´Gran Casino´, Clara Sanchis Mira

Una amiga ha vuelto a la agencia inmobiliaria que le vendió su casa para intentar venderla. Más bien se trata de vender la hipoteca, dice, porque la casa no sería mía hasta el 2035. Quiere vender porque ha visto que está subiendo otra vez el misterioso Euribor que hace un año asfixió su bolsillo. La inseguridad laboral, además, le parece más segura con un alquiler. Si las cosas se ponen mal, siempre te puedes ir a otro más bajo, y así sucesivamente.

El hombre de la inmobiliaria le dice que se olvide de ganar dinero con la venta. A mi amiga eso no le importa, compró la casa para vivir en ella, no para hacer negocio. Pero no deja de ser grotesco recordar la borrachera en la que vivíamos hace nada, cuando la gente compraba casas y las revendía mucho más caras a los tres años, en plan especulador de pijama. Hasta esa mañana en que nos despertamos sobresaltados en este Gran Casino, perdiendo en la ruleta hasta la camisa. Efectivamente, el inmobiliario ya le está contando que se prepare para perder dinero. En el caso de que la vendas, dice, es imposible que puedas recuperar. Mi amiga quiere saber cuál sería el precio de su libertad. El hombre hace unos cálculos. Sus pesquisas, más que nada, consisten en diseñar tácticas para engañar al posible comprador. Su sistema de venta se basa en dar con uno lo más tonto posible. Es importante que no sepa que el Euribor está subiendo, por ejemplo. Le ponemos un precio alto, dice, y al cabo de una semana lo bajamos de golpe, es un efecto psicológico. Le decimos que estamos a punto de firmar con otro cliente pero que le esperamos dos días porque él nos da más confianza, añade, otro efecto psicológico. Mi amiga no había ido a la agencia con la idea de convertirse en una timadora de casas, pero coge carrerilla. En un periquete, es cómplice de unos trucos que consisten en dar gato por liebre o echar carnaza en el anzuelo, a la espera de un buen besugo. Hasta que se le ocurre si todo esto no será otra táctica del inmobiliario para engañarla también a ella. Una vez borrada la línea de la honestidad, todos pisamos suelo movedizo.

Es el sistema de mercadeo por el que hemos apostado. Y un estilo de vida. Sácale algo al prójimo, sería la cuestión. Casi todos los intercambios comerciales se basan en algún tipo de engaño camuflado. Desde la crema antiarrugas hasta las tarifas telefónicas, pasando por la locura de la letra pequeña de todo. En este caldo, es normal que tengamos una crisis aguda de confianza. Y si no, ya se encarga el partido de la oposición de machacar con el tema a cualquier precio, ávido de poder. La codicia ha ganado de calle a la honradez, que ya está mal vista. Así, el libre mercado consiste en chuparnos la sangre libremente los unos a los otros, todo lo que podamos.

3-XII-10, Clara Sanchis Mira, lavanguardia