USA es queda sol, i amb dubtes, davant una guerra impossible (de guanyar)

Oficialmente no se trata por supuesto de una retirada sino de un "redespliegue". Pero eufemismos y semántica al margen, lo cierto es que los británicos se van de Sangin, un remoto reducto talibán en la provincia afgana de Helmand donde han muerto casi un centenar de sus soldados. Ansiosos por dar cerrojazo a la guerra lo antes posible, los norteamericanos han decidido ocuparse ellos personalmente del problema, y Londres ha aceptado gustoso.

Tanto el Gobierno como la cúpula militar del Reino Unido han emprendido una campaña de relaciones públicas para que este traspaso no sea interpretado como una derrota, y ponen énfasis en la lógica de que tropas de EE. UU. reemplacen a las británicas en Sangin, dado que el general norteamericano Richard Mills es ahora el máximo responsable de la provincia de Helmand. El ministro de Defensa Liam Fox habló de "éxito" al hacer el anuncio en la Cámara de los Comunes.

En privado, tanto fuentes del Foreign Office como del Ministerio de Defensa admiten que no se puede hablar en voz alta de misión cumplida en Sangin cuando los talibanes siguen causando un número considerable de víctimas en las patrullas y convoys de la OTAN con artefactos explosivos de fabricación casera diseminados por carreteras y campos.

El traspaso de poderes en Sangin recuerda al de Basora en Iraq, donde también los estadounidenses, más expeditivos y frustrados por la condescendencia británica, optaron por coger las riendas y resolver las cosas a su manera. Al principio se presentó como una decisión puramente estratégica, pero con el tiempo fueron saliendo las recriminaciones y trapos sucios. Las relaciones entre los dos ejércitos no son lo mismo desde entonces.

De los 312 soldados británicos caídos hasta ahora en Afganistán, 91 han muerto en Sangin. Hace ya tiempo que existía un debate militar y político sobre si el ejército británico disponía de la capacidad y los medios para conseguir los objetivos en un escenario tan difícil, y si la misión justificaba semejante carnicería. La mayor parte de la opinión pública desea el regreso de las tropas lo antes posible, y el primer ministro David Cameron - que negoció con Obama la retirada en la reciente cumbre de Toronto-ha prometido que el último soldado estará en casa para el 2015.

El traspaso del control militar en Sangin llega en un momento de dudas crecientes sobre la misión.

El anuncio coincidió con la noticia de que la OTAN bombardeó por error la madrugada del miércoles a un grupo de soldados afganos que se preparaban para una emboscada contra los talibanes a unos 160 km al suroeste de Kabul. El fuego amigo mató a cinco o seis - según las fuentes-soldados del ejército afgano. "Condenamos el incidente", dijo el general Zahir Azimi, portavoz de Defensa afgano, a The New York Times."Desafortunadamente no es la primera vez que ocurre, pero esperemos que sea la última".

Según los planes de la Casa Blanca, la escalada bélica que Barack Obama ordenó el pasado diciembre debe culminar este verano, cuando 30.000 soldados y marines estadounidense se hayan sumado al contingente desplegado en Afganistán. Cuando concluya el despliegue, habrá 100.000 tropas de EE. UU., y un total de 140.000 aliados, el mismo nivel que la URSS en los años ochenta.

Los planes, sin embargo, no están funcionando como preveía la Administración Obama. La ofensiva de Helmand, la provincia que incluye la región de Sangin, no se resolvió con una victoria clara. La ofensiva en el bastión talibán de Kandahar, que debía suponer un punto de inflexión en la guerra, ha quedado aplazado.

El relevo inesperado del comandante estadounidense y aliado en Afganistán, el general Stanley McChrystal, no tiene por qué implicar un cambio estratégico: la ha sustituido David Petraeus, que disfruta en EE. UU. de un estatus casi heroico tras lograr la estabilización relativa de Iraq.

Pero los cambios han situado de nuevo a Afganistán en el debate político-mediático, y han evidenciado las dificultades de la superpotencia para hallar una salida a una guerra que, como admite el propio Obama, dura ya más que Vietnam y es la más larga de la historia del país.

Los debates en Washington giran en torno al 2011, la fecha a partir de la cual, según los planes de Obama, las tropas estadounidenses tenía que empezar la retirada. Ahora el presidente critica la "obsesión" de los periodistas con el 2011, y advierte de que, suceda lo que suceda entonces, se trataría de una retirada progresiva, no de abandonar Afganistán a su suerte de repente.

8-VII-10, R. Ramos/M. Bassets, lavanguardia