´Espaņa es del PP´, Xavier Bru de Sala

Ultima prueba, no relacionada  con Catalunya, sino con Castilla-La Mancha. Como saben se ha quedado sin nuevo Estatuto por la cuestión crucial del agua. Al ser comunidad gobernada por los socialistas, seguirán pasando sed, mientras les siguen quitando el agua a través del canal Tajo-Segura para que la despilfarren en Murcia y Alicante. Ambas tienen agua de mar para desalinizar y menos dependencia del Tajo de la que pregonan. Una reserva mínima de tres mil hectómetros para Castilla-La Mancha podría ser aceptable para todos. Sería la solución si en las tres comunidades litigantes gobernara el PP. Pero no. Por socialista, Castilla-La Mancha se queda como está. Cero reserva. ¿Y el PSOE? ¿Y el Gobierno? ¿Y Zapatero? El PSOE, el Gobierno y Zapatero hace tiempo que han arrojado la toalla. Andan a la defensiva, bregando para el mantenimiento de algunas parcelas de influencia, más que nada de tipo ideológico-sentimental. Pero en lo esencial, se adaptan bastante bien al triunfo estratégico, a la clara hegemonía del PP. Así en lo social como en lo territorial.

Tras el reflujo de la transición, con la normalización democrática y los pactos autonómicos, la deriva neocentralista no ha hecho más que avanzar, gobierne quien gobierne, con los pequeños vaivenes o concesiones de todos conocidos. Pareció, con el batacazo del aznarismo tras el 11-M, que Zapatero pretendía aliar la España avanzada a la periférica. Sin embargo, el PP se ha rehecho y el PSOE se ha desdicho. Asimismo, el pluralismo se ha ido reduciendo paulatinamente, sin que en la capital nadie ose levantar el dedo o piense siquiera en la necesidad de planteamientos diferenciados para la izquierda.

Diferenciados más allá de la gesticulación. Sobre la calidad de la democracia, otrora un prurito de los últimos en llegar, ha quedado en que peor está Italia. Los déficits están instalados, asumidos y benefician al PP. No sería exagerado ni visionario afirmar que el PSOE lleva camino de convertirse en una franquicia del PP. El denominado tesoro liberal de España se ha disuelto como un azucarillo en las cálidas aguas de la democracia, cuyo mainstream es encauzado por el PP. El frentismo es hoy una entelequia, un espejismo al que algunos se agarran para no concluir que se encuentran en el páramo, rodeados por los hierbajos de una orgullosa cutrez.

Del varapalo propinado por la crisis no se extraen las lecciones pertinentes. Es preferible aguantar el retroceso, no reconocer los errores compartidos por la política económica Solbes-Rato. Se sigue despreciando la economía productiva a favor de la especulativa, cuyos éxitos son tan evidentes como insuficientes, y a esperar que las locomotoras europeas vuelvan a tirar. España no ambiciona ser un país de punta, o avanzar puestos, por eso no acomete las imprescindibles reformas estructurales. Confiando en su tamaño y su buena ubicación geoestratégica, se conforma con su posición rezagada y acomodaticia.

En términos generales e incluso con la crisis, España ya no está insatisfecha de sí misma. Al no percibirse como problema, no se pone deberes para el próximo futuro, ni siquiera en términos de competitividad y productividad. Ha llegado a la solución y se encuentra encajada en su entorno. Bien puede decirse que, al haberse quitado la derecha española el complejo de atrasada, España ha pasado de deudora con la modernidad a instalada confortablemente en ella. Demasiado confortablemente. La operación se ha saldado sin abominar de los episodios más oscuros del pasado. Al contrario, los asume sin culpa y reconstruye la historia como un continuo. La cultura ha dimitido de su función crítica, reflexiva o propositiva. Cuando sus miradas distan de la adhesión a los principios, se ve disuelta y apartada. Cuando brilla, no escapa a su utilización como escaparate de la política. En tanto que sociedad integrada de lleno en Occidente, España ha dejado atrás su apariencia monolítica para revestirse de claroscuros. Nunca exhibió tanta riqueza de matices, pero tampoco menos alternativas.

Si creen que el diagnóstico es erróneo, corríjanme. Me he abstenido de listar logros, que son muchos y no dejo de reconocer, o relacionar agravios. Es demasiado fácil, una vez se ha caído en el error de empuñar las balanzas, sobrecargar el plato preferido. No esperen, en ningún caso, grandes cambios de rumbo o propósito de rectificación. España no sólo es del PP, sino que está satisfecha de serlo, y más si gobierna el PSOE con los parámetros populares. Más allá del tira y afloja coyuntural, el surco está afianzado, marcadas y repartidas las cartas del futuro para los próximos decenios. Pueden negar la radiografía, pero no pasará mucho tiempo antes de que sea una evidencia.

Sólo está por ver si cabe Catalunya, o qué Catalunya cabe en esta España. En cualquier caso, los catalanes hemos fracasado en el empeño de que se parezca a Canadá. Este es el fondo del desencuentro. Por si fuera poco, reparen en que la insatisfacción es ya sólo catalana. Con la ayuda del PSOE, España es del PP. ¿Y Catalunya? De los catalanes, no.

30-IV-10, Xavier Bru de Sala, lavanguardia