´Huelga fatal´, Xavier Bru de Sala

Contaba un amigo ex payés que, de joven, sólo medio siglo atrás, su padre le daba dos cartuchos para salir a cazar. Uno, para comer carne en casa. El otro para vender la segunda pieza, si la cobraba, y comprar otro par de cartuchos, más una pizca de algún que otro producto de primera necesidad. El chico tenía mucho, muchísimo cuidado en no fallar. Bastante más que los sindicatos, que han gastado el penúltimo cartucho sin cobrar pieza alguna. Más bien al contrario. No están cautivos, al menos en apariencia, pero sí desarmados. O casi.

La medida del éxito o el fracaso de la huelga la han dado los gobiernos autonómicos y el central, no la fuerza de los sindicatos, que sin los piquetes coactivos -en claro y deseado declive- es poca. Con servicios mínimos del cincuenta por ciento y mano dura contra los piquetes, no habría huelga general. Y viceversa. Pero eso segundo no lleva trazas de volver a ocurrir. Así que el éxito relativo, irregular o parcial, como quieran llamarlo, es aparente y se debe ante todo a la tolerancia gubernamental. Sin la ayuda del PSOE, la huelga habría fracasado.

Si el proclamado objetivo consiste en la rectificación, está claro que han fallado. Como todo el mundo sabe, y también ellos, no hay margen alguno para rectificar. Al contrario, el Estado de bienestar, para poder subsistir, va a sufrir nuevos recortes, y a la carrera en España por exigencia de los acreedores de la abultada deuda. Así que, además del disparo al aire, el objetivo de la huelga no consiste en lo que se proclama. ¿Qué pretenden, entonces? Mantener el statu quo de los sindicatos, seguir siendo un agente social de primer orden. Según lo veo, llevan las de fallar también el segundo cartucho en este objetivo, oculto pero real. En España, los sindicatos son organizaciones dependientes del poder político, y por tanto débiles, con estructuras obsoletas, empezando por las mentales. Defienden una parte de los trabajadores, no la más desprotegida, y cuentan con tan pocos amigos como innumerables enemigos. Más que contribuir a machacarles, el propósito de estas líneas es echarles un mano. Una España con los sindicatos exangües daría mayor vértigo todavía.

A la contra del pesimista diagnóstico, los líderes sindicales proclaman: "Estamos aquí, y cuidado que quitamos y ponemos presidentes de Gobierno". Ay. Por crecerse que no quede. Por errar el tiro, tampoco. No tienen en cuenta la contundencia de la argumentación contra ellos, que resumo y suavizo: si bien se mira, los sindicalistas son en buena parte una especie de funcionarios. Por un lado, viven de las abultadas subvenciones públicas. Por otro, de unas normativas que obligan a las empresas a pagarles sin apenas producir. Además, el mercado y las relaciones laborales se regulan en muy buena parte desde las administraciones, empezando por Bruselas y acabando en las autonomías. Los sindicatos, cuando no se corresponsabilizan de las empresas y la economía, corren peligro de defender privilegios (empezando por los propios) y a unos trabajadores en detrimento de otros peor situados.

Afortunadamente, ser sindicalista ha dejado de comportar peligros y privaciones. Pero tampoco deberíamos caer en el otro extremo, pues liberar o defender a quienes se muestran menos dispuestos a rendir en el trabajo redundaría, si no redunda ya, en un mayor descrédito de los sindicalistas entre las amplias capas de trabajadores que arriman el hombro, a sabiendas de que contribuir a la buena marcha de su empresa es el mejor modo de asegurar su futuro laboral.

En un caldo más gordo que el descrito se cultiva la agresividad del PP, en contraste con la amabilidad del PSOE. El PP se prepara para acabar con el poder fáctico de los sindicatos o reducirlo cuanto pueda. A fin de recuperar prestigio, cartuchos y cargar las baterías de razones, mejor hubiera sido leer bien la angustiada situación de la economía española y dejar la protesta en simbólica cacerolada o algo así. En los duros tiempos que corren, el exceso de conflictividad es la espuma bajo la cual se deprime la capacidad de acción e interlocución sindical. El futuro que les está esperando, como trampa para alguaciles, se llama docilidad, con algo de tolerada gesticulación. La alternativa, el castigo al envalentonamiento, consistirá en un progresivo cierre del grifo. La derecha, que ha contemporizado con ellos, por no hablar de coqueteo, ha levantado el palo. En cuanto vuelvan a asomar la cabeza y mande el PP, es más que probable que se reproduzca en España una experiencia de matriz thatcheriana. Por lo tanto, en cuanto se les pase el ardor guerrero que ahora les ciega de envalentonada emoción, deberían darse cuenta de que su objetivo, mantener el statu quo, sólo puede conseguirse, y aún en parte, arrimándose al PSOE. O eso, o enfrentarse a Zapatero, desgastarse mutuamente, para facilitar así la futura labor demoledora del PP. Los sindicatos han gastado sus dos últimos cartuchos de manera atolondrada, y si no rectifican, si llevan al PSOE a campo abierto, lo pondrán y se pondrán muy a tiro de los populares. Ambos a un tiro.

1-X-10, Xavier Bru de Sala, lavanguardia