´Impunidad y corrupción´, Lluís Foix.

Las crisis, escándalos y corrupciones de todo orden son pasto natural de los medios de comunicación en los sistemas democráticos. Quien se tome la molestia de consultar las hemerotecas en el Museo Británico podrá comprobar que los diarios de la era victoriana, la más esplendorosa que ha conocido Inglaterra, ofrecen un panorama de grandes convulsiones políticas, imperiales y sociales.

Gladstone y Disraeli se alternaban en el poder en medio de las crisis de Irlanda, la guerra de los bóers o la pobreza en las calles de Londres que tan bien describió Dickens. El ruido mediático era semejante al de hoy. Pero el país se entretenía también con los relatos detectivescos de Sherlock Holmes, las noticias sobre el encuentro de Stanley y Livingstone en el corazón de Áfricao la carga de caballería contra un motín en Delhi o Jartum.

La prensa victoriana se agitaba con las fechorías de Jack el Destripador o los sórdidos asesinatos en alguna aldea en los condados de Kent o Surrey. Los escándalos se ventilaban pormenorizando los truculentos detalles.

El país administraba su prosperidad en medio de los escándalos políticos y sociales que eran desmenuzados por la prensa y tenían consecuencias en cambios de gobiernos, dimisiones o crisis en el seno de los partidos liberal o conservador.

Aunque los tiempos y las situaciones son distintas, es práctica común en los países con larga tradición democrática, e Inglaterra y Estados Unidos son el más claro ejemplo de que los errores y equivocaciones en política se pagan en las urnas o incluso antes de las elecciones.

El panorama de casos de corrupción en Catalunya y en el resto de España afecta a varios partidos que están en el poder o en la oposición. Los casos Gürtel, Pretoria, Millet y otros de menor cuantía invaden los medios de comunicación. Esto es normal.

Lo más inquietante es que estos casos de corrupción política no incidan en los sondeos sobre intención de voto. Parece como si el país aceptara la corrupción política como algo irremediable que no tiene por qué tener consecuencias electorales. Aquella declaración del cónsul Sila, un romano que se movió en la ambigüedad cuando la República se extinguía, podrían aplicarse a la Italia de hoy y también en nuestro país: "Ningún amigo me ha hecho favores, ningún enemigo me ha inferido ofensa, que yo no haya devuelto con creces".

La corrupción política existe y ha existido siempre. Lo más nocivo es que no tenga consecuencias en el ánimo de los electores que pueden asumir como una fatalidad las actitudes delictivas de las personas que han despreciado la moralidad de los actos públicos. No es bueno para la salud pública de una sociedad que se olvide algo tan simple como el rendir cuentas por parte de quienes administran los intereses de los ciudadanos.

8-VII-10, Lluís Foix, lavanguardia