camp de desplaçats de Helmand, a Kabul

Cualquiera que supere la rotonda de Chara- i-Qanbar, en Kabul, deja a su derecha una inmensa aglomeración de casas de adobe presidida por una fábrica de ladrillos al aire libre en la que varios niños amasan y empacan barro, descalzos. Resulta imposible no percatarse de la anomalía. Unas 750 familias - entre 4.000 y 5.000 personas-habitan un lugar inmundo, conocido como campo de Helmand.

¿Son refugiados? ¿Porqué el Alto Comisionado de la ONU no se hace cargo de ellos?

Dos hombres invitan a entrar. Se celebra un funeral. Tras el rezo explican su historia.

- Me llamo Jan Mohammad. Soy de la provincia de Helmand. Todas las personas que ves aquí son de Helmand y Kandahar. Allí no se puede vivir.

- ¿Por la guerra?

- Sí. Los que teníamos cosechas las vendimos para venir a Kabul. La situación en Helmand es muy grave. Cuando un talibán dispara, o aunque no dispare, los americanos bombardean.

- ¿Quieren regresar?

- ¿Cómo vamos a regresar con esa situación? No estamos locos.

- ¿Cuánto tiempo llevan aquí?

- Dos años y medio.

Es imposible - algo habitual en Afganistán-recabar detalles.

- La paz - afirma Jan Mohammad-sólo puede venir con la unión de todo el pueblo afgano. Si tú vas con los tuyos y yo con los míos, no arreglaremos nada.

Cuando se le pide concreción, menciona abiertamente o por elipsis a los actores en conflicto.

- Tenemos fe en Dios. Karzai y los extranjeros, no. Sólo Dios puede unir de nuevo a los afganos. El islam es la única salida.

Los niños se adelantan, espantando a las mujeres a gritos para salvar el honor de la comunidad. Sus hogares, montones de adobe con plástico como techo: parecen hechos sólo para esconder a sus mujeres en la oscuridad de cada chamizo. Las moscas acompañan la visita. Mantas andrajosas apiladas como único mobiliario. Rodeados de ratas y mierda que flotan en los riachuelos que separan cada casa.

- ¿Alguien les ayuda?

- Nadie. Ni el Gobierno afgano ni la ONU. Algunos comerciantes del barrio nos dan algo de dinero de vez en cuando. Eso es todo.

- ¿Las 750 familias desplazadas de Helmand y Kandahar que viven en pleno Kabul desde hace tres años no reciben ningún tipo de ayuda oficial?

- No.

Uno de los hombres saca una fotografía arrugada de su bolsillo. En ella se vea una niña ensangrentada y tendida en una cama.

- Han sido los americanos. ¿Quieren hablar con ella?...

En menos de diez minutos un hombre se acerca con la niña agarrada por un brazo. El único que le queda. La niña llora. La han traído a la fuerza, no quiere hablar y la misma insistencia que los hombres emplean en mostrar la herida es la que la niña invierte en taparse. Piden dinero para comprar medicinas.

La única salida digna para terminar con esta escenificación es darle el dinero a la niña, pedirle que se vaya y disculparse todas las veces que haga falta. Más tarde el traductor explicará que lo más probable es que la niña se haya ganado una paliza y los hombres se hayan quedado con el dinero. No cabe la menor duda.

Al día siguiente, cita con los médicos que trabajan para la Organización Mundial de la Salud. Sin ánimo de reencuentro: los autodenominados líderes del campo ven en la prensa a extranjeros proveedores. En su pobreza, un recurso. Nada más lejos de nuestra intención.

La clínica, un trozo de tela sostenida por cuatro palos. La tensión se corta con un cuchillo. Hablan un rato con el traductor.

- No son buena gente - explica un médico preocupado.

- ¿Quiénes?

- Los hombres del campo.

Los médicos advierten que no deberíamos estar aquí, que esos hombres son peligrosos. Empezamos bien.

Malaria. Fiebres tifoideas, diarreas. Desnutrición. Falta de saneamiento. Los médicos hablan sin moverse. Tiesos. En voz baja. Con miedo. El problema no es la falta de recursos, sino la cultura.

- Sus tradiciones les impiden seguir las reglas mínimas de sanidad. No se lavan. Se limitan a pedir pastillas y jarabes y creen que así pueden curarse. Cuando se les entrega potabilizadoras de agua, se las venden. Protestan ante el Gobierno. Se quejan ante los vecinos y ante los periodistas. Es su manera de presionar. A nosotros nadie nos hace caso.

- No olvides las vitaminas para el sexo - dice uno de los hombres al médico.

Sorpresa.

- Cada hombre tiene dos o tres mujeres y no pueden cumplir con ellas. Vienen a pedirnos lo que ellos llaman vitaminas para recuperar su fuerza.

- ¿Viagra?

- Los médicos sonríen por primera y última vez.

- Si no les damos lo que piden, nos amenazan y nos pegan. ¿Quieren que llamemos un coche para que les saquen de aquí?

Estos médicos trabajan por 150 dólares al mes.

- Tenemos una consulta en nuestra casa por las tardes. Así llegamos a fin de mes.

El lugar apropiado para completar esta historia es la oficina del Alto Comisionado de la ONU para los refugiados en Kabul. Flores y jardín. Café con leche.

- Nunca les habría permitido ir allí si hubiese sabido que trabajaban en este tema cuando me llamaron por teléfono - nos dice un funcionario de la ONU-.Es peligroso. Una periodista canadiense fue secuestrada en ese lugar.

(Melissa Jung, secuestrada un mes en el 2008 y liberada tras un intercambio de presos entre el gobierno afgano y sus secuestradores, delincuentes comunes).

- La prensa no viene a preguntarnos para completar la historia del Campo de Helmand. Es un lugar muy visible, aparentemente fácil y en malas condiciones. Una gran historia. ¿Para qué contrastar la información?... Todo lo que voy a decirte es off the record.

Surgen los matices.

- Creemos que no vienen de donde dicen - añade-.Probablemente sean nómadas. Hace años y guerras que abandonaron sus tierras, viajaron a Pakistán y esperaron allí. Cuando finalmente trataron de regresar al lugar de origen, estaba ocupado por otro clan o simplemente no existía. Se perdieron y recalaron en Kabul.

Por varios motivos, desde el acento (sabemos que hay bastantes baluches y kuchis entre ellos) hasta las fechas en las que señalan combates pasando por las contradicciones en los nombres de las aldeas, sabemos que la historia que cuentan no es cierta.

La naturaleza de los desplazados en Afganistán es compleja: entre cuatro y cinco millones de personas. ¿Son refugiados los habitantes del campo de Helmand? Técnicamente, no. Se niegan a regresar a su lugar de origen y es imposible verificar de dónde vienen, el motivo por el que huyeron o cuando lo hicieron. Además, adoptan una posición de fuerza. Quieren que el Gobierno les facilite derecho de propiedad en algún lugar de Kabul. Y nadie sabe de qué viven esas 5.000 personas. Tienen un secuestro a sus espaldas y todo tipo de rumores sobre su relación con la delincuencia organizada.

- Los periodistas, indignados por la miseria en el campo de Helmand, creen que su deber es avergonzar al Gobierno afgano y a la ONU - concluye-.La realidad es mucho más compleja.

Lo único cierto en esta historia es que a la niña le falta un brazo.

29-VIII-10, A. Arce, lavanguardia