´Energúmenos´, Sergi Pāmies

El energúmeno avergüenza a sus hijos y a sus padres, a no ser que sus hijos y sus padres también sean energúmenos, en cuyo caso se sienten orgullosos de él. No respeta el turno, ni las colas, habla en voz alta en el cine, aparca siempre en doble fila y cuando, con razón, le ponen una multa, blasfema y repite que "sólo eran cinco minutos", porque el energúmeno considera que sus cinco minutos son mucho más importantes que los cinco minutos de los demás. El energúmeno ronca, pero no porque tenga un problema respiratorio o de sobrepeso. Lo hace para fastidiar y hacerse notar incluso cuando duerme. En los aviones, suele reclinar violentamente su asiento hacia atrás y si algún pasajero pone mala cara ante sus ruidosos aspavientos, lo fulmina con la mirada, buscando el conflicto que le permita discutir, amenazar y comportarse como el energúmeno que es.

El energúmeno presume de todo: de haber pagado menos por su coche que el común de los mortales, de tener amigos influyentes y de no llevar nunca ropa interior. Cuando practica el sexo, ya sea pagando o de forma gratuita, el energúmeno resopla como un cochino hasta alcanzar el clímax y se queda dormido al momento, a ser posible encima de sus víctimas, que suelen morir por asfixia o aburrimiento. Sea de derechas, de izquierdas o de centro, el energúmeno trata mal a los camareros y a los taxistas y cuando habla de su mujer delante de ella utiliza la palabra "esta" en un tono que fluctúa entre la condescendencia y el desprecio.

El energúmeno cree que hay que tener deudas para ser alguien y no pagarlas nunca para ser respetado. Nunca desconecta el teléfono móvil, llama de tú a los adultos que no son de su raza, amenaza a los profesores que suspenden a sus hijos y, siempre que puede, paga con dinero negro. Cree que los hombres que se depilan son unos maricones, que las mujeres son un poco putas y que todos los políticos son unos ladrones. Tiene soluciones drásticas para resolver el paro, la crisis, la delincuencia, la contaminación, la inmigración y los malos arbitrajes, y si cometes el error de escuchar sus argumentos, descubres que la solución es la misma para todo: mano dura. A veces, gracias a la lotería del azar, el energúmeno se tropieza con otro energúmeno. Y aunque el encontronazo suele ser desagradable, proporciona a los que no son energúmenos cierta esperanza. La esperanza de comprobar que, con un poco de suerte, los energúmenos acabarán eliminándose los unos a los otros y que, cuando hayan desaparecido, el mundo será un lugar un poco menos insoportable.

1-X-10, Sergi Pàmies, lavanguardia