´¿Una lengua impuesta?´, Xavier Sala i Martín

¿Se han preguntado por qué casi todo  el mundo siente simpatía por la causa tibetana y antipatía por la israelí? ¿O por qué la gente se preocupa de la posible extinción de ballenas u osos polares y no le preocupa lo más mínimo la situación de cocobacilos, escarabajos o mantis religiosas? Y es que en el mundo hay dos tipos de causas: las simpáticas y las antipáticas. No sé exactamente qué determina que una causa caiga bien y otra no. Lo que sí sé es que las simpáticas reciben el apoyo económico, político, intelectual, propagandístico y moral de casi todo el mundo. Las antipáticas no reciben el apoyo de casi nadie.

El miedo a que estas sean sus últimas semanas de vida hace que el tripartito catalán se esté apresurando a aprobar todo tipo de leyes que dejen constancia de que por la Generalitat ha pasado un "Govern catalanista i d´esquerres". Entre las últimas ocurrencias está un decreto ley que, según el conseller de Innovació, Universitats i Empresa, Josep Huguet, obligará a "acreditar el nivel C de catalán a los nuevos profesores o a los que quieran promocionar a nuevas plazas".

Vaya por delante que yo llevo 17 años enseñando medio trimestre al año en la UPF de Barcelona, que siempre he dado las clases de grado en catalán, que amo a Catalunya, yque pienso que mi lengua está en situación de precariedad porque la inmigración que ha llegado desde España y América Latina en los últimos 50 años ha hecho que una gran parte de la población se niegue a hablar en catalán. Dicho esto, pienso que si la Generalitat finalmente aprueba ese decreto ley, cometerá un error estratégico que perjudicará a Catalunya y a su universidad.

Hay al menos tres razones que me llevan a pensar eso. La primera está relacionada con la filosofía general de los políticos de izquierda: convencidos ellos de que saben mejor que los ciudadanos lo que nos conviene y lo que no, se dedican a regular todas nuestras actividades, desde lo que comemos hasta la velocidad a la que circulamos, pasando por lo que reciclamos o la lengua que hablamos. ¿Qué pasa cuando uno no hace lo que se le dicta?

Pues se le castiga, se le multa, se le sanciona o, en el caso de los profesores, supongo que se les impedirá ejercer la docencia. Es como si quisieran convertir al país en un gulag sin libertad donde el gran hermano decide lo que debemos hacer. No me gusta.

Segundo, parece que el conseller de Universitats no entiende el papel de la universidad en la sociedad: la universidad no es el sitio donde se aprende la lengua. Eso se hace en los colegios de primaria y secundaria. Que conste que pienso que todos los ciudadanos deben aprender la lengua del país en el que viven. El conocimiento de la lengua facilita la integración de los foráneos y evita que los guetos se perpetúen de generación en generación. Por eso es bueno que se enseñe en inglés en Inglaterra, en francés en Francia, en sueco en Suecia y en catalán en Catalunya. Ese aspecto de la educación ha sido muy beneficioso para la convivencia en Catalunya.

El problema es que la universidad no es donde se enseña a hablar, leer y escribir. Es donde se hace y donde se enseña la ciencia. En una sociedad moderna que debe aspirar a ser líder en biomedicina, telecomunicaciones, economía, administración de empresas o informática tiene que haber universidades de primera división. Para ello, uno debe aspirar a tener a los mejores investigadores y profesores, del mismo modo que para aspirar a tener un gran equipo de fútbol, uno debe aspirar a tener los mejores jugadores.

Y si esos investigadores, profesores o jugadores de fútbol son catalanes, muy bien. Pero si son argentinos, brasileños, norteamericanos o de Fuentealbilla, también deben ser invitados a venir. Imponer exámenes de catalán a los profesores de la universidad, cuando la lengua universal de la ciencia es el inglés, es una barrera tan absurda como lo sería obligar a cualquier jugador del Barça a hacer un examen de química orgánica.

La tercera razón es que obligar a examinarse de catalán da una imagen de intransigencia y provincianismo. Lo que nos devuelve al fenómeno de las causas simpáticas y antipáticas. La opinión pública mundial va a dar apoyo a la causa catalana (y necesitamos ese apoyo) si y sólo si esta causa cae bien. Yel no contratar a profesores de prestigio porque no hablan catalán es un error estratégico que no contribuye a crear simpatías. Nuestra lengua debe ser fomentada a través del corazón y no de la imposición. El catalán tiene que ser una lengua de prestigio que todos los ciudadanos quieran hablar voluntariamente y no porque teman un castigo. En este sentido, la historia de la radio es un ejemplo de cómo se pueden hacer las cosas: cuando murió Franco, todas las radios se hacían en castellano. De repente, algunas cadenas públicas empezaron a utilizar el catalán. ¡Quién no recuerda al mestre Puyal sorprendiéndonos con nuevos vocablos futbolísticos que todos pasábamos a utilizar! La radio catalana se hizo tan atractiva que las empresas privadas siguieron el camino, hasta el punto de que, en la actualidad, RAC1, una cadena privada que emite íntegramente en catalán, es líder de audiencia. Sin coerciones. Sin obligaciones. Sin multas. La gente escucha voluntariamente la radio en catalán porque la oferta es atractiva.

Los castigos y las imposiciones generan anticuerpos y antipatías y acaban teniendo el resultado opuesto al deseado. ¿No es hora de pensar, pues, en cómo hacer que el catalán sea una lengua atractiva y no una lengua impuesta?

4-IX-10, Xavier Sala i Martín, Columbia University, UPF y Fundació Umbele, lavanguardia