´¿Dónde estaba Zapatero?´, Ramon Solsona

Soy catalán, lo siento. Les juro que yo no quería, pero esas cosas vienen como vienen, qué le vamos a hacer. Uno tiene que pechar para siempre con la tierra donde vio la luz, con la lengua que mamó y con toda la historia que arrastran sus paisanos.

Ser catalán no es delito, pero sí una culpa. Antes nos perdonaban con la conllevancia, pero hoy ya somos abiertamente insoportables. Jordi Pujol lo ha expuesto con ejemplos del ámbito deportivo. Dijo que a algunos deportistas de élite se les sugiere que no hagan ostentación de su catalanidad si no quieren perder una beca o un patrocinio. Pero no sólo en el deporte. Se nos sugiere en todas partes. Cuando Elisabeth Rodergas, de nombre artístico Beth, participaba en el concurso televisivo Operación Triunfo,los responsables del programa le sugirieron que no hablara por el móvil en catalán porque eso molestaba a los espectadores no catalanes. A mí también me han sugerido que en la edición en castellano de una novela mía no se mencionara que estaba traducida del catalán. Y he comprobado que empresas de aquí omiten el pecado original de su origen cuando expanden el negocio por España. Más de una tiene una oficina en Madrid sólo con una secretaria y un teléfono, lo justo para ocultar lo inconfesable.

Si usted tiene, como yo, la desgracia de ser catalán, debe andarse con tacto y mano izquierda. No ponga a los demás en la penosa obligación de sugerirle que lo disimule. Fíjese en qué le ocurre al pobre Rodríguez Zapatero, que vino al mundo en el seno de una familia leonesa. De León fue otro Rodríguez, más conocido como César y apodado el Pelucas (porque era calvo), cuya fama de goleador insaciable con la camiseta azulgrana sembró aquella tierra de un fervor barcelonista que todavía perdura. El niño José Luis Rodríguez Zapatero podía ser tranquilamente del Barça, pero cuando creció y llegó a presidente de Gobierno la fe azulgrana se convirtió en un problema gordo. Nunca ha venido al Camp Nou, ni en partidos de Liga ni de Champions. Ni siquiera cuando en la Copa nos enfrentamos al humilde Cultural Leonesa. Si usted fuera su asesor de imagen, seguramente le sugeriría que no se dejara ver nunca en el palco del Camp Nou. Por cada voto catalán que ganara perdería mil en España.

¿Dónde estaba Zapatero a la hora del Madrid-Barça? No fue al Bernabeu y, según están las cosas, yo tampoco hubiera ido. Los que nacimos en la posguerra estábamos habituados a la distinción entre rojos y nacionales. Los niños no sabíamos a ciencia cierta quiénes eran los buenos y quiénes los malos, pero teníamos muy claro quién tenía la sartén por el mango. Hoy la cosa anda en un guerracivilismo semejante. Cuando uno vio en el palco del Bernabeu a Esperanza Aguirre y a José María Aznar tuvo la impresión de que aquello era un feudo nacional.

Me sentí rojo hasta las cachas y recordé que la Falange gana hoy el primer asalto a la justicia porque se siente perseguida injustamente. Ver para creer. Esa Falange que en pleno siglo XXI sigue incrustada en nombres de poblaciones españolas como Quintanilla de Onésimo (provincia de Valladolid, donde nació el fundador de las JONS, Onésimo Redondo) o San Leonardo de Yagüe (provincia de Soria, donde nació el general y falangista Juan Yagüe, que comandó en 1939 las tropas nacionales que entraron en Barcelona, conocido también como el carnicero de Badajoz).Ni la democracia puede con eso. Tal como está el patio, pues, si te sugieren que no hagas ostentación de catalanidad es por tu bien. El Barça, que hace un fútbol de ensueño, sólo tiene un pero, que son las cuatro barras de su escudo. Ayer mismo, Xavier Batalla escribió en esta misma página que al juez Garzón se le podría acusar también de ser del Barça. No creo que se le haya acusado nunca de nada tan grave.

16-IV-10, Ramon Solsona, lavanguardia