´El corto plazo´, José Antonio Marina

El año 2002 sucedió algo sorprendente. La Academia Sueca dio el premio Nobel de Economía a un psicólogo- Daniel Kahneman- por haber demostrado que los humanos somos malos calculadores y con frecuencia tomamos decisiones económicas irracionales. El acercamiento entre ambas ciencias era previsible, porque tratan de comportamientos humanos. La crisis actual plantea interesantes problemas psicológicos. Por ejemplo, el efecto de las fabulosas primas concedidas a los altos ejecutivos.

Los psicólogos han estudiado si las recompensas por los resultados los mejoran realmente. En muchos casos no, porque el afán de conseguirlas impide una concentración en la tarea o un interés por el largo plazo. Pensemos lo que supone en política la proximidad de las elecciones. Aunque no quieran, la búsqueda del premio dirige la acción. Inevitablemente los ciudadanos resultan perjudicados durante ese período, porque ya no resultan interesantes como ciudadanos, sino sólo como electores. No interesa su bienestar, sino su voto. En el mundo de la empresa, investigaciones solventes indican que las organizaciones obsesionadas por las ganancias inmediatas invierten menos en investigación y desarrollo. Tal vez este fenómeno está en el origen de la gran crisis del 2008. Todos los jugadores del sistema se habían concentrado solamente en las recompensas a corto plazo: el comprador que quería una casa; el agente hipotecario que quería una comisión; el agente de cambio y bolsa que quería vender nuevos productos financieros; el político que quería tener una economía próspera para su elección… y todos ellos ignoraron los efectos a largo plazo de sus acciones sobre ellos mismos y sobre los demás.

Hablo de este tema porque esta ideología cortoplacista, la incapacidad para aplazar la recompensa, devasta el mundo educativo, que es el mío. Walter Mischel elaboró un curioso test - el test del caramelo-, que se aplica a niños de cinco años, y cuyos resultados ha estudiado durante dos décadas. La maestra da a los niños una chuchería y les dice que pueden comérsela, pero que si no lo hacen mientras ella está fuera del aula, al volver les dará una recompensa. Sale y observa el comportamiento de los niños. Unos se comen la chuche inmediatamente, otros deciden no comérsela y ponen en práctica sabias estrategias: cierran los ojos para no ver la tentación o se ponen a jugar para distraerse. El resultado de esta prueba, es decir, la capacidad de aplazar la recompensa, predice el futuro académico de los niños con más precisión que los test estándar de inteligencia.

Los comportamientos aceptados por la sociedad son demoledores para la educación. Hace unos meses apareció la noticia de que la Universidad de Granada estudiaba dar un premio en metálico a los estudiantes que asistieran a clase. Hubo un comprensible movimiento de indignación. ¿Cómo se les va a pagar por cumplir con su deber? Pero en esto la sociedad es muy hipócrita o muy ignorante, porque admite con naturalidad que se paguen primas a futbolistas por ganar un partido (que es su obligación) o bonus a los directivos de empresas por gestionarlas bien (que también es su obligación). Tengo la impresión de que a la gente le gusta ser timada. Todos mis esfuerzos van dirigidos a un objetivo que a veces me parece un sueño: conseguir una vacuna contra la estupidez.

27-XI-10, José Antonio Marina, lavanguardia