cal repensar Afganistan

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La compleja y a veces contradictoria política de EE.UU. en Afganistán quedó ayer en evidencia. The New York Times reveló que Mohamed Zia Salehi, asesor de máxima confianza del presidente afgano Hamid Karzai, acusado de corrupción, lleva años a sueldo de la CIA. El hecho de que Washington tenga en nómina a un hombre acusado de corrupción mientras insta a Karzai a erradicarla arroja nuevas dudas sobre la estrategia bélica.

Nueve años y miles de muertos después, muy pocos son los responsables de Estados Unidos que se hayan opuesto en público a la guerra de Afganistán y que hayan abandonado el barco alegando su desacuerdo con la política de la Casa Blanca.

Matthew Hoh disfruta del raro privilegio de ser el primer cargo estadounidense en haber dimitido por disensiones con la línea oficial. Que él sepa, nadie más ha seguido sus pasos.

"No logro ver el valor ni la utilidad de las bajas o el dispendio de recursos para apoyar el Gobierno afgano en lo que, en realidad, es una guerra civil de 35 años", escribió Hoh, en septiembre del 2009, a sus superiores del Departamento de Estado.

Hoh, de 37 años, era entonces el representante civil de mayor rango en la provincia afgana de Zabul. Trabajaba codo a codo con el gobernador. Había llegado a Afganistán en abril del 2009, escéptico con la guerra pero decidido a respaldarla, y a representar a Estados Unidos, además de encarrilar una carrera en el servicio público de su país.

"La realidad es que aquello es una guerra civil. No tiene nada que ver con Al Qaeda. Estos tipos nos combaten porque estamos en su valle. Yo haría lo mismo", dice ahora en un pub de Arlington, la ciudad de Virginia donde se encuentra el cementerio donde reposan los héroes de la nación.

El cementerio y el Pentágono están cerca. Aquella vida y aquella carrera truncada hace un año queden lejos. Matthew Hoh, sin embargo, no ha dejado de pensar y hablar de Afganistán. Y, en su opinión, las cosas no han mejorado. Al contrario.

"Es un lugar peor que hace un año. Se mida como se mida: por el número de víctimas, el volumen de los talibanes, la falta de apoyo al Gobierno de Hamid Karzai, la inestabilidad, la corrupción", dice.

En la carta de dimisión, Hoh exponía en cuatro folios un diagnóstico demoledor de una guerra en la que España también participa. "La presencia de Estados Unidos en Afganistán contribuye enormemente a la legitimidad y al mensaje estratégico de la insurgencia pastún", advertía.

Y seguía: "Si fuésemos honestos, nuestra estrategia declarada de asegurar Afganistán para impedir un resurgimiento de Al Qaeda o un reagrupamiento requeriría que invadiésemos y ocupásemos el oeste de Pakistán, Somalia, Sudán, Yemen, etcétera". Al Qaeda, responsable de los atentados del 11-S, está asentado en estos países.

"No creo quea una fuerza militar se le haya encargado nunca una misión tan compleja, opaca y digna de Sísifo como la que las fuerzas de EE. UU. deben hacer en Afganistán", añadía. Lo significativo es que el diagnóstico no provenía de un pacifista ni de un académico en su torre de marfil, sino de un hombre del Departamento de Estado con experiencia como civil en Afganistán, un ex marine que combatió en Iraq.

Richard Holbrooke, representante especial de la Administración Obama a Afganistán y Pakistán, le ofreció trabajar en su equipo. Hoh rechazó la oferta.

"Después de mi experiencia en Iraq y en Washington, ydel tiempo en Afganistán, no podía ser intelectual y moralmente honesto conmigo mismo y seguir haciendo este trabajo", dice. "No podía representar una política en la que no creía". Este otoño, EE. UU. y sus aliados habrán pasado en Afganistán el mismo tiempo que pasó allí la URSS.

En diciembre del 2009 el presidente Barack Obama anunció una nueva estrategia: 30.000 soldados más, que ya han llegado a Afganistán, y una retirada progresiva a partir del verano del 2011.

A Matthew Hoh la estrategia no le convence. Dice que es falso que la política haya cambiado, y asegura que los generales llevan años hablando de la contrainsurgencia - una combinación de fuerza militar con medidas para garantizar la seguridad y ganarse a la población local-que la Administración Obama promueve.

Dice que es falso que el aumento de tropas sirva para frenar la ventaja de los talibanes. "La repuesta de los talibanes fue luchar más", constata.

Y pone en duda la fecha de julio del 2011 para empezar la retirada. "El mismo día oyes cosas distintas procedentes de la Administración", dice. Algunos aseguran que la fecha es inamovible; otros que todo dependerá de la situación sobre el terreno. "Tengo la impresión de que hay confusión, de que no saben", comenta.

Si Hoh pudiera, aconsejaría a Obama que declarase un alto el fuego y se retirase de las regiones más conflictivas, y que después promoviese un acuerdo entre las facciones de lo que él llama la guerra civil afgana.

"Estamos desatendiendo las causas del conflicto. Estamos metidos en un guerra civil y apoyamos a un bando", dice. Aunque su pesimismo lo comparta buena parte del establishment,la Administración Obama ha impulsado la escalada militar.

En el pub, entre sorbo y sorbo de cerveza, Matthew Hoh avisa: "No formo parte del movimiento pacifista. No estoy en contra de las guerras".

Afable y corpulento, Hoh conserva la complexión del marine que fue. Nacido y criado en Nueva Jersey, hijo de un bombero, se enroló en los marines después de estudiar religiones comparadas en la universidad y de trabajar en una editorial.

"Fue la mejor decisión de mi vida", dice. Los valores que le inculcaron en los marines - responsabilidad, coraje moral, solidaridad-no fueron ajenos a la decisión de romper filas y hablar.

"Pero es más que eso. Es trabajar con los chavales, que harán cualquier cosa por ti, que creen en este país y en ellos. Fue esto más que otra cosa lo que me decidió. Creo que en cierta manera se lo debía. Estos tíos irán a cualquier lugar donde esta nación les envíe, y harán lo que les pidamos", dice. "Cuando leo que han matado a otro, y no es por algo que haga Estados Unidos más seguro, no puedo apoyarlo".

Quien ha sido marine nunca deja de serlo.

27-VIII-10, M. Bassets, lavanguardia