´Estruendo nacional´, Joana Bonet

La Plataforma contra el Ruido de Barajas ha anunciado nuevas y originales movilizaciones. Lo que sea con tal de combatir el desaliento ante los 873 vuelos irregulares que han denunciado en repetidas ocasiones y sobre los cuales Aena ha incoado un solo expediente. Tras asambleas, movilizaciones y encuentros con el Defensor del Pueblo, la plataforma ha decidido experimentar una regresión, esto es: recurrir a los Reyes Magos. A partir de ahora empezarán a recoger postales reivindicativas para entregar a Melchor, Gaspar y Baltasar. Un guiño naif, pueril incluso, pero que demuestra a qué extremos puede llegar la desesperada demanda de una vida más silenciosa. Las iniciativas ciudadanas para frenar el estruendo nacional son conmovedoras: cuando no funcionan los cauces oficiales y se empiezan a agotar las llamadas de atención, o te desnudas o escribes a los Reyes Magos. La plataforma Prou Soroll, contra el ruido de El Prat, sigue con sus movilizaciones y anuncia que, ante un año de obras por cierre de la pista transversal, les espera lo peor: los aviones entrarán por el mar con nocturnidad y alevosía.

Ni los días internacionales del ruido, ni los sucesivos informes de acústica ambiental, ni, incluso, el cauce de la ley son capaces de moderar el volumen del mundo. Los camiones de la basura siguen pasando de madrugada, "para no complicar más el tráfico", dicen sus responsables. Antes, el ruido era sinónimo de progreso y de músculo. No en vano, siempre ha formado parte de la identidad de las sociedades modernas al recordarnos la presencia sonora del otro. Los montadores de sonido añaden las pistas de ruidos como una capa de barniz en las escenas de una película. Desde las bocinas reivindicativas hasta el botellón, el rumor de fondo de la multitud se mezcla con los equipos de perforación de las obras; los tubos de escape trucados o los nuevos y modernos artilugios que utilizan los ayuntamientos para aspirar las hojas de la calle. Ni los que se animan a vivir fuera de la ciudad logran sortear la tortura del ruido. A las ocho de la mañana las máquinas ecológicas desayunan con sus motores bien entrenados. El progreso significa en parte sustituir lo manual por el artilugio, el abanico por el aire acondicionado, casi siempre sin silenciadores. Los estudios médicos relacionan muy directamente la contaminación acústica con la salud cardiovascular y el aparato digestivo, sin olvidar la fragilidad de unos nervios mal dormidos.

Nunca lo he entendido. Negarse al placer de modular y saborear los matices sonoros, no convocar más a menudo al silencio que permite escuchar los sonidos escurridizos. Incluso la firmeza y el enfado tienen más credibilidad si no se levanta la voz. El mundo se ha articulado en cápsulas ruidosas, también dentro de las casas. El zumbido de la centrifugadora sigue retumbando en nuestras cabezas con la misma impertinencia que la canción del verano. Los oídos nos silban, habituados ya a los rugidos que convierten las ciudades en un territorio hostil. Qué paradójico afán en remozar y modernizar las fachadas y las aceras mientras los interiores siguen petrificados, como si el tiempo se hubiera congelado. El mundo parece desenfocado y confuso, nada es lo que parece y se ha impuesto el realismo sucio también entre los cazadores de sonidos. Es tiempo para desconsiderados que hablan sin pudor desde su móvil en el tren, como si echaran el aliento en el centro de nuestros pensamientos. Hablar en voz baja puede parecer cursi, hay que imponerse, chillar como en las tertulias - cuando se grita sube la audiencia-,vociferar para existir. La cultura del silencio empieza por rebajar los decibelios de ese ruido de fondo tan español.

17-XI-10, Joana Bonet, lavanguardia