´Sobre héroes y tumbas´, Quim Monzó

Ayer, en este diario, leí la crónica de Raúl Montilla sobre los familiares de las personas que, la noche de Sant Joan, murieron en Platja de Castelldefels, arrolladas por un tren. Explicaba que los familiares "ahora sólo quieren una cosa: enterrar a sus muertos". Y es lógico, porque darles sepultura les permitirá pasar una página más de este suceso lamentable.

Pero, por eso mismo, porque hay que asumir que lo irreversible no tiene vuelta de hoja, no se entiende que les monten homenajes. Freddy Arellano, cónsul ecuatoriano en Barcelona, anunció reuniones con su embajador en Madrid y con representantes del Ministerio de Migrantes, para estudiar la posibilidad de hacerles aún más homenajes: "Por otro lado, la Federación de Entidades Ecuatorianas de Catalunya también se reunirá para tratar la misma posibilidad de llevar a cabo actos de homenaje conjuntos". El destacado era: "Representantes de Colombia y Ecuador estudian celebrar un homenaje conjunto".

¿Homenajes? ¿Por qué? No querría molestar a los afectados por esa tragedia, pero ¿qué tiene de homenajeable la actitud de los que murieron? Según el diccionario de la Real Academia Española, un homenaje es un "acto o serie de actos que se celebran en honor de alguien o de algo". Y, a su vez, honor es la "cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo", o bien la "gloria o buena reputación que sigue a la virtud, al mérito o a las acciones heroicas, la cual trasciende a las familias, personas y acciones mismas de quien se la granjea". Así, en el caso que nos ocupa, ¿qué cualidades "que llevan al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo" pretenden homenajear? ¿A qué mérito y a qué acciones heroicas en concreto rinden homenaje? ¿Al mérito de cruzar la vía del tren y a la heroicidad de hacerlo contra toda sensatez?

Me parece que en este asunto muchos han perdido los papeles. No creo que, en casos como el que nos ocupa, sea adecuado montar homenajes. Al contrario. Es comprensible homenajear a quien es buen ejemplo para los demás, pero no a aquellos cuyo ejemplo es nefasto. Cada homenaje que les hacen transmite la idea de que su comportamiento fue meritorio y heroico, digno de imitación, y su muerte una especie de injusticia divina. Y no fue así. El dolor puede obnubilar a los deudos, pero no debe obnubilarnos a nosotros. Celebren funerales, entiérrenlos, lloren su ausencia, lamenten la desgracia de no poder abrazarlos nunca más y, si eran cristianos, celebren oficios religiosos en su memoria. Pero no ensalcen sus actos con homenajes que van contra el sentido común. Y, si les queda tiempo, acuérdense de tanto en tanto del maquinista que conducía el tren y, de repente, sin buscarlo, se vio envuelto en una pesadilla que le acompañará siempre.

29-VI-10, Quim Monzó, lavanguardia