´Túnez y el principio de no interferencia´, Lluís Foix

La presencia política y económica en las antiguas colonias europeas en Áfricaes irregular pero muy extendida en más o menos grado. La revuelta tunecina que ha puesto fin a más de veinte años de dictadura de Ben Ali ha evidenciado la fragilidad de la doctrina del principio de no interferencia, que ha sido practicada ininterrumpidamente por las grandes potencias en buena parte del siglo pasado. Baste recordar la posición de Francia y Gran Bretaña respecto a la España de Franco en plena Guerra Civil, cuando el gobierno republicano pedía ayuda a París y Londres para contrarrestar los armamentos que llegaban de Berlín y Roma a las tropas franquistas.

La independencia de las colonias africanas a partir de los años sesenta sucedió de forma precipitada, porque las metrópolis no podían sostener sus posesiones al quedar exhaustas después de la guerra mundial. Más de medio siglo después son muy pocos los estados africanos con un nivel mínimo de libertad y transparencia.

El principio de no interferencia tiene sonadas excepciones, como se ha demostrado en Iraq, Afganistán, Ruanda, Burundi y otros países que han causado cientos de miles de muertos. Si la globalización circula libremente con capitales, mercancías, ideas e información, no permite el libre paso para personas ni tampoco que la comunidad internacional interfiera en países donde los derechos humanos son flagrantemente atropellados, como es el caso de Zimbabue, Costa de Marfil y otras dictaduras que campan por sus respetos en muchos estados africanos.

El caso de Túnez es más cínico todavía si se tiene en cuenta que Europa y Estados Unidos protegieron la dictadura de Ben Ali con la teoría del mal menor, es decir, permitir que el régimen abusara de sus poderes porque Túnez era un cinturón de seguridad para frenar el avance del radicalismo islámico en el norte de África.Hay que recordar que Francia colaboró en evitar la segunda vuelta de las elecciones en Argelia en los años noventa cuando el fundamentalismo del GIA iba a llegar al poder.

Hasta después del derrocamiento de Ben Ali, Francia, España y también Estados Unidos no reaccionaron a favor de la nueva situación, cuyo desenlace es todavía incierto. No se sabe si habrá efecto dominó en el norte de África,pero la realpolitik sobre regímenes autoritarios a cambio de intereses económicos o geoestratégicos tiene más riesgos que ventajas.

25-I-11, Lluís Foix, lavanguardia