´Hoja de ruta´, Xavier Bru de Sala

Habiendo comprobado la involución  autonómica de España (véase el manifiesto de sesenta intelectuales, al cual me adhiero) y casi con independencia de la sentencia, va siendo hora de planificar algún modo de cambiar la relación de Catalunya con su entorno.

Según el president Montilla, el recorte del Estatut a cargo del Constitucional incrementaría la desafección y daría argumentos a los independentistas. Cierto, como cierto es que arruinaría su presidencia y comportaría el más triste y decepcionante final para la etapa de los tripartitos. Como cierto es, si atendemos tanto a la nariz como al último sondeo de La Vanguardia,que no sólo, aun sin sentencia, el independentismo sigue al alza, sino, más significativo si cabe, que en año y medio los que están en contra han bajado diez puntos. Cuatro en sólo dos meses. De este auge se deduce algo más importante aún que la alternativa entre recortar la autonomía o dejarla como está. Lo crucial, a mi modo de entender, es la búsqueda de una salida, o mejor una propuesta, que pueda satisfacer las ansias compartidas de mayor autogobierno. Si la pregunta es cómo evitar el auge del independentismo, la respuesta no pude limitarse a respetar el acuerdo de las Cortes y la voz popular. Que el tribunal renunciara a pronunciarse (algo posible pero de previsión poco menos que rocambolesca) sería bienvenido por todos. Pero no bastaría. La involución española está ahí, y corre pareja con la creciente insatisfacción catalana (que no desafección, al menos por mi parte).

Alguna alternativa o espacio debe haber entre la situación actual, con sus aciagas perspectivas, y la independencia. La condición es no basarla en el pactismo, pues ha dado de sí casi todo lo que podía, o tal vez más (o sea menos) de lo que ingenuamente algunos esperaban. ¿En qué entonces? En el consenso catalán. Lo primero es saber qué pretendemos, aqué aspiramos como sociedad. La hoja debe ir más allá del texto del Estatut aprobado por el Parlament para erigirse en punto de llegada y no parada intermedia. A eso conviene dedicar la próxima legislatura (al tiempo que se consigue lo que se pueda, siguiendo la única vía posible, el peix al cove,si es que vuelve a haber brecha para ello). Un debate político, social y cultural para definir qué Catalunya estamos dispuestos a ambicionar, cómo y en qué contexto español y europeo encajaría. Luego, sólo luego y según la metodología aquí propuesta, habría que plantearlo en Madrid. Quienes creemos en el bilateralismo con España deberíamos empezar por el unilateralismo.

Ni que decir tiene que el PSC es crucial para que prospere una propuesta de este tenor, sólo posible desde la centralidad y contando con el beneplácito del establishment catalán (o por lo menos con una modulada hostilidad). De las palabras y actitudes de los consellers socialistas se desprende que no lo verían con malos ojos. ¿Y Montilla? Por desgracia no está en su discurso. El president se ha erigido en defensor del Estatut vigente, y habla de él como si se tratara de la panacea, la solución, la estación final. O eso o la independencia, que él no desea. Como si eso, dejarlo como está, comportara la solución a la mayor parte de las insatisfacciones catalanas. Comprendo que, puestos a defender el Estatut, ponga toda la argumentación en el asador, pero desde luego el supuesto argumental no es realista. Podría ser efectivo, aunque pocos lo creen, pero aun sin sentencia no va a ser así. Tal vez Montilla esté a tiempo de replanteárselo; puede que esté entre sus planes no confesados, pero desde luego el presidente de los catalanes en la próxima legislatura debería estar dispuesto a liderar la elaboración de la nueva hoja de ruta o como quieran llamarla (y luego a liderar su presentación como ultimátum a Madrid).

En resumen y valga mentar una ya acreditada comparación. Es como en una pareja en la cual la parte maltratada, antes de dar el último paso, concede una oportunidad, ya por escrito, donde especifica los cambios necesarios a fin de evitar la ruptura. Por eso afirmaba que lo primero y primordial es el consenso sobre una hoja de ruta. Una vez establecida, si la España controlada por Madrid la admite y modifica su arquitectura constitucional, pues allá nos quedamos. De lo contrario, quedaría claro que de allá nos vamos, por las buenas y tan amigos, a la manera escandinava que es ejemplo de civilización.

Mientras no comprenda que su futuro pasa por admitir de veras su plurinacionalidad en pie de igualdad, España será un problema para sí misma, además de ser el problema, el principal problema, para los catalanes. Dicho esto, y a tenor de las escandalosas noticias reveladas en los últimos días, es lícito poner en duda que Catalunya sea la solución. ¿De qué sirve el autogobierno y su incremento, si no es en primer lugar para disminuir la indecencia en la vida pública? Los países grandes pueden permitirse unas zonas de sombra y desvergonzonería que asfixiarían a los pequeños. O somos un poco calvinistas o seremos cada vez más españoles en el peor sentido de la palabra.

28-V-10, Xavier Bru de Sala, lavanguardia