“El bancazo“, Llątzer Moix

Si pregunto qué es un banco, unos me dirán que un asiento; otros, una bandada de peces; y otros, una entidad que concede módicas rentas cuando se le confía dinero y pide intereses más altos cuando lo presta. Pero si pregunto qué es un banquillo nadie me responderá que un diminutivo de los anteriores conceptos, sino ese lugar donde se sientan los suplentes de un equipo deportivo o ese otro donde se revuelven con cara de circunstancias los procesados en un juicio. He aquí un diminutivo (banquillo) que casi ha conseguido emanciparse de la voz madre (banco), adquiriendo significado propio. Por eso me llamó mucho la atención el banquillo enorme del caso Malaya -la voraz corrupción municipal de Marbella-, reunido el lunes en la Audiencia de Málaga para la primera sesión de su juicio. En sentido estricto ya no cabría hablar aquí de un banquillo, sino de un bancazo. Concretamente, del mayor que se recuerda por estos pagos.

Más de 90 ex alcaldes, ex concejales, abogados y testaferros, encabezados por el cerebro Juan Antonio Roca, se sentaron en ese banquillo. Daba gloria verlo: por su dimensión parecía una platea de cine. Y quizás el símil cinéfilo no sea inadecuado, puesto que parte de sus ocupantes viven hoy del espectáculo, del circo patrocinado por la prensa rosa.

La buena noticia que la foto del macrobanquillo nos trae es que, tras años defraudando a la cosa pública mediante recalificaciones, comisiones y blanqueos, Roca y sus acólitos se acercan a la condena. La mala noticia podría ser que, al ver a tan nutrida tropa, alguno crea que la corrupción da para todos e intente emular a los procesados. Digámoslo cuanto antes: ni siquiera en un país con tanta podredumbre como este la corrupción da para todos. Es una cuestión de mera física: el éxito de un solo corruptor que opera en la escena pública requiere de la existencia de muchos perjudicados de a pie. De modo que no, la corrupción no es un camino para todos.

Y ya que hablamos de corrupción, precisemos que la hay activa y la hay pasiva. En el caso Malaya abundan los corruptores activos, los que han traicionado la confianza popular. Ahora bien, junto a la corrupción propia de quienes violan las normas éticas y cívicas, está la corrupción pasiva, autolesiva, de cuantos prestan más atención al circo rosa que a lo que en verdad importa en la vida, mostrando escasa cabeza.

Máxima severidad, pues, en el castigo a cuantos trincaron desvergonzadamente, hinchando de paso un globo inmobiliario cuyo pinchazo nos salpica a todos. Y máxima seriedad entre los ciudadanos que, a falta de pan, ya parecen conformarse únicamente con el circo, y empiezan a considerar a sus domadores y payasos como futuros líderes políticos. Si seguimos por esa vía, quizás haya que juzgar por delito de lesa inteligencia a buena parte de nuestros compatriotas. En tal caso, el megabancazo resultante dejaría en mantillas al del caso Malaya.

3-X-10, Llàtzer Moix, lavanguardia