´Groucho y el soberanismo´, Toni Soler

COLUMNISTAS. Si le dan un vistazo a la lista de los columnistas catalanes que han suscrito el manifiesto en defensa del Estatut, comprobarán que muchos de ellos son soberanistas explícitos cuya inquietud por el futuro del texto estatutario es instrumental, por no decir pura fachada. Y que cuando escriben que Catalunya se puede ver forzada a escoger entre involución y secesión, no expresan un lamento o una queja, sino una estimulante perspectiva de futuro (ésta es una de las debilidades del Estatut: Sus defensores son poquitos y apocados, frente a la coalición de los indiferentes y los que quieren que el proyecto fracase para dar alas a la opción secesionista). Me atrevo a decir que si, a causa de un virus contagioso o de un extraño milagro, el Tribunal Constitucional pariera una sentencia respetuosa con el texto, se produciría en Catalunya una amarga decepción. Ya no habría agravio, ni cabreo, ni fin de trayecto; no podríamos soñar con hojas de ruta. Nos tendríamos que limitar a las pequeñeces domésticas, como aplicar el Estatut. Menudo coñazo.

SOBERANISMO.

El vía crucis del Estatut está soliviantando al personal, no por el Estatut en sí, de cuyo contenido poco sabemos, sino porque hemos constatado nuestra total postración institucional, nuestra incapacidad para decidir cosas importantes (lo que implica, también, incapacidad para luchar contra la recesión económica con herramientas propias). Ésta frustración suele expresarse en voz baja cuando la bossa sona,cuando las cosas van más o menos bien; pero deviene un clamor cuando España naufraga; y ahora mismo está naufragando. No sólo por la pésima gestión económica, sino también por el vergonzoso espectáculo de la Justicia, y por la incapacidad para superar la fractura de 1939 (su 1939 y el nuestro tienen muy poco que ver), expresada en el caso Garzón. Por eso el último sondeo sobre la independencia publicado en este diario da un 37 por ciento de síes frente a un 41 por ciento de noes. Son unos datos inéditos: Ni en vísperas del Corpus de Sang de 1640 hallaríamos porcentajes similares. Con el añadido de que en este 37 por ciento hay muchísimos hijos y nietos de la inmigración peninsular, lo que indica que el personal ha entendido que la soberanía no significa poner un foso con cocodrilos en el río Cinca.

... Aunque nada de esto impedirá que se desborde el entusiasmo si la selección española de fútbol, que es casi el Barça, da la campanada en el Mundial. Lo contrario sería pedir demasiado. Como sería pedir demasiado que Xavi, Piqué y compañía pudieran ejercer su catalanidad sin miedo al rechazo popular y a las represalias comerciales.

BLANCO.

Después, sin embargo, preguntamos a la gente qué va a votar en las elecciones de otoño y constatamos que la decepción hispana no significa fervor catalán: La valoración de los líderes es bajísima, la abstención promete batir un nuevo récord, y el soberanismo como opción electoral flaquea. Así como Groucho no entraría en un club con socios como él mismo, muchos catalanes de toda condición no apoyarán el independentismo si lo gestionan los independentistas. Estos votantes no confían en Esquerra ni en Reagrupament, y creen que si Laporta tiene que ser el nuevo Macià, mejor lo dejamos. Y muchos votarán en blanco, una opción teóricamente testimonial, que podría encaramarse hasta la tercera posición, lo que dice bastante sobre el rechazo popular a nuestro sistema de partidos. Después, CiU y los socialistas se darán el pico aquí y en Madrid, e intentarán imponer la calma chicha, a lomos de la recuperación económica, si llega.

23-V-10, Toni Soler, lavanguardia