En sólo seis meses, el alcalde de Barcelona ha logrado la proeza de irritar gratuitamente a aragoneses y valencianos, mientras desde otros ámbitos de la sociedad catalana -el empresariado, principalmente- se trabaja con silencio y tenacidad para pacificar las relaciones con dos comunidades donde perviven fuertes sentimientos de susceptibilidad ante Catalunya, muy fáciles de manipular políticamente. No son pocos los aragoneses que perciben como arrogante la mirada de los catalanes y recelan del poderío de la Gran Barcelona, a la que tantos de los suyos han emigrado a lo largo de la historia. Y no son menos los valencianos que viven convencidos de la existencia de un imperialismo catalán que sueña con a diluir la Comunidad Valenciana en un gran conglomerado con capital en Barcelona. Curiosamente, aragoneses y valencianos recelan poco del Gran Madrid, cuya absorbente capitalidad radial tienden a aceptar como la cosa más natural del mundo. España, que hoy atraviesa un momento muy delicado, es un país necesitado de un buen psicoanálisis. País solar (suelo y sol) y de impetuosas juntas regionales (que pararon los pies a Napoleón), nunca ha acabado de digerir el fenómeno de Barcelona; es decir, la existencia de una segunda capitalidad, de una distinta narración.
Desgraciadamente, la política de vecindad de Catalunya ha sido un verdadero desastre en los últimos siete años. La frenética pugnacidad del subsistema catalán (dos mayorías en el Parlament, seis partidos en competición) ha provocado un hondo ensimismamiento, adornado con una hueca retórica sobre la eurorregión mediterránea. Pura palabrería.
El pasado 13 de enero, el alcalde Hereu menospreció a los aragoneses con una impetuosa y sorpresiva candidatura de Barcelona a los Juegos Olímpicos de invierno del 2022, en la que poca gente cree y que probablemente deberá ser archivada por la crisis. Hace unos días, ignorando la fructífera alianza del empresariado valenciano y catalán en favor del corredor mediterráneo, Hereu acaba de dictar una prescindible lección de hacienda pública a Valencia.
Barcelona, ¿antipática capital de provincia?
16-VI-10, Enric Juliana, lavanguardia