diversos miembros del star system (entre ellos, a Rem Koolhaas, Jean Nouvel y Peter Eisenman). Se presentaron también arquitectos locales de altísima calidad, como Manuel Gallego Jorreto, cuya solución era en realidad la mejor adaptada al lugar, el uso, la función simbólica y la necesidad de construir en varias etapas.

Sin embargo, el cliente y algunos miembros del jurado consideraron que hacía falta un edificio icónico realizado por una estrella internacional, e insistieron en apoyar el sensacionalista proyecto de Peter Eisenman, que respondía, decían, a la topografía del lugar. El proyecto se conserva en una pequeña maqueta colocada en un paisaje con una réplica del casco antiguo a un lado, todo ello hecho en cartulina; y es cierto que, a esa escala y en un material unificado, la imagen de un ondulado paisaje artificial cortado por el entrecruzamiento de calles resulta bastante seductora. La presentación de Eisenman se acompañó con dibujos digitales que daban la impresión de que el proyecto se había generado escaneando la estructura del casco antiguo y distorsionándola luego hasta lograr una geometría fracturada. Además, se dio a la planta de esa nueva ciudad la forma de una concha, símbolo de Santiago. Hubo a su vez una trama superpuesta (un recurso habitual en Eisenman). De ese modo, el complejo combinaba diversos sistemas geométricos y surgía como una especie de palimpsesto, filtrando supuestamente el entorno natural a través del mundo artificial de la arquitectura.

El proyecto gallego de Eisenman resumía varios años de investigaciones sobre la fragmentación, la estriación y el espacio intersticial. Los pliegues estaban muy de moda en esa época, y Eisenman siempre ha sido dado a aderezar sus informes con un toque de filosofía francesa,con citas de Deleuze sobre le pli (el pliegue). Algunos de sus seguidores han introducido una jerga pseudocientífica acerca de las cuerdas y las transformaciones algorítmicas. Detrás de la cortina de humo del pretencioso Eisenman teorizador se encuentra, en realidad, un formalista que saquea fuentes y manipula formas en beneficio de la propia forma dejando de lado el problema del contenido. A pesar de toda la cháchara promocional, la Ciudad de la Cultura gallega parece haberse inspirado de modo bastante directo en un ejemplo del ámbito del arte terrestre:el Grande Cretto (1985-1986), diseñado por Alberto Burri en Gibellina (Sicilia) como recuerdo del terremoto de 1968. El Grande Cretto tiene la forma de un mapa solidificado del pueblo destruido por el seísmo y se realizó utilizando cemento y escombros, con espacios plegados, calles incisas y las estriaciones de una trama distorsionada superpuesta al paisaje.

Presupuesto cuadruplicado Al cabo de doce años, todavía no se ha construido la mitad del proyecto de Eisenman para la Ciudad de la Cultura, y el presupuesto inicial de algo más de cien millones de euros se ha cuadruplicado con creces. El programa inicial no ha dejado de cambiar y ahora se habla de incluir un importante centro de arte contemporáneo. Esta ambigüedad acerca de la función de algunas partes del complejo tiene su correlato en la ambigüedad sobre el coste final de las obras: dejando de lado los edificios que aún no están acabados, hay que tener en cuenta el decorado interior y exterior. Y están los costes de funcionamiento proyectados, que son astronómicos. Ya en el 2001, una auditoría estimó unos costes de funcionamiento anuales de 58 millones de euros, de los cuales unos ocho millones procederían de la venta de entradas. Incluso según una estimación conservadora eso significaría que la Ciudad de la Cultura le costará a la Xunta de Galicia (y al contribuyente local) unos 50 millones de euros al año, una proporción enorme del presupuesto anual para la cultura. Ahora, diez años más tarde, los costes proyectados pueden ser aun más elevados.

Este tipo de hipermercado cultural supercentralizado ya tenía poco sentido cuando se propuso hace más de una década. En el actual clima de recesión económica, el proyecto resulta todavía menos realista. Habría sido mejor continuar con la anterior política de combinar la restauración de edificios históricos con sutiles intervenciones modernas en el tejido urbano y rural. Lo que se alza hoy parece un inmenso centro comercial arrojado sobre lo alto de una colina. Su tamaño es totalmente desproporcionado en relación con el lugar y el entorno. Ahora que el archivo y la biblioteca están recién inaugurados, ya hay construida una porción suficiente de la obra para tener una idea de cuál será el aspecto del conjunto. El proyecto, promocionado por su sensibilidad topográfica, ha exigido el desmoche del monte Gaias y la retirada de millones de metros cúbicos de tierra. Los delicados pliegues de la maqueta del concurso se han traducido en enormes ondulaciones y cubiertas con superficies ascendentes que recuerdan más la vulgaridad de una montaña rusa de feria que las abstracciones del paisaje. Están incrustados con una fina capa de paneles de granito (¡importado de Brasil!) surcados por grandes estrías que erosionan su forma. Eisenman no es escultor y da la impresión de que ha fracasado al traducir sus intenciones en formas tridimensionales convincentes.

Dificultad para construir Todo esto no es nada nuevo: incluso los partidarios de Eisenman han reconocido las dificultades para construir y materializar sus ideas. Los muros cortina son un buen ejemplo: algunos tienen más de treinta metros de altura y exigen una estructura propia que entorpece la composición. Las superficies están divididas por parteluces decorativos de diferentes orientaciones que se corresponden con cierta geometría eisenmaniana pero que no alcanzan una pauta coherente y dan la impresión de una arquitectura comercial de poco calado. Por todas partes se ven torpes colisiones entre soportes de formas y tamaños diferentes y techos curvos o tabiques inclinados. Es una especie de pesadilla tectónica en la que los revestimientos de piedra acaban pareciendo linóleo. Los interiores acabados revelan una aburrida paleta de paneles de yeso pintados de blanco que se separan en los ángulos y trazan curvas serpenteantes. Los efectos de luz son bastante sorprendentes, y Eisenman ha continuado con sus investigaciones sobre la transparencia, pero toda esa complejidad termina siendo monótona y repetitiva. Hay demasiada autoconsciencia arquitectónica y una atención insuficiente al uso. De vez en cuando, topa uno con una línea diagonal rojiza y luego se da cuenta de que se supone que eso registra la presencia de alguna trama oblicua. Algunas geometrías son sólo cosméticas. Estamos ante un ejemplo de lo que Le Corbusier llamó la "ilusión de los planes". Y están esas dos desafortunadas torres diseñadas por John Hejduk e incluidas por Eisenman como favor a un amigo: cual botellas gigantes, adquieren tintes disparatados y contribuyen aún más a erosionar la seriedad del proyecto.

En el vestíbulo del edificio del archivo, con sus estanterías retorcidas y vacías, hay un vídeo curioso que presenta a Eisenman como una suerte de mago o showman repitiendo los mismos hechizos en un bucle ininterrumpido mientras en la parte inferior se va deslizando la traducción del texto como en un anuncio. La Ciudad de la Cultura ayudará a los gallegos a comprender su lugar en el mundo, será un icono de Santiago (¡como si necesitara otro!), recordará las rutas de los peregrinos y la concha de Santiago, se convertirá en visita obligatoria para los turistas arquitectónicos,destilará el granito del paisaje y las fachadas de vidrio de la arquitectura tradicional... Busca uno pruebas de todo ello en esas enormes y retorcidas salas hechas de materiales superficiales y detalles en colisión que, según un reciente visitante norteamericano, evocan el ambiente y mal gusto de un centro comercial. ¿Acaso albergó Fraga sueños faraónicos de un monumento público? Puede que con este proyecto mastodóntico todo lo que obtengan los contribuyentes gallegos sea un Titanic del star system que resume sus gestos vacíos y la materialización de delirios políticos. La Ciudad de la Cultura tardará aún años en completarse y su mantenimiento costará una fortuna. Es posible que el efecto Bilbao no funcione esta vez.

2-II-11, culturas/lavanguardia, William J. R. Curtis (Inglaterra, 1948) es uno de los más conocidos críticos de la arquitectura contemporánea. Es historiador y autor entre otras obras de ´La arquitectura moderna desde 1900´ (Phaidon)