68 magribí: Ben Ali en escac, efervescčncia algeriana, prevenció marroquina

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A las seis y media, la avenida Burguiba era un desierto tomado, en cada esquina, por un grupo de policías. La noche iba a ser larga y dura. Sin embargo, al cierre de esta crónica, rozando las diez de la noche, está colapsada de coches y gente que, por primera vez en 23 años, grita lo que piensa.

La policía marroquí impidió ayer una concentración en Rabat que pretendía condenar la represión en Túnez. Un centenar de personas fueron convocadas a una sentada frente a la embajada tunecina por la Coordinadora Marroquí para el Apoyo a los Demócratas Tunecinos (CMADT), pero agentes de la policía disolvieron la concentración. Más tarde, unas pocas decenas de personas marcharon por las calles de la capital marroquí hasta que fueron frenadas por la policía.

Los gritos de "Ben Ali, asesino" que durante toda la jornada fueron contestados con la violencia de la policía llenaron ayer a última hora de la tarde la avenida Burguiba en el centro de la capital y se mezclaron con el júbilo de una población que había conseguido doblegar al dictador.

  

El presidente Ben Ali acababa de salir por sorpresa en televisión para pedir un alto el fuego y anunciar que dejará el poder en el 2014. A las fuerzas de seguridad les ordenó que no volvieran a disparar. La situación al cierre de esta edición era tan incierta y la presión de la calle tan fuerte que Ben Ali, atrincherado en el palacio de Cartago, no tiene nada asegurado pese a sus nuevas promesas de cambio. De pie tras un atril, comunicó al país que entendía las protestas y que, para ponerles fin, rebajaba drásticamente el precio del pan, el azúcar y la leche. Levantaba, asimismo, la censura de prensa y en internet y abría la palestra política a una oposición de verdad.

La bala que por la tarde acabó con la vida de, al menos, una persona en el centro de Túnez fue la que también decidió la suerte de una dictadura que durante 23 años ha gobernado Túnez con puño de hierro, aunque la fachada fuera de pretendida democracia.

La determinación de los jóvenes manifestantes se había acrecentado frente a la fuerza de una policía desorientada y desbordada. Los muertos llegaron ayer a 66, según una oenegé pro derechos humanos. El toque de queda no impidió que murieran ocho jóvenes en los suburbios durante la noche del miércoles, igual que ayer tampoco impidió el júbilo de una población que pide a gritos trabajo y libertad.

La huelga general que estaba convocada para hoy en el área metropolitana de Túnez, donde viven 3,9 millones de los 10,5 millones de tunecinos, iba a ser una prueba insuperable para Ben Ali. Si los enfrentamientos en el centro de la capital fueron ayer durísimos durante todo el día, hoy aún podrían haberlo sido aún más. Ahora es posible que el paro no se celebre.

La oposición en el exilio, según ha podido saber La Vanguardia,prepara un gobierno de transición con apoyo de una parte de los militares...

La violencia que, arrancó en el interior, tradicionalmente más atrasado y hostil a Ben Ali, ha marcado durante los últimos días el paso de la vida cotidiana en Túnez capital.

La policía utilizó ayer gases lacrimógenos antes de tirar con fuego real. Los jóvenes expresaron su rabia con piedras y hogueras improvisadas. Es lo que han venido haciendo desde el 17 de diciembre. Las fuerzas de seguridad no han podido con la determinación de esta juventud, muy bien educada, que sufre un 43% de paro y hasta ahora ha visto con impotencia cómo el régimen autoritario machacaba sus libertades.

El ejército, que el miércoles, ocupó gran parte del centro de la ciudad, mantuvo ayer una posición más discreta. Dejó que fueran los antidisturbios los que llevaran el peso del combate. Ante la falta de agentes para apagar tantos fuegos, la policía movilizó a la milicia, jóvenes de paisano armados con porras que golpean con saña a quien fuera.

"El pueblo tunecino muere ante la indiferencia de Europa y Estados Unidos", afirmó Mona Dridi, doctora en Derecho Constitucional, que a media mañana se había refugiado en la biblioteca de la facultad. Poco antes, Jemais Chammari había expresado esta misma amargura frente a una taza de café en el salón de su vivienda.

"La posición de Francia, Italia y España apoyando al régimen de Ben Ali ha sido catastrófica para nosotros". España había intentado hasta hace poco que Túnez tuviera de parte de la Unión Europea el mismo trato preferencial que Marruecos. A cambio de este apoyo, Ben Ali servía a los intereses de Estados Unidos y la UE manteniendo a raya al islamismo. "Este ha sido el gran error - considera Chammari-.No hay mejor alimento para el radicalismo islámico que la falta de empleo en una dictadura como la nuestra".

Una salida precipitada de Ben Ali puede provocar "un vacío y un caos" que a Chammari le quita el sueño. Al menos dos millones de tunecinos tienen alguna vinculación con el régimen y no van a dejarse arrebatar sus privilegios sin más.

Un gobierno de salvación podría ser la solución. La oposición en el exilio trabaja en ello. Figuras como Moncef Marzuki, líder del Congreso para la República; Sihen Benchedine, director de Radio Kalima; Rachid Ganuchi, líder del movimiento islamista moderado, exiliado en Londres, y Ahmed Bennur, ex secretario de la Seguridad Interior, se reunieron el pasado lunes en París, donde decidieron crear un gobierno de transición en el exilio y preparar un manifiesto democrático. Aseguran contar con el respaldo de una parte importante de la cúpula militar.

El plan de los opositores sería repetir el8 de noviembre de 1987, cuando Ben Ali derrocó al anciano Habib Burguiba con el apoyo de los militares y sin tener que recurrir a la fuerza. Los militares, que se han mantenido en segundo plano durante este mes de crisis, se encuentran divididos. Prueba de ellos es que el jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra, el general Rachid Ammar, fue destituido anteayer por oponerse a la dura represión policial.

Anoche en la capital, con las bocinas de los vehículos celebrando el principio del fin de Zin al Abidin Ben Ali en la avenida Burguiba, la historia parecía estar de su parte.

14-I-11, Xavier Mas de Xaxàs, lavanguardia