´Decente y apasionado´, Francesc-Marc Álvaro

Nuestra sociedad ha perdido a uno de los mejores de verdad: David Martínez Madero, fiscal y director de la Oficina Antifrau de Catalunya (OAC). Tuve la suerte de conocerle y de charlar a fondo con él algunas veces y, aunque no tengo derecho a considerarme su amigo, puedo decir que aprecié rápidamente en él, por encima de otras consideraciones, a un tipo decente y apasionado por su trabajo, algo que, en los tiempos que vivimos, vale la pena de ser subrayado. La suya no era una decencia exhibicionista ni una pasión agitada, sino todo lo contrario: labor constante, rigurosa y fundamentada, explicada sin aspavientos ni vanidades, con la contención y la seriedad de quien se sabe servidor de los mecanismos que separan las democracias auténticas de otro tipo de regímenes.

A diferencia de otros fiscales, devorados por el protagonismo, el sectarismo, el fanatismo, el mesianismo y la voluntad de meter la vida humana dentro de una plantilla tan pequeña como sus almas, Martínez Madero luchaba contra la corrupción y el delito sin perder de vista que las personas son siempre más importantes que cualquier sistema o doctrina. Era, pues, un humanista de pies a cabeza, dotado de una altura de miras que le convertía en un personaje extraño e incómodo para todo el mundo, empezando por los partidos políticos, frente a los cuales mantuvo una independencia de piedra picada, respetuosa pero de una firmeza a prueba de maledicencias, presiones y lisonjas. Defendió su espacio con inteligencia y limpieza, navegando contra tantas inercias que, alguna vez, pudo parecer algo ingenuo. Pero no lo fue, en absoluto. Simplemente creía en lo que hacía, con una mezcla de convicción y coraje que no abunda por aquí. Demasiado escandinavo y moderno para la laxa posmodernidad mediterránea. Y se blindó, con ironía, contra el cinismo inercial que todo lo intoxica.

La OAC fue una buena idea que nació lastrada por el tacticismo y el partidismo, en un momento en que la política está asediada por tantas sospechas que necesita convertir el concepto de transparencia en el sagrado fetiche salvavidas. Gracias a la personalidad y a la trayectoria prestigiosa del joven fiscal, el nuevo artefacto levantó el vuelo con ciertas garantías. Es indudable que su buen talante y su hondo saber jurídico salvaron los muchos puntos débiles de una institución nueva. Martínez Madero puso toda su ilusión en este proyecto porque entendió que era una buena manera de elevar el listón de la democracia y, aunque admitía que era una herramienta mejorable, la defendió como una apuesta a largo plazo.

Lejos del populismo antipolítico y de la ética de geometría variable, Martínez Madero pensaba lo que decía y decía lo que pensaba, con sentido común y valentía. Esto descolocaba a los políticos y a todos aquellos que ejercen una u otra forma de poder, desde empresarios a dirigentes sociales. Su voz, más allá de su cargo al frente de la OAC, fue libre, sabia y necesaria. Le echaremos en falta.

24-I-11, Francesc-Marc Álvaro, lavanguardia