´La homofobia sigue viva en el cole´, Celeste López

En apenas seis semanas, más de una decena de adolescentes estadounidenses se suicidaron para poner fin al acoso que sufrían por parte de otros chavales a consecuencia de su homosexualidad. La situación fue tal, que a finales del pasado mes de octubre el propio presidente Barack Obama compareció públicamente para expresar su apoyo a los jóvenes homosexuales y condenar la homofobia desatada en el país de las libertades en los últimos cuatro meses. La ola de ataques a la población gay o lesbiana de Estados Unidos llegó a principios del otoño a un punto en que hasta la propia Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos se vio obligada a intervenir para pedir a la sociedad apoyo contra la persecución que viven millones de menores norteamericanos.

Pero esta situación no es exclusiva de EE.UU. Los adolescentes homosexuales españoles viven este acoso a diario y algunos terminan sucidándose, tal es la presión a la que se ven sometidos, sobre todo, en los centros educativos. Todos los expertos consultados por ES aseguran que los avances legales dirigidos a conseguir la igualdad con los heterosexuales no se han traducido aún en la aceptación de gais, lesbianas y transexuales, en especial entre los escolares, porque la tolerancia hacia la diversidad, sea del tipo que sea, sigue siendo la asignatura pendiente de esta sociedad. Según el último trabajo realizado por el área de Educación del Cogam (colectivo de lesbianas, gais, transexuales y bisexuales de Madrid, LGTB), el 57% de los adolescentes que se reconocen homosexuales se han sentido agredidos por sus compañeros por su tendencia o identidad, y el 7% asegura que esos ataques llegaron a ser físicos. Y eso que una buena parte de ellos no llega a decírselo a nadie (es decir, "no sale del armario"), por miedo al rechazo y al aislamiento.

Como señala Esther Nolla, presidenta de la Asociación de Madres y Padres de Gays, Lesbianas, Transexuales y Bisexuales (APMGYL), la situación que viven los que se atreven a hablar de su condición sexual es, en la mayoría de los casos, de rechazo, algo extremadamente duro en unas edades - entre los 12 y los 18 años- en que formar parte de un grupo, ser aceptado por los iguales, es el centro de su vida. "Nuestros chicos se enfrentan a insultos, mofas constantes y, a veces, a agresiones físicas en la más profunda soledad. Y muchos de ellos no pueden soportarlo, se hunden, de ahí que una buena parte deje los estudios porque es una agonía", señala Nolla.

El doctor en Antropología Social por la Universidad Autónoma de Madrid José Ignacio Pichardo, quien ha realizado numerosas investigaciones sobre parentesco, familia, sexualidad y género, asegura que la soledad, la marginación, las injurias y los abusos son experiencias comunes de la mayor parte de los adolescentes homosexuales.

Así lo ha constatado desde el 2005, año en que comenzó sus trabajos en esta materia y así lo indica el último, Adolescencia y sexualidades minoritarias,aún sin publicar. Todas sus investigaciones apuntan, sin embargo, a que sólo un tercio de los estudiantes de secundaria son manifiestamente homófobos. "Digo sólo, porque, en realidad, es una minoría la que rechaza al homosexual. La mayoría es tolerante y reconoce, siempre en privado, que no sólo no los rechazan, sino que los toleran. Lo que ocurre es que en el instituto el grupo pequeño impone la ley". Si la mayoría no rechaza a los homosexuales, ¿por qué permite con su silencio que sean agredidos los que se declaran como tales? "El miedo a ese grupo, que se hace líder precisamente por el silencio del resto, es muy grande. No hay que olvidar que son los años en los que el grupo lo es todo y muchos temen quedar marginados. En los chicos el miedo es aún mayor porque creen que si defienden a un gay de inmediato los identificarán como él, los estigmatizarán como maricones", explica Pichardo, que recuerda que la mayoría de los homófobos son varones "porque despreciar a la mujer, en este caso, a las lesbianas, y más aún a los gais, les hace parecer más machos".

Pese a que chicos gais son los que más sufren los ataques de los compañeros, también hay muchas chicas. Precisamente el primer juicio por homofobia en un centro escolar tuvo como víctima a una adolescente de 13 años. Esta joven sufrió un infierno, en el instituto en el que estudiaba en Sabadell (Barcelona) en el 2007, tras averiguar siete compañeras, de 13 y 14 años, que era lesbiana (había dibujado en una agenda un corazón atravesado por una flecha con dos nombres femeninos, era su amor adolescente). A partir de ese momento, los insultos y desprecios se sucedieron en el centro. Pero aún era peor cuando terminaban las clases, ya que la acorralaban en un parque cercano y llegaron incluso a amenazarla con una navaja y a quemarle la espalda con cigarrillos. Tal era el hostigamiento, que la familia cambió de ciudad. El problema de la homofobia en los centros es que quienes lo sufren no encuentran el apoyo adulto. Pocos son los profesores que actúan ante una situación de acoso. Normalmente "se lavan las manos", "prefieren no saber" porque también temen ser estigmatizados, explica Pichardo, o bien porque ellos mismos rechazan la homosexualidad. En otros casos, asegura, es por desconocimiento de la realidad de estas personas. "Muchos no tienen ni la más remota idea de lo que está pasando ese alumno silencioso, sin amigos, que deambula huyendo de los grupos y al que de vez en cuando oyen llamar maricón. Sencillamente, creen que son cosas de chicos", señala Pichardo.

Sin embargo, aclara este antropólogo, se comienzan a detectar en algunos centros escolares actitudes de apoyo. Una buena herramienta está siendo, según los colectivos homosexuales, la asignatura de educación para la ciudadanía, donde los adolescentes trabajan sobre la diversidad, el respeto y la tolerancia. Como dice Pichardo, en esa asignatura les enseñan a respetar y a saber "que no hace falta ser una ballena para ser de Greenpeace", no es necesario ser homosexual para tolerar y apoyar. "El problema es que la asignatura llega demasiado tarde, normalmente en 2. º de la ESO, cuando muchos ya son víctimas de abusos".

La situación se agrava cuando, encima, no cuentan con el apoyo de la familia. Así lo pone de manifiesto el trabajo de Caitlin Ryan, autora de Niños saludables con el apoyo familiar,quien asegura que los adolescentes homosexuales rechazados por la familia tienen ocho veces más posibilidades de intentar suicidarse, casi seis veces mayor de sufrir depresión y tres veces más de tomar drogas cuando llegan a adultos que aquellos que cuentan con la comprensión paternal.

Esther Nolla aún se lamenta de "lo mal que lo pasó" cuando su hijo les dijo que era gay. "Tenía 18 años y a mí, progresista, liberal, con amigos homosexuales, heredera del Mayo del 68, se me cayó el mundo encima porque mi mente no estaba preparada para ello. Yo, sin ser conciente, estaba educada en el heterocentrismo. Desde pequeña te dicen que los niños llevan pantalones y las niñas faldas, te hablan de príncipes y de princesas, de juegos masculinos y femeninos..., la normalidad es hombre y mujer. Cuando tu hijo te dice que es homosexual, el mundo se te cae encima, no entiendes nada...", explica lamentándose aún hoy de no haber acompañado a su hijo en el tránsito de la vida adolescente a la adulta. "Me sigue angustiando, cuando nos vienen los chavales a la asociación contándonos la marginación que sufren, pensar cómo lo pasó mi hijo, cómo se sintió". Por eso montó la asociación que, además de dar apoyo a los adolescentes, ayuda a los padres a entender que en el mundo "no se habla un mismo idioma, que hay muchos y que, lejos de empobrecer a la sociedad, la enriquece. La diversidad, sea del tipo que sea, es enriquecedora", señala Nolla. Para la presidenta de APMGYL aún queda mucho camino que recorrer para acabar con la homofobia.

En la misma línea se manifiesta el antropólogo de la Universidad Autónoma, quien cree que las aulas son reflejo de lo que ocurre en la sociedad. "Pocos son los espacios en los que estos chicos no son marginados, acosados e insultados, ante el silencio de la mayoría y, lo que es peor, de las autoridades que supuestamente deben combatir cualquier tipo de discriminación". Y pone como ejemplo lo que ocurre en los estadios de fútbol, donde en algunos casos se insulta a jugadores llamándolos maricones,como ocurrió con los ex madridistas Michel o Guti, sin que el comité antiviolencia actúe como establece la ley contra la violencia, el racismo, la xenofobia y la intolerancia. "La discriminación a los homosexuales está hoy aceptada. Se cree que deben ser ellos los que luchen contra la marginación que sufren, cuando no es así. Esto es un problema de todos, sobre todo, cuando las víctimas son niños".

Así lo ha constatado desde el 2005, año en que comenzó sus trabajos en esta materia y así lo indica el último, Adolescencia y sexualidades minoritarias, aún sin publicar.

Todas sus investigaciones apuntan, sin embargo, a que sólo un tercio de los estudiantes de secundaria son manifiestamente homófobos. “Digo sólo, porque, en realidad, es una minoría la que rechaza al homosexual. La mayoría es tolerante y reconoce, siempre en privado, que no sólo no los rechazan, sino que los toleran. Lo que ocurre es que en el instituto el grupo pequeño impone la ley”.  Si la mayoría no rechaza a los homosexuales, ¿por qué permite con su silencio que sean agredidos los que se declaran como tales? “El miedo a ese grupo, que se hace líder precisamente por el silencio del resto, es muy grande. No hay que olvidar que son los años en los que el grupo lo es todo y muchos temen quedar marginados. En los chicos el miedo es aún mayor porque creen que si defienden a un gay de inmediato los identificarán como él, los estigmatizarán como maricones”, explica Pichardo, que recuerda que la mayoría de los homófobos son varones “porque despreciar a la mujer, en este caso, a las lesbianas, y más aún a los gais, les hace parecer más machos”.

Pese a que chicos gais son los que más sufren los ataques de los compañeros, también hay muchas chicas. Precisamente el primer juicio por homofobia en un centro escolar tuvo como víctima a una adolescente de 13 años. Esta joven sufrió un infierno, en el instituto en el que estudiaba en Sabadell (Barcelona) en el 2007, tras averiguar siete compañeras, de 13 y 14 años, que era lesbiana (había dibujado en una agenda un corazón atravesado por una flecha con dos nombres femeninos, era su amor adolescente). A partir de ese momento, los insultos y desprecios se sucedieron en el centro. Pero aún era peor cuando terminaban las clases, ya que la acorralaban en un parque cercano y llegaron incluso a amenazarla con una navaja y a quemarle la espalda con cigarrillos. Tal era el hostigamiento, que la familia cambió de ciudad. El problema de la homofobia en los centros es que quienes lo sufren no encuentran el apoyo adulto. Pocos son los profesores que actúan ante una situación de acoso. Normalmente “se lavan las manos”, “prefieren no saber” porque también temen ser estigmatizados, explica Pichardo, o bien porque ellos mismos rechazan la homosexualidad. En otros casos, asegura, es por desconocimiento de la realidad de estas personas. “Muchos no tienen ni la más remota idea de lo que está pasando ese alumno silencioso, sin amigos, que deambula huyendo de los grupos y al que de vez en cuando oyen llamar maricón. Sencillamente, creen que son cosas de chicos”, señala Pichardo.

Sin embargo, aclara este antropólogo, se comienzan a detectar en algunos centros escolares actitudes de apoyo. Una buena herramienta está siendo, según los colectivos homosexuales, la
asignatura de educación para la ciudadanía, donde los adolescentes trabajan sobre la diversidad,
el respeto y la tolerancia. Como dice Pichardo, en esa asignatura les enseñan a respetar y a saber “que no hace falta ser una ballena para ser de Greenpeace”, no es necesario ser homosexual para tolerar y apoyar. “El problema es que la asignatura llega demasiado tarde, normalmente en 2.º de la ESO, cuando muchos ya son víctimas de abusos”.

La situación se agrava cuando, encima, no cuentan con el apoyo de la familia. Así lo pone de manifiesto el trabajo de Caitlin Ryan, autora de Niños saludables con el apoyo familiar, quien asegura que los adolescentes homosexuales rechazados por la familia tienen ocho veces más posibilidades de intentar suicidarse, casi seis veces mayor de sufrir depresión y tres veces más de tomar drogas cuando llegan a adultos que aquellos que cuentan con la comprensión paternal.

Esther Nolla aún se lamenta de “lo mal que lo pasó” cuando su hijo les dijo que era gay. “Tenía 18 años y a mí, progresista, liberal, con amigos homosexuales, heredera del Mayo del 68, se me cayó el mundo encima porque mi mente no estaba preparada para ello. Yo, sin ser conciente, estaba educada en el heterocentrismo. Desde pequeña te dicen que los niños llevan pantalones y las niñas faldas, te hablan de príncipes y de princesas, de juegos masculinos y femeninos..., la normalidad es hombre y mujer. Cuando tu hijo te dice que es homosexual, el mundo se te cae encima, no entiendes nada...”, explica lamentándose aún hoy de no haber acompañado a su hijo en el tránsito de la vida adolescente a la adulta. “Me sigue angustiando, cuando nos vienen los chavales a la asociación contándonos la marginación que sufren, pensar cómo lo pasó mi hijo, cómo se sintió”. Por eso montó la asociación que, además de dar apoyo a los adolescentes, ayuda a los padres a entender que en el mundo “no se habla un mismo idioma, que hay muchos y que, lejos de empobrecer a la sociedad, la enriquece. La diversidad, sea del tipo que sea, es enriquecedora”, señala Nolla. Para la presidenta de APMGYL aún queda mucho camino que recorrer para acabar con la homofobia.

En la misma línea se manifiesta el antropólogo de la Universidad Autónoma, quien cree que las
aulas son reflejo de lo que ocurre en la sociedad. “Pocos son los espacios en los que estos chicos
no son marginados, acosados e insultados, ante el silencio de la mayoría y, lo que es peor, de las autoridades que supuestamente deben combatir cualquier tipo de discriminación”. Y pone como ejemplo lo que ocurre en los estadios de fútbol, donde en algunos casos se insulta a jugadores llamándolos maricones, como ocurrió con los ex madridistas Michel o Guti, sin que el comité antiviolencia actúe como establece la ley contra la violencia, el racismo, la xenofobia y la intolerancia. “La discriminación a los homosexuales está hoy aceptada. Se cree que deben ser ellos los que luchen contra la marginación que sufren, cuando no es así. Esto es un problema de todos, sobre todo, cuando las víctimas son niños”

11-XII-10, Celeste López, es/lavanguardia