wikileaks, llibertat d´informació i llibertat de premsa

Nadie ha dado una prueba clara para sostener que Wikileaks han puesto vidas en peligro. Ni una. Pero Hillary Clinton, la secretaria de Estado retratada por las últimas fugas propiciadas por Julian Assange, ha insistido en ese peligro en su arrebato contra el infiltrado informático.

El vicepresidente de Estados Unidos, el demócrata Joe Biden, le ha calificado de ciberterrorista. El republicano Newt Gingrich ha ido más allá. "La información sobre guerra es guerra, y Assange debe ser tratado como un enemigo combatiente". Que no deja de ser el término que se aplica a Osama bin Laden y sus secuaces. El fiscal general Eric Holder -equivalente al ministro de Justicia- sigue construyendo una causa contra el ex hacker australiano por la publicación de documentos clasificados como secretos.

Cualquiera pensará que todo el monte es orégano y que en el país que alardea de la mejor democracia del mundo hay unanimidad en la condena.

Nada de eso. Hace una semana, una veintena de profesores del claustro de la escuela de periodismo de la Universidad de Columbia -la del señor Pulitzer y sus prestigiosos premios al reporterismo- remitió una carta a Holder y al presidente Obama. En su misiva urgían a que se frene cualquier iniciativa criminal contra la organización on line.

"Aunque tenemos puntos de vista contradictorios sobre los métodos y las decisiones de Wikileaks -señalan en su redactado-, creemos que la publicación de los cables diplomáticos forman parte de la actividad periodística protegida por la primera enmienda de la Constitución".



Es las misma norma soberana que impidió emprender actuación alguna contra Daniel Ellsberg cuando a principios de los setenta destapó los llamados papeles del Pentágono sobre la guerra de Vietnam. Y aquellos documentos gozaban de una consideración de mucho mayor calado y gravedad. Eran top secret.

"La primera enmienda continúa marcando el baremo de libertad en la prensa, alentando a los periodistas de muchos países a tomar riesgo en nombre de la transparencia", indica otro párrafo.

El debate sobre la seguridad y el control o la anarquía de internet, ha encontrado otra arista. ¿Wikileaks es periodismo o no?, una pregunta que no hace más que abrir una reflexión sobre el sentido de la información y la labor de los informadores.

Los profesores de la Universidad de Columbia no dejan margen a la duda en su carta. Como tampoco otro de sus colegas, Jeff Jarvis, autor de un libro de referencia en el universo de la red, What would Google do? (Qué haría Google?). "La prensa ha de defender Wikileaks, porque Wikileaks es las prensa, ejerce el papel de la prensa y si no hacemos nada en su favor será un terrible precedente", proclamó días atrás en un encuentro organizado en Nueva York por Personal Democracy Forum.

Jarvis se manifiesta radicalmente en contra de la opinión expresada por David Carr. Este experto dispone de una columna semanal sobre medios en The New York Times,uno de los pocos diarios que han estado en todas las filtraciones, todas, pese a que Assange lo excluyó de su último reparto.

Le molestó que no fueran complacientes en el perfil que pergeñaron sobre él. Según Carr, "los grandes medios invierten mucho tiempo buscando fuera de las manos oficiales, pero operan en la creencia de que el Estado está legitimado y tiene derecho a mantener sus secretos".

Jarvis le contesta: "No pienso que como periodista sea aceptable la idea de que los informadores deban ver a sus estados legitimizados". Al contrario, remarca, los medios han de ilegitimar todo eso que se esconde por defecto.

En ese debate neoyorquino, una de las opiniones de peso la aporta el cineasta Charles Ferguson. En uno de sus documentales hurgó en la guerra de Iraq más allá de la versión oficial, No end in sight,premiado en el Sundance del 2007. Ahora triunfa con otra indagación a fondo, en esta ocasión sobre la crisis económica en Inside job.Ferguson asegura tener sentimientos encontrados respecto a Assange, a su estilo de actuar y a sus filtraciones. Tampoco cree que sea "un problema nuevo" provocar la ira de un gobierno al poner luz en cosas que se ocultan a la ciudadanía. Para Ferguson, sin embargo, lo remarcable es "la tendencia cada vez más acusada al secretismo", da igual que el presidente se llame Bush u Obama, pese a las promesas de transparencia que éste realizó en su camino a la Casa Blanca. "Estamos ante la vieja batalla por la libertad de expresión que por fin ha llegado a la red", matiza. La cuestión requiere, bajo su punto de vista, responder a cómo se maneja la información en la red, una vez que los grandes medios parecen haber tirado el testigo, silenciados por el impacto y los efectos derivados del 11-S.

"La idea de que esta experiencia cambia profundamente el periodismo resulta exagerada", según el comentario de Bill Keller, editor ejecutivo del Times.Carr matiza que "los grande medios incluso pueden encontrar cierto alivio al comprobar que estas filtraciones no contienen, salvo escasas excepciones, ninguna revelación extraordinaria". El síntoma es otro, tercia Arianna Huffington en el foro. Esta mujer, una de las fundadoras del diario digital que lleva su apellido, dice no saber si Assange es "un santo, un visionario o un pelagatos". Pero, entre las dudas respecto a su sistema de trabajo -sostenible sólo por la colaboración imprescindible de las plataformas tradicionales-, le otorga el mérito de agitar la conciencia de las empresas periodísticas. "Wikileaks es la respuesta a los errores de la prensa de no hurgar en casos como el desastre financiero", remarca.

¿Periodismo? Jay Rosen, profesor del ramo en la Universidad de Nueva York, da una definición. De la plataforma de Assange afirma que es "la primera organización de noticias sin Estado", que encuentra su vía de distribución gracias a los medios tradicionales; a los que, a su vez, Rosen les culpa de hacer dejación en su papel de vigilancia al gobierno.

22-XII-10, F. Peirón, lavanguardia