´Más allá del capitán Haddock´, Quim Monzó

El martes, Salman Tasir, gobernador del Punyab, murió a manos de su guardaespaldas, devoto musulmán. ¿Su culpa? Haber criticado la ley que condena a muerte a los blasfemos. Tasir era una de las pocas personalidades que se han atrevido a criticar esa ley, herencia de la dictadura. En estas páginas, Jordi Joan Baños citaba a la ex ministra de Información, Sherry Rehman, como otra que se atreve. Por cierto: sugestivo nombre (Sherry,jerez, en un mundo que veta el alcohol) el de esta Rehman que ya debe de estar poniendo sus barbas a remojar.

Aquí, a los de cierta edad la prohibición de la blasfemia nos trae a la memoria aquellos letreros que en los tranvías explicitaban: "Prohibida la blasfemia y la palabra soez". Desaparecieron cuando los tranvías dejaron de circular. Pero en los países islámicos - dictatoriales-la prohibición está aún tan vigente que la gente muere por ello, como demuestra el cadáver de Tasir. Para afianzar su posición internacional, desde hace años más de cincuenta países cuyos códigos penales tipifican el delito de blasfemia se agrupan en una Conferencia Islámica que intenta que la ONU apruebe sus delirios, que son un evidente ataque a los derechos humanos, como se demuestra con la condena a muerte, en el mismo Pakistán, de la cristiana Asia Bibi, que supuestamente ofendió a Mahoma y al islam.

Comparadas con las leyes antiblasfemia musulmanas, pueden parecer pálidas las de Irlanda, Polonia y Grecia, países donde las iglesias católica y ortodoxa hacen y deshacen lo que les viene en gana. Del peligro de que los europeos nos las tomemos a la ligera nos advierten las asociaciones de derechos humanos. Un caso interesante es el de Estados Unidos, donde la Unión pro Derechos Civiles lleva lustros defendiendo el derecho constitucional a blasfemar y a maldecir, y denunciando a los policías estatales y municipales que, creyendo que la ley lo prohíbe, multan a ciudadanos por hacerlo. Según explica la Unión, la obscenidad es delito; en cambio, blasfemar y decir palabrotas no. Pero resulta que hay términos que, en principio, parecen a la vez palabrotas y obscenidades. ¿Qué son en realidad, donde está la diferencia? Pues - leyendo la letra pequeña-resulta que la diferencia está en el "interés lascivo". Es decir: si a usted le cae un martillo en el pie y le chafa un dedo, puede chillar "¡. .. puta!". Eso es una palabrota y, precedida de un nombre religioso (común o propio), incluso una blasfemia. En ese caso no pasa nada. Pero si, con "interés lascivo", susurra "puta..." a la señora que tiene al lado, entonces pringa, porque en ese caso es una obscenidad. Pringa, claro está, siempre y cuando no estén en la cama y, jugando-jugando, ella le haya pedido: "Dime guarradas, por favor...". Llegados a este punto, en aras de la alianza de civilizaciones, intenten explicar estas sutilezas a un tribunal islámico.

8-I-10, Quim Monzó, lavanguardia