ŽLa coartada de la feriaŽ, Pilar Rahola

Un año más, el ritual se ha cumplido con precisión. Y no me refiero al ritual de la propaganda, con la delirante hipérbole de un éxito de millones de personas. ¿De verdad se creen que vamos a tragarnos el bulo de cada año? Dicen que han visitado la Feria de Abril dos millones de personas, así, a bulto, a 200.000 por día, lo cual es especialmente estridente en un año de sonora sequía de público, pero igualmente impensable en cualquier circunstancia. Imagínense el caos viario que significaría el movimiento añadido de 200.000 personas moviéndose por las rondas... Nada menos que un cuarto de Catalunya paseándose durante diez días por la feria, lo cual es alucinante que se afirme, pero es más alucinante que se crea. Sin embargo, resulta aún más notable la repetición de un ritual bastante más falaz, basado en la utilización desacomplejada de una identidad colectiva, para hacer un negocio privado. Hablemos en plata, o sobre la plata, que viene a cuento en este caso. ¿Qué es esta Feria de Abril que, año tras año, monta la Fecac, bajo la tutela de Francisco García Prieto? "Un chantaje", asegura Lluís Cabrera, impulsor de la peña Enrique Morente, experto en música popular y fundador de Altres Andalusos. Y añade, en La Contra de La Vanguardia de hace unos días: "Reduce lo andaluz al topicazo - lucecitas, sevillanas, faralaes…-¡igual que Franco! Repudio ese reduccionismo ¡y me indigna que las élites políticas catalanas jueguen a fomentarlo!". Pero la definición crítica podría ir más allá del uso político de miles de ciudadanos con personalidad propia, reducidos al tópico más sudado. Porque, además, ese uso ha significado un suculento negocio privado, abusivamente regado con dinero público. Todo legal, por supuesto, pero ¿todo lícito? Este año la feria ha recibido 800.000 euros de subvención, más la cesión gratis del Fòrum por parte del Ayuntamiento. ¿Para qué? ¿Para ayudar a nuevos cantantes? ¿Para becar escuelas de baile? ¿Para consolidar la mezcla de identidades? No. Como cada año, hemos dado miles de euros públicos para montar un negocio privado, controlado por unos cuantos, que deciden quién entra, qué marcas se venden y cuánto vale todo. Sobra decir que tantos años de montaje habrán dado sus frutos. No sólo es una burla a los centenares de entidades culturales que sobreviven como pueden en este país, sino un despilfarro incomprensible que redunda en la simplificación de las culturas, y que sólo sirve para beneficio de unos pocos. Y los políticos se apuntan corriendo, uno detrás de otro, todos haciendo el paripé en la feria, no vaya a ser que parecieran poco sensibles a lo andaluz. Es una gran broma, un kitsch descomunal, una caricatura que sale muy rentable a unos y muy cara a todos. Negocio privado, dinero público. Y, en medio, los políticos haciéndose las fotos en sevillanas. Si no fuera escandaloso, sería ridículo.

4-V-10, Pilar Rahola, lavanguardia