´¿Qué hará Emilia?´, Enric Juliana

La comparecencia del presidente de la Generalitat de Catalunya ayer en el Senado fue un acontecimiento político importante con una puesta en escena triste y desangelada. En los tiempos en que vivimos, lo segundo pesa más que lo primero. Lo visual, ya se sabe, se ha apoderado de lo sustancial.

Montilla estuvo ayer en su sitio, leyó un discurso bien trabajado y grácilmente coronado por el preceptivo poema de Salvador Espriu (La pell de brau,cómo no), apañó la noche anterior una astuta jugada con el PSOE (el eficaz Gaspar Zarrías, hasta hace un año gran visir de Andalucía, hoy secretario de Estado de Cooperación Territorial, se encarga estos días de la fontanería del problema catalán),tuvo a su favor el error de CiU de no enviar a sus primeros espadas al Senado, pero le faltó un mejor frame,como diría su asesor de comunicación, el imaginativo Antoni Gutiérrez Rubí.

Le faltó un marco más atractivo. Le faltó compañía. Veamos. Ayer comparecía en el Senado el presidente de la comunidad que sigue aportando más riqueza al productor interior bruto español (datos de la Contabilidad Nacional), que lidera la producción industrial y el comercio exterior, que capitanea desde el siglo XIX la componente autonomista de las Españas, y que en estos momentos reclama un mínimo respeto. Pide que el Tribunal Constitucional no actúe como cuarta cámara legislativa ante un estatuto refrendado y que ponga orden en su casa: un magistrado recusado, otro fallecido, cuatro en prórroga, seis ponencias quemadas y un todos contra todos que ni siquiera pudo resolver una tarde de toros en la Maestranza de Sevilla.

Comparecía el presidente de Catalunya y sólo acudieron dos ministros (el vicepresidente tercero y el titular de Industria) y dos presidentes autonómicos. El de Baleares, Francesc Antich, subió a la tribuna para darse el gusto de hablar en catalán, y el de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, un hombre de bien, para glosar la igualdad, esa palabra que en España adquiere siempre un tono de advertencia cuando es citada inmediatamente después de un discurso catalán. El Partido Popular envió un tropel de consejeros. El presidente del Senado ni siquiera se dejó ver. Perfil gris. Un aire desangelado en la vieja sala de plenos. Un vuelva usted mañana, o a ver cómo nos las apañamos para salir del embrollo.

El PSOE es un partido que siempre se apaña. Tiene una gran maestría táctica el Partido Socialista Obrero Español, incluso en momentos tan complicados como los actuales, con el país intervenido por el Directorio Europeo. Los socialistas vuelven a poner en marcha los procedimientos para la renovación del Tribunal Constitucional con el convencimiento de que el Partido Popular los acabará bloqueando. Una estampa perfecta: el PP, culpable.

La clave, sin embargo, es otra: ¿para el reloj del Alto Tribunal la mera convocatoria de la comisión de Nombramientos? ¿Qué hará María Emilia Casas, presidenta del TC? ¿Frenará toda deliberación a la espera de acontecimientos, o acelerará aunque sea votando la sentencia artículo por artículo, con toda la contradicción doctrinal que puede acarrear tan singular procedimiento? ¿Cuál es el verdadero designio?

Montilla estuvo en su sitio, dictó un buen discurso y apañó astucias con el PSOE. Y CiU cometió el error de no enviar a su plana mayor al Senado. ¿A trabajar para su adversario electoral? Los nacionalistas siempre han dado mucha importancia a la dignidad de las instituciones catalanas. Y esa dignidad no disminuye cuando la presidencia la ocupan otros. Con Mas y Duran ayer en el Senado, CiU habría ganado veracidad, autoridad moral y capacidad de exigencia.

25-V-10, Enric Juliana, lavanguardia