´La meritocracia catalana está de capa caída´, Antoni Puigverd.

Tal como la política demuestra cada día y como el caso Millet puso en deprimente evidencia, en la sociedad catalana la meritocracia está de capa caída. Los mejores tienen con frecuencia el paso bloqueado. No es el mérito o la capacidad lo que determina el acceso a un empleo interesante o de responsabilidad, sino el interés del partido, casta, gremio, parentela o red clientelar. Se trata de defender a toda costa el feudo, y el feudo arbitrariamente recompensará. Después (y como el lacerante caso Pretoria ejemplifica) los feudales suelen pactar sin problemas el reparto, pues la corrupción es en buena parte hija de estos sistemas cerrados. Gregarismo, endogamia, nepotismo, concesiones arbitrarias e información privilegiada caracterizan este nuevo feudalismo que asfixia con corsé de hierro las carnes de la sociedad.

No es un vicio catalán, ni tan siquiera hispánico: es mediterráneo, herencia de añejos gremios, hermandades y familias a los que se han sumado alegremente partidos, sindicatos, corporaciones, clubs, lobbies, mafias. No es un vicio catalán, pero sorprende cómo ha reverdecido en Catalunya. A finales del XVIII, Catalunya salió del pozo gracias a la iniciativa individual y se reconstruyó a sí misma al margen del Estado: en los márgenes del Estado. Se habla mucho ahora de los males que la acechan. Nunca se cita este vicio estructural que impide a los mejores ocupar el puesto en el que se les necesitaría; que impone el pariente o amigo en el lugar del más apto; que sitúa la sumisión por encima de la aptitud y al forofo por encima del sabio.

15-VIII-10, Antoni Puigverd, lavanguardia