´Xinjiang: el compromiso necesario´, Nicolás de Pedro

"Xinjiang: el compromiso necesario "

Nicolás de Pedro,
investigador de CIDOB / Opinión CIDOB núm. 80

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Nada ha cambiado en Xinjiang. Esa es la conclusión rápida que puede extraerse de cómo se ha desarrollado, tanto dentro como fuera de China, el primer aniversario de la violencia interétnica que sacudió Urumchí en julio de 2009. Aquellos disturbios causaron alrededor de doscientos muertos, varios cientos de heridos e inauguraron una preocupante dinámica en un conflicto que, por vez primera, adquirió tintes de enfrentamiento comunitario generalizado. La brecha entre las comunidades han y uigur parece difícil de restañar y el conflicto dista de estar resuelto.

Beijing sigue apostando por la mano dura y el desarrollismo como recetas para Xinjiang. La combinación de sus políticas de represión, asimilación y desarrollo están siendo muy eficaces en el fortalecimiento de los vínculos de la región autónoma con el resto de China y en aplacar el activismo uigur, pero no el malestar de esta comunidad. El enfoque chino es coherente con el que aplica exitosamente en otras zonas del país. El espectacular crecimiento y desarrollo económico de las últimas décadas –desde la adopción de la agenda reformista en 1978– ha fortalecido notablemente la legitimidad y posición del actual núcleo dirigente. Por ello, la confianza de las autoridades chinas en cuanto a que el desarrollo diluirá la resistencia y malestar uigur resulta comprensible, pero no necesariamente acertada. Fundamentalmente porque el desigual impacto de los planes de desarrollo entre las comunidades han y uigur, refuerza la percepción entre estos últimos de constituir una ciudadanía de segunda categoría. Además, los grandes proyectos y las oportunidades que ofrece la región, provocan una sistemática afluencia de inmigrantes han, lo que constituye, precisamente, el principal combustible del malestar uigur. Por su parte, el exilio uigur, que actúa como portavoz de esta comunidad, sigue apostando por una agenda de máximos y una discursiva que difícilmente le permitirá establecerse como interlocutor con Beijing y que además, limita sus opciones de obtener apoyos internacionales sólidos, más allá del universo del activismo pro Derechos Humanos. La situación, pues, permanece encallada.

Sin embargo, ninguno de los dos actores puede estar plenamente satisfecho con la situación actual y sus perspectivas. Ni los uigures tienen capacidad para desafiar de forma consistente la soberanía china, ni tampoco Beijing puede considerar viable someter a una población de más de nueve millones de personas sin que eso repercuta negativamente en la estabilidad y el “desarrollo armonioso” de la región. Cuanto antes sea asumido por ambas partes, antes se disiparán las incertidumbres sobre el futuro de los habitantes de Xinjiang.

Del lado del activismo uigur, será necesario asumir que la prosperidad de Xinjiang –y en buena medida de Asia Central- descansa en la implementación completa o de alguna de las fases de los visionarios proyectos de conexión terrestre entre Europa y Asia. Y estos proyectos, que harán del territorio uigur una zona dinámica y menos remota, sólo saldrán adelante bajo el impulso de Beijing. Desde esta perspectiva, no hay alternativa a China, que es la fuerza motriz del actual dinamismo de Eurasia interior.

Por otro lado, el intento uigur de promover una presión externa sobre Beijing resulta comprensible, pero claramente contraproducente ya que provoca un mayor encastillamiento de China. Desde los años noventa, Beijing ha revitalizado el nacionalismo como fuente de legitimación y fortalecimiento del régimen; pero las actuales autoridades chinas son más cautivas que dueñas de esta situación, tanto frente a otros sectores de la estructura de poder –significativamente las fuerzas armadas- como ante una opinión pública china que cuenta más y es más autónoma de lo que se suele creer. De esta manera, un ejercicio de diplomacia discreta permitiría esperar mejores resultados en el respeto de los derechos humanos y la especificidad cultural uigur en la región de Xinjiang. No obstante, para una hipotética puesta en marcha de un diálogo de este tipo será imprescindible que el exilio uigur asuma los mínimos irrenunciables de la parte China. Es decir, que se produzca una renuncia explícita del independentismo y la autonomía real y con contenido sea el objetivo de la agenda.

De igual forma, el activismo uigur, además de repensar qué puede obtener mediante la presión exterior, debe plantearse qué apoyos sólidos puede conseguir para su causa. No se puede obviar que el ascenso de China a la condición de potencia internacional de primer orden resulta inapelable, lo cual ofrece una incomparable panoplia de recursos e instrumentos a Beijing para anular las iniciativas uigures. Así, y por poner sólo un ejemplo, no se puede perder de vista que China es el primer receptor mundial de inversión extranjera directa lo cual, para la causa uigur, supone en primer lugar, que los actores de los que espera obtener un apoyo significativo son reacios a un nivel de implicación que pueda poner en peligro sus inversiones y, en segundo lugar, que esos mismos actores tienen confianza en la fortaleza institucional y política de China y en consecuencia, en su mantenimiento y viabilidad.

Las autoridades chinas, por su parte, tendrán que asumir que el recurso sistemático a la represión puede resultar aparentemente eficaz, pero que contribuye, sin proponérselo, a la generación de un escenario mucho más complejo y preocupante, ya que el aplastamiento de cualquier conato de resistencia o disidencia, si bien paraliza al grueso de la población uigur, facilita la radicalización de algunos sectores, significativamente en la zona meridional de Xinjiang. Informaciones aparecidas en los últimos meses sugieren una creciente penetración de grupos como el Movimiento Islámico de Uzbekistán o la Unión de la Yihad Islámica (IMU e IJU respectivamente, en sus siglas en inglés) vinculados a Al –Qaeda, en las repúblicas centroasiáticas vecinas. Estos grupos cuentan con una pequeña, pero relevante presencia uigur. Además, como es conocido, pequeños contingentes uigures han formado parte de la insurgencia talibán. Un auge de la presencia uigur en estos grupos terroristas o la creación de organizaciones extremistas uigures podrían complicar excepcionalmente la situación en Xinjiang y resultar fatales tanto para las autoridades chinas como para el exilio uigur.

Para China un auge de este tipo podría resultar muy grave en términos de seguridad y también estratégicos ya que dificultaría e incluso podría imposibilitar los planes de hacer de Kashgar, el corazón de la cultura uigur, un polo de desarrollo regional. Y podría imposibilitar el desarrollo del ambicioso corredor logístico y energético a través de Pakistán hasta el puerto de Gwadar, auténtico epicentro de una geopolítica mucho más amplia. Para los planes chinos resulta muy arriesgado confiar en evitar un potencial refuerzo del extremismo uigur únicamente a través de su tradicional alianza con Pakistán o a través de la Organización de Cooperación de Shangai. Por su parte, una islamización y radicalización de la causa uigur podría, potencialmente, truncar la unidad uigur y el lento, pero constante crecimiento de la visibilidad y simpatías internacionales por su causa.

Por todo ello, resulta imprescindible que tanto China como los uigures asuman nuevos enfoques que faciliten la resolución del conflicto de Xinjiang. Obviamente, el nivel de responsabilidad y la capacidad de incidir en la realidad entre ambos actores no puede ser equiparada, pero eso no puede ser una excusa para no promover un diálogo o aceptar compromisos que contribuyan en la consecución de un futuro próspero para todos los habitantes de la región, independientemente de su adscripción étnica.

Nicolás de Pedro,
investigador de CIDOB