Martes por la mañana. Me dirijo al consulado de España en Nueva York con la intención de que el señor cónsul me firme unos poderes, y para preguntar por qué, a pesar de haberme registrado dentro del plazo establecido por la ley, no han llegado a mi domicilio los papeles necesarios para poder votar. Ya les avanzo que los poderes los tengo, me costaron 89 dólares, pero de votar nada de nada. El consulado de NY es la mar de bonito. Está en la trigésima planta de un edificio en el que no hay manera de saber qué ascensor debes tomar. Qué vistas. Los que trabajan allí no son funcionarios, están contratados como seres humanos con riesgo de despido, y se nota, se les ve como más felices. Y hay una chica muy guapa que atiende con gran diligencia la ventanilla 3. El señor que me atiende nos dice, a mí y a otro catalán sin derecho a voto, que la documentación está en orden, que es cosa de Madrid (¡Siempre culpando a Madrid! ¡Somos unos victimistas!). Pues ya ves. Luego imprime un papel. Mucho misterio. En él hay unas letras y unos números; concretamente, el número de teléfono y la dirección de correo electrónico del censo: "Escríbeles, y ellos te dirán. Nosotros no sabemos nada". Todo muy edificante. No se crean, no culpo al mensajero. El pobre señor contratado por el consulado es muy amable, y no parece poder hacer mucho. Lo digo porque no hace mucho, teniendo en cuenta que lo de votar debe ser un derecho fundamental, o así. ¿De qué sirve un consulado si puedes tramitar el voto, pero no reclamar cuando no puedes ejercerlo? Miro por la ventana con cara de abstencionista. Qué vergüenza. Si van a NY les recomiendo que lo visiten, las vistas sobre el East River son bonitas de verdad. Mando el e-mail. Me vuelve rebotado: "Mail delivery system error." Llamo, son las 4 p. m. en Madrid, da tono mucho rato, alguien descuelga y cuelga inmediatamente. Llamo repetidamente; comunica. Si no voto es por culpa del sistema, estrictamente. Qué gusto poder decirlo.
25-XI-10, Jordi Graupera, lavanguardia