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Las guerras de 2011

Crisis Group, Foreign Policy Edición Española  |   3 Jan 2011

 

Esto artículo fue publicado originalmente como serie de fotos en Foreign Policy Edición Española.

Los 16 conflictos en gestación que habrá que vigilar en los próximos meses.

En la actualidad hay en todo el mundo casi tres docenas de conflictos rugientes, desde los valles de Afganistán hasta las junglas de República Democrática del Congo, pasando por las calles de Cachemira. ¿Pero cuáles son las crisis que pueden estallar en 2011? He aquí varios lugares preocupantes que componen esta lista.

Costa de Marfil

Este país se encuentra al borde de lo que puede ser un terrible 2011. Tras un retraso de cinco años, Costa de Marfil celebró elecciones presidenciales el 31 de octubre. La primera ronda, pacífica, recibió los elogios de la comunidad internacional, pero la segunda, entre el presidente actual, Laurent Gbagbo, y el ex primer ministro Alassane Ouattara, se vio enturbiada por choques y acusaciones de fraude por ambas partes.

La comunidad internacional -y dentro de ella la ONU, la Unión Africana, la Comunidad Económica de los Estados de África del Oeste (CEDEAO), Francia, como antigua potencia colonial, y Estados Unidos- ha reconocido como vencedor a Outtara, pero eso no ha impedido que Gbagbo, con el respaldo de altos jefes militares y el Consejo Constitucional, haya tomado posesión. Los dos políticos han nombrado primeros ministros y gobiernos, mientras las tensiones aumentan y las calles se llenan de protestas. Naciones Unidas informa de que ha habido desapariciones, violaciones y al menos dos docenas de muertes hasta ahora.

Lo peor que puede ocurrir es que Gbagbo permanezca en el poder y el conflicto armado entre los partidarios de cada bando suma al país en una guerra civil. Lo mejor, que Gbagbo ceda y dimita. Pero no está claro cómo pueden mejorar las cosas. La comunidad internacional ya ha elevado al máximo las presiones, con restricciones económicas y prohibiciones de viajar. Y la ONU ha renovado el mandato de sus fuerzas de paz en Costa de Marfil, pese a que Gbagbo había exigido su salida inmediata.

Es muy posible que la situación empeore en 2011. Ambos bandos cuentan con partidarios fuertemente armados que parecen dispuestos a luchar hasta el final.

Colombia

A primera vista, las perspectivas del país latinoamericano para 2011 parecen muy buenas. El nuevo presidente, Juan Manuel Santos, ha sorprendido a muchos de quienes le criticaban con sus audaces propuestas de reforma, muchas de ellas dirigidas a abordar las raíces del conflicto civil con los rebeldes de izquierda desde hace 46 años. Ha reparado las relaciones con los vecinos Venezuela y Ecuador, se ha comprometido a proteger a los defensores de los derechos humanos y ha propuesto leyes para ayudar a reasentar a los cuatro millones de desplazados del país.

Sin embargo, no todo es bueno. A pesar de una serie de pérdidas estratégicas en los últimos años -en territorio y en líderes destacados-, las guerrillas izquierdistas, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), siguen teniendo unos 8.000 miembros armados y aproximadamente el doble de partidarios. Los rebeldes mataron a alrededor de 30 policías en las semanas posteriores a la toma de posesión de Santos, evidentemente para dejar clara su postura. Mientras tanto, han aparecido nuevos grupos armados ilegales dispuestos a hacerse con el mercado del narcotráfico y que han llenado sus filas con antiguos combatientes paramilitares. Estas bandas son responsables, en gran parte, del incremento de la violencia urbana; el índice de homicidios ha aumentado más de un 100% en la segunda ciudad del país, Medellín, el año pasado.

Si no se contiene a estos nuevos grupos armados, Colombia puede retroceder en su larga lucha para acabar con el narcotráfico y la militancia que alimenta. En esa situación, las FARC podrían recuperar el terreno perdido y reanudar su campaña de terror en las principales urbes. Como ha pasado tantas veces en la historia reciente del país, la población civil sería la que más sufriría por esa vuelta al conflicto. 

Zimbabue

Conviene no perderlo de vista en 2011, para ver cómo el gobierno de unidad del país -que agrupa al presidente Robert Mugabe y al líder de la oposición, el primer ministro Morgan Tsvangirai, merece su nombre conciliador cada día menos. ¿Cuál será el momento más delicado? Las elecciones. Ambos desean celebrarlas, pero no están de acuerdo en qué debe someterse a la decisión de los ciudadanos.

Era evidente que nunca iban a llevarse bien. Desde que los dos se aliaron en febrero de 2009, tras los comicios de 2008 que ganó Tsvangirai (pero que su rival se negó a reconocer), Mugabe ha continuado monopolizando las auténticas palancas del poder. Pese a las protestas del primero, es el presidente quien sigue controlando el Ejército, las fuerzas de seguridad y todas las funciones estatales que generan ingresos.

El otoño pasado, Mugabe declaró que quería que el Gobierno de unidad llegara a su fin en 2011. Pretende celebrar elecciones a mediados de año, y su partido, ZANU-PF, ha dejado entrever que empleará las mismas tácticas de coacción usadas en otros comicios para garantizar la victoria de Mugabe. La idea que tiene Tsvangirai sobre la cita en las urnas de 2011 es muy distinta: quiere que se apruebe una nueva constitución.

La disputa por las elecciones ha hecho que la tregua teórica de dos años entre ambos esté al borde del fracaso. Es posible que en torno a los comicios estalle la violencia abierta, salvo si los mediadores regionales e internacionales negocian un compromiso y ejercen auténtica presión sobre Mugabe para que respete las reglas.

Irak

Está hoy mucho mejor que en 2007, cuando cada día morían casi dos docenas de iraquíes por atentados suicidas. Sin embargo, no tiene todavía un horizonte despejado. Y hoy no son los activistas sino los políticos quienes representan la peor amenaza. El nuevo Ejecutivo, formado en diciembre tras nueve meses de negociaciones, es débil y carece de las instituciones necesarias para gobernar con eficacia. La burocracia iraquí está recién nacida y es frágil, y sus Fuerzas de Seguridad dependen todavía demasiado de la formación, la logística y los servicios de inteligencia estadounidenses. Mientras tanto, abundan las quejas de grupos minoritarios y refugiados repatriados, y no parece que el Estado vaya a ser capaz de responder a todas esas demandas políticas. La violencia sectaria asoma de vez en cuando con nuevos brotes, y no está ni mucho menos aplacada por completo; en noviembre murieron aproximadamente 300 iraquíes en actos violentos.

Los vecinos de Irak pueden aprovechar el caos político que vive el país para adquirir influencia y poder, en especial Irán, que apoya desde hace mucho tiempo a los militantes chiíes. Los insurgentes también esperan una oportunidad de aprovechar las desavenencias políticas. Al mismo tiempo, las tropas estadounidenses se retirarán en su mayor parte -aunque no del todo- de aquí a finales de año. Y, sin esa red de seguridad, bastará muy poca cosa para que Irak vuelva a sumirse en una guerra.

No es inevitable que ocurra todo eso. Lo más probable es que Irak continúe su trayectoria actual, con suficiente estabilidad para ofrecer una seguridad relativa a sus ciudadanos, aunque los servicios sigan siendo deficientes. Pero, en una situación en la que se trata de arreglárselas para salir adelante, esa perspectiva es quizá lo máximo a lo que puede aspirar el país después de ocho años de ocupación estadounidense.

Venezuela

Durante los próximos 12 meses, habrá que observar al presidente venezolano, Hugo Chávez, mientras lleva hasta el extremo su variante de socialismo del siglo XXI. Después de haber perdido la mayoría en al Parlamento en septiembre, Chávez ha estado trabajando para asegurarse de que la nueva legislatura dominada por la oposición sea irrelevante. El presidente ha consolidado su control del Ejército y la policía, ha nacionalizado más empresas privadas y ha conseguido que la Asamblea Nacional saliente, progubernamental, le concediera poderes provisionales para “gobernar por decreto”.

La maniobra de Chávez para acaparar más poder llega en un momento en el que los problemas económicos, sociales y de seguridad el país van en aumento. La violencia se ha disparado en las áreas urbanas; en 2009 hubo alrededor de 19.000 homicidios, en una población de 28 millones. En los últimos años, Venezuela se ha convertido en un importante pasillo para el narcotráfico y acoge a diversos cárteles, tanto nacionales como extranjeros. También se ha acusado a las fuerzas de seguridad del Estado de participar en actividades criminales. Mientras tanto, Chávez ha empeorado -en lugar de suavizar- la situación con una retórica feroz y sectaria que parece incitar a la represión violenta de la oposición. El mensaje tiene su público; las bandas callejeras aliadas del Gobierno en Caracas están dispuestas a defender la revolución del presidente con sus Kalashnikovs.

Sudán

La suerte de este país en 2011 se fijará pronto, el 9 de enero, fecha en la que está previsto un referéndum sobre la autodeterminación del sur del país que probablemente desembocará en la independencia de la región. En 2005 terminaron dos decenios de guerra con la firma del Acuerdo Integral de Paz (AIP). Pero ahora que este inicia sus últimas fases, esa delicada paz corre peligro. Aunque la prioridad internacional ha sido garantizar la celebración del referéndum, la estabilidad a largo plazo de la región necesita que el norte y el sur de Sudán sean capaces de mantener una relación positiva.

Si todo va bien, el referéndum discurrirá sin problemas y el gobierno de Jartum respetará su resultado. Eso proporcionaría la base perfecta para unas negociaciones sobre las disposiciones posteriores. Sin embargo, si los comicios salen mal, podríamos ver la reactivación del conflicto entre el norte y el sur y una escalada de la violencia en Darfur, que podría acabar arrastrando a otros Estados de la zona. A estas alturas, cualquier cosa es posible.

Por último, está el espinoso asunto de crear un nuevo Sudán del Sur independiente, que muchos consideran ya por adelantado un Estado fallido. La frontera no está aún decidida, un aspecto importante es que el terreno en disputa, casualmente, contiene un gran yacimiento de petróleo. Y en Yuba, la nueva capital, habría que construir con urgencia y desde cero las instituciones y los servicios necesarios.

México

Hace cuatro años que el presidente mexicano, Felipe Calderón, declaró la guerra contra los narcotraficantes del país. En ese periodo, 30.000 personas han sido víctimas del conflicto, muchas de ellas en la frontera con Estados Unidos, en gran parte como consecuencia de las luchas internas entre bandas rivales para controlar los pasillos de la droga. Hoy, Ciudad Juárez, una urbe fronteriza próxima a Texas, compite con Caracas por el título de ciudad con más muertes del mundo. En los últimos 12 meses, la violencia se ha extendido a centros culturales y económicos del país que antes se consideraban inmunes a la penetración de la droga. Por el norte, las rutas del crimen organizado mexicano llegan ya a casi todas las áreas metropolitanas de Estados Unidos.

En resumen, pese al paquete de ayuda de 400 millones de dólares (unos 300 millones de euros)  anuales de EE UU y los grandes aumentos de los fondos para el Ejército, no está nada claro que el gobierno de México esté ganando -o pueda ganar- esta batalla.

En especial durante el último año, se ha criticado a Calderón por su forma de llevar a cabo la guerra contra el narco. No sólo es difícil ver un claro progreso, sino que, para muchos, la vida ha sufrido un deterioro visible desde que comenzaron las operaciones. En los últimos cuatro años han muerto 20 veces más mexicanos que estadounidenses en toda la guerra de Afganistán. Han sido asesinados dos candidatos a gobernadores y 11 alcaldes. La prensa sufre cada vez más presiones para ejercer la autocensura. Un periódico de Ciudad Juárez llegó a pedir, en una carta abierta a los cárteles, qué estaba autorizado a publicar.

Para “ganar” sería necesario examinar y reformar el Ejército y la policía, que han sido objeto de acusaciones creíbles de cometer abusos en la lucha contra las bandas. Asimismo hay que reforzar el sistema judicial para someter a los culpables a un juicio justo. Y, por supuesto, hay muchas cosas que dependen del vecino del norte: Estados Unidos sigue siendo el mayor mercado de la droga en el mundo y, mientras sus consumidores demanden el producto, los cárteles seguirán suministrándolo.

Guatemala

La guerra de México contra la droga está teniendo repercusiones en toda Latinoamérica. Ante las presiones del Gobierno mexicano, los cárteles más terribles están buscando territorios más cómodos y encontrándolos en Guatemala, donde el Estado es débil y las instituciones frágiles. Si las cosas se ponen verdaderamente mal en 2011, este país podría acabar acogiendo una guerra perpetua de desgaste entre diversos cárteles, que rivalizan por el control de las rutas de la droga -y, cada vez más, los del tráfico de seres humanos- hacia Estados Unidos.

Hasta ahora, el mejor aliado del país centroamericano en esta lucha ha sido la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), una especie de tribunal creado para eliminar a los funcionarios corruptos y comprados por los cárteles. Pero su mandato termina en 2011 y su fiscal estrella dimitió hace poco, tras afirmar que las autoridades políticas estaban obstaculizando su labor. Está prevista la celebración de  elecciones presidenciales en agosto, pero los primeros sondeos indican una Guatemala muy polarizada, con aproximadamente 20 candidatos y ningún claro favorito. Ése es el tipo de incertidumbre que los cárteles saben explotar.

Haití

La naturaleza fue cruel con la isla en 2010, pero este año puede ser la política la que maltrate a Haití. El país más pobre del hemisferio occidental comenzó el año con un devastador terremoto en enero que mató a más de 300.000 personas y continuó con una epidemia letal de cólera y un proceso de reconstrucción lento y difícil que sigue muy retrasado y lleno de obstáculos. Las elecciones presidenciales del 28 de noviembre, que deberían haber desembocado en la formación de un nuevo gobierno legítimo, están paralizadas por las acusaciones de fraude. No se decidirá quién es el vencedor hasta que se celebre una segunda ronda en enero, pero ya han estallado protestas sobre lo que algunos consideran la injusta exclusión de varios candidatos. Hasta ahora, los choques callejeros han causado al menos una docena de muertes.

La isla estaba ya al borde de la desintegración social. Hoy, más de un millón de personas siguen sin hogar en la capital en ruinas. El Ejecutivo, que sufrió enormes pérdidas humanas y de infraestructuras en el terremoto, no tiene capacidad de proveer los servicios ni la seguridad que hacen falta. Y los grupos internacionales de ayuda y las fuerzas de paz de la ONU sólo pueden rellenar esos huecos de forma provisional. Otro factor que ha dificultado la ayuda es la falta de dinero. A pesar de las grandes promesas de los donantes, la entrada de dólares en el país ha sido lenta.

Esta situación de precariedad supondrá un enorme desafío cuando el nuevo gobierno tome por fin posesión, si es que la toma, este año. La segunda ronda de las elecciones coincidirá con el aniversario de la catástrofe, y ha habido escasas mejoras en las vidas cotidianas de los haitianos, que están perdiendo la paciencia.

Tayikistán

Una tierra de extraordinaria belleza, una pobreza terrible y unos líderes codiciosos, Tayikistán puede muy bien convertirse en un territorio perfecto para las guerrillas -procedentes de Asia Central y otros grupos musulmanes de Estados de la antigua Unión Soviética- que llevan años luchando junto a los talibanes y ahora quizá estén pensando en volver a su país para ajustar las cuentas a los brutales y corruptos dirigentes de la región.

Gobernado desde 1992 por Emomali Rahmon, un autócrata postsoviético, Tayikistán sufre una corrupción desde arriba que ha vaciado el país. Un cable diplomático estadounidense filtrado por WikiLeaks dice que “desde el presidente hasta el policía que patrulla la calle, la administración se caracteriza por el amiguismo y la corrupción. Rahmon y su familia controlan las grandes empresas del país, incluido el mayor banco, y emplean todos sus recursos para proteger sus propios intereses, sin importarles el coste para la economía en general”.

No es extraño que, en un ambiente así, casi todos los servicios públicos -incluido el sistema de salud- estén prácticamente destruidos. La economía sobrevive gracias a las remesas de los trabajadores emigrados a Rusia, y casi la mitad de la población vive por debajo del umbral de pobreza. Es un peligroso caldo de cultivo para la inestabilidad.

En los últimos meses, el Gobierno tayiko ha intentado reprimir a los grupos rebeldes islamistas que cruzan la frontera desde el norte de Afganistán, pero con poco éxito. En Washington preocupa cada vez más la posibilidad de que este país se convierta en el nuevo teatro de operaciones de los militantes islámicos y en una ruta conveniente para la penetración de insurgentes de otras zonas volátiles o vulnerables de Asia Central, empezando por su débil vecino, Kirguizistán.

En el año que comienza, es fácil prever que Tayikistán sufrirá un deterioro gradual que lo convertirá en un Estado fallido, a medida que el Gobierno ceda discretamente el control de zonas enteras del país a los insurgentes. Pero hay que tener en cuenta que, aunque desaparecieran los militantes afganos, las perspectivas democráticas de Tayikistán serían pesimistas. Como dice el cable estadounidense, “el gobierno no está dispuesto a reformar su proceso político”.

Pakistan

Cuesta recordar un periodo en el que Pakistán no pareciera estar al borde del abismo. Este año no va a ser ninguna excepción. El país afronta una crisis humana en su parte central, donde las inundaciones han desplazado a 10 millones de personas, la amenaza contra la seguridad que representan los grupos terroristas que actúan en suelo paquistaní, y la inestabilidad política de un gobierno débil que todavía trata de ejercer el control civil sobre un Ejército todopoderoso.

La prioridad más inmediata es ayudar a los millones de personas que aún se encuentran desplazados tras las inundaciones en las zonas rurales del país. A las ciudades tampoco les vendría mal un poco de atención; en 2010 se produjo el mayor aumento de los atentados terroristas urbanos desde que comenzó la guerra en el vecino Afganistán. Los grupos rebeldes y terroristas, además de tener bastiones en el cinturón tribal del noroeste que limita con Afganistán, cuentan con ellos también en centros urbanos como Islamabad, Karachi, Quetta y Lahore. Sin embargo, a pesar de la oleada de ataques en su territorio, Pakistán parece reacio a enfrentarse con toda la fuerza necesaria a los insurgentes. Hasta ahora, las operaciones militares contra los grupos terroristas han oscilado entre los extremos: o una fuerza excesiva y caprichosa, o acuerdos de paz poco pensados. Además, el sistema de justicia penal ha fracasado por completo en el intento de adelantarse a los combatientes, investigarlos y condenarlos. Es muy posible que la violencia vuelva a dispararse en 2011.

Mientras tanto, en Islamabad, el gobierno del presidente Asif Ali Zardari es cada vez más débil e impopular, asolado por la corrupción y la incapacidad de seguir controlando a los jefes militares.  El control civil de la política de seguridad nacional, tanto dentro como fuera de sus fronteras, podría ayudar a volver a encerrar al genio criminal en la lámpara. Una dirección civil más fuerte de las prioridades humanitarias serviría también para impedir que los millones de personas que viven en las regiones devastadas por las inmensas inundaciones del monzón de 2010 -en las conflictivas zonas de la provincia de Khyber Pakhtunkhwa y en el corazón de Pakistán- se conviertan en blanco fácil para los grupos combatientes. Sin embargo, los choques entre el aparato judicial y Zardari y la tendencia del Ejército a desestabilizar los gobiernos elegidos pueden hacer que la transición democrática se tambalee e incluso fracase, con graves consecuencias para el ya frágil Estado.

Somalia

Si sigue yendo hacia abajo en 2011, todo el país puede acabar en manos de los insurgentes islamistas. Hasta ahora, el gobierno de transición, respaldado por la ONU, ha resistido los ataques de los rebeldes sólo gracias a la protección de la fuerza de paz de la Unión Africana; es un gobierno débil y dividido, nacional sólo en teoría. Además, la capital, Mogadiscio, sufre un asedio continuo de los combatientes, una realidad que ha hecho que millones de personas hayan huido de sus casas sólo en este año. Cuando el Gobierno obtiene victorias sobre los rebeldes, se cuentan en calles y manzanas, que tienen que capturar una a una.

El grupo más grande y peligroso es Al Shabab, que asegura buscar la creación de un Estado musulmán conservador y estricto y algunos de cuyos dirigentes prometieron lealtad a Al Qaeda a principios de 2010. Controla ya la mayor parte del sur y el centro de Somalia, y en la actualidad está intentando capturar Mogadiscio. Mientras tanto, los países vecinos temen que esta organización empiece a exportar terrorismo, como hizo por primera vez el verano pasado en una serie de atentados cometidos en Uganda durante el Mundial de fútbol.

En contraste, Somalilandia, en el noroeste del país, es una isla de estabilidad y democracia, y Puntlandia, en el nordeste, es relativamente pacífica, aunque los islamistas y los piratas le causen problemas.

Lo mejor que puede sucederle a Somalia es que sus fuerzas aprovechen las divisiones entre los rebeldes para recuperar territorio, sobre todo en Mogadiscio. El apoyo internacional, que está a punto de llegar, ayudará. Pero también será necesaria mucha suerte.

Líbanon

Si se tiene en cuenta que todavía sufre las consecuencias de una guerra con Israel en 2006 que dejó como legado un precario equilibrio de poder entre los cristianos y los fundamentalistas islámicos, se puede decir que el país de los cedros está hoy más al borde del desastre que nunca.

En los próximos meses, se espera que un tribunal internacional formule cargos contra varios miembros de Hezbolá por el asesinato del ex primer ministro libanés Rafik Hariri, una medida que puede desatar luchas sectarias en todo el país. Sobre todo, los procesamientos podrían acabar con el frágil acuerdo de reparto de poder conseguido en Doha en 2008. De ser así, Líbano podría sufrir la vuelta a los asesinatos políticos, la guerra abierta entre distintos grupos o nuevos intentos del Partido de Dios de reafirmar su poder político y militar. No es imposible que ocurra alguna de estas cosas este año; de hecho, han ocurrido todas en el pasado reciente de Líbano. El hecho de que sea muy difícil imaginar tanto de qué manera puede mantenerse el statu quo actual como hacia dónde puede evolucionar es muy indicativo del grado de incertidumbre y fragilidad que aflige al país.

Además de su desintegración política interna, Líbano corre peligro de volver a enfrentarse en una guerra con Israel. Casi cinco años después del conflicto armado de 2006, las relaciones entre los dos países atraviesan una fase excepcionalmente tranquila pero, al mismo tiempo, muy peligrosa, las dos cosas por el mismo motivo: a ambos lados de la frontera norte de Israel, la acumulación de efectivos militares y las amenazas de una guerra abierta que no respetaría ni a la población ni las infraestructuras civiles  y que podría acabar extendiéndose a toda la región, ha tenido un efecto disuasorio para todas las partes. Hoy, nadie puede pensar seriamente en la perspectiva de un conflicto que tendría un coste mayor, sería más difícil de contener y tendría un resultado menos predecible que ningún otro de los que se han vivido en el pasado.

Pero eso no es más que la parte positiva. Bajo la superficie, las tensiones aumentan sin que exista ninguna válvula de seguridad visible. El régimen de disuasión ha ayudado a mantener la paz, pero el proceso que contribuye a perpetuar -el refuerzo constante de los preparativos militares, el arsenal cada vez mayor y más sofisticado de Hezbolá y la escalada de las amenazas israelíes- tiende a producir el efecto contrario y podría desencadenar precisamente la situación que se ha conseguido evitar hasta ahora.

Nigeria

El 2010 fue uno de los más difíciles para este país africano: el presidente de Nigeria desapareció por motivos médicos -y luego falleció-, cientos de personas murieron por la violencia sectaria entre musulmanes y cristianos en la región central del país, y la amnistía rebelde en la región petrolífera del Delta del Níger se rompió, produciéndose una serie de atentados y secuestros.

Y no parece que 2011 vaya a ser mejor para el país más poblado de África. Está previsto que se celebren elecciones presidenciales en primavera; las últimas, en 2007, dejaron asombrados a los observadores internacionales que vieron las flagrantes intimidaciones y manipulaciones de urnas. Votar en Nigeria nunca ha sido fácil, y, a pesar de las promesas de reformar el sistema electoral, las viejas costumbres de intimidar y comprar votos se resisten a desaparecer. Asimismo, una vez celebrados los comicios, es muy posible que haya disturbios, sobre todo si alguna región y algún grupo concretos quedan insatisfechos con el resultado. Las numerosas zonas de Nigeria -norte, sur, oeste, este y todo lo demás- necesitan tener representantes en puestos de poder para que repartan ayudas y favores, de modo que lo que está en juego es muchísimo.

Sea quien sea el nuevo presidente, se encontrará con varias tareas urgentes. La rebelión en el Delta del Níger está reavivándose, y los guerrilleros prometen seguir atacando instalaciones petroleras y oficinas del Gobierno. La comisión anticorrupción ha perdido la eficacia que antes tenía. Y todo el país está dominado por enormes desigualdades económicas: la riqueza del crudo está en manos de unos pocos, mientras la mayoría de los 140 millones de habitantes vive en la pobreza. 

Guinea

Comienza 2011 con ciertas esperanzas. En diciembre, este país de África occidental presenció la toma de posesión del primer presidente electo de su historia, Alpha Condé. Tras décadas de gobiernos autocráticos, seguidas de un golpe en 2009, este nuevo sistema es verdaderamente un milagro.

Sin embargo, los antecedentes permiten vislumbrar hasta dónde llegan las tensiones. Cuando el presidente del país murió en diciembre de 2008, un pequeño grupo de jefes militares se hizo con el poder y proclamó que eran los nuevos líderes de Guinea. El presidente anterior había sido tan corrupto e ineficaz que muchos agradecieron que se impusiera una junta militar. Pero pronto se vio que el nuevo autócrata, Moussa Dadis Camara, era igual de incompetente. El momento crucial se produjo en septiembre de 2009, cuando sus tropas llevaron a cabo la matanza de más de 150 manifestantes pacíficos en un estadio local.

El país recibió una avalancha de condenas internacionales que obligó a la Junta a convocar elecciones. Mientras tanto, un miembro de esta disparó contra Camara, que tuvo que ir a Marruecos a recibir tratamiento. Su sucesor, el general Sekouba Konate, nombró a un jefe civil provisional y organizó los comicios celebrados recientemente.

Durante el breve mandato de la Junta, el Ejército aprovechó para enriquecer y afianzar su papel en la economía, y hoy lo mantiene pese a que la autoridad teórica sea civil. El Ejército controla gran parte de la riqueza mineral -Guinea es el primer productor mundial de bauxita- y otros sectores importantes. En otras épocas empleó tácticas represivas para lograr sus objetivos, económicos y de otro tipo, y es de suponer que le va a ser difícil cambiar de costumbre. 

República Democrática del Congo

Años después del final oficial de la segunda guerra del Congo, que se prolongó de 1998 a 2003 y fue responsable de hasta 4,5 millones de muertes, franjas enteras del inmenso país centroafricano continúan en armas. En las provincias orientales de Kivu, un Ejército nacional sin disciplina combate a los grupos rebeldes por el control del territorio. En medio del torbellino de violencia y violaciones que dejan a su paso, la mayor fuerza de paz que ha desplegado la ONU en el mundo se ve impotente para proteger incluso a los que más cerca viven de sus bases.

Lo que acecha detrás del conflicto es la vasta riqueza natural del Congo, que es el ejemplo perfecto de la llamada maldición de los recursos. El Gobierno, los guerrilleros, las empresas privadas y los ciudadanos buscan la forma de beneficiarse del oro, el cobalto, el cobre, el coltán y todos los demás minerales existentes bajo el suelo del país, sobre todo en el este y el sur, mientras que el Ejecutivo central tiene su sede a 1.500 kilómetros al oeste y está separado de las provincias orientales por una jungla impenetrable y una lengua y una etnia distintas. Los grupos rebeldes siguen recorriendo las regiones fronterizas orientales y ejerciendo su autoridad de manera impune y cruel. Ni el Gobierno ni los grupos rebeldes tienen la fuerza suficiente para vencer, pero ambos tienen los recursos necesarios para luchar indefinidamente.

Por si fuera poco todo esto, las condiciones en las que viven los habitantes son espantosas. Sólo un tercio de los congoleños que habitan en zonas rurales tiene acceso a agua potable, se calcula que cada año mueren 16.000 niños antes de cumplir cinco años y la esperanza de vida ha bajado cinco años desde 1990.

Mientras los gobiernos nacional y regionales no cambien de tácticas, no terminarán los problemas del Congo. En un mundo ideal, habría que interrumpir las campañas militares en las provincias de Kivu del Norte y del Sur hasta que sea posible desplegar tropas mejor entrenadas, capaces de realizar operaciones selectivas y proteger a la población civil. Los gobiernos de la región de los Grandes Lagos deberían convocar una cumbre y negociar acuerdos sobre cuestiones económicas, tierras y movimientos de población. En el peor de los casos, seguiremos viendo lo mismo: un mosaico de grupos armados en el este del Congo que seguirá luchando indefinidamente, mientras la población civil paga un precio terrible.