´El extraño negocio del AVE´, Ramon Aymerich

La alta velocidad española (AVE) fue concebida como la infraestructura básica para la definitiva entrada de España en la modernidad. De una parte, vertebraba el territorio y equilibraba el balance entre centro y periferia. De otra, garantizaba una conectividad que debía ofrecer incrementos de productividad a la economía. Lo primero se ha revelado levemente equívoco. Empiezan a haber pruebas de que el AVE funciona como una perfecta máquina de succionar periferias. Esto vale para Ciudad Real en relación con el Gran Madrid como para Lleida en relación con Barcelona: en los fines de semana, Lleida "baja" a comprar a Barcelona y los de Ciudad Real "suben" a Madrid. Y no a la inversa.

En lo económico, las cosas pueden ser todavía peor. Hoy por hoy, diversos estudios (Ginés de Rus, Germà Bel) indican que en el precio de un billete entre Madrid y Barcelona - ahora mismo el corredor más frecuentado para una infraestructura como el AVE-la Administración paga el 66% de su coste, con lo que el usuario paga sólo un 33%. Subvencionar un medio de transporte cuando existen otras alternativas como las conexiones aéreas o las autopistas implica una discriminación ahora mismo incomprensible desde un punto de vista de la eficiencia económica (que ya ha sido recurrida en parte a los tribunales europeos). Hacerlo en momentos de ajuste económico como el actual puede parecer todavía más extraño.

La pregunta clave es: si el corredor Madrid-Barcelona es el más concurrido de la geografía del AVE española, ¿qué ocurrirá con el resto de las conexiones que están en construcción, muchas de ellas bastante menos frecuentadas? Y todavía peor: ¿cuáles serán los costes reales de mantenimiento de esta infraestructura y con qué objetivo?

En sus inicios, el AVE fue visto en Barcelona como un medio para aproximarse a Europa. En la práctica se ha convertido en una fenomenal competencia del puente aéreo y de otras vías de comunicación (succiones aparte). La decisión de Fomento de suspender el concurso está en la lógica del ajuste presupuestario. Pero en Barcelona, el mensaje también es más claro: Francia sigue quedando lejos.

2-VII-10, M. Díaz-Varela, lavanguardia