´La desconfianza en los partidos´, Francesc de Carreras

Todos sabemos que los partidos son insustituibles en una democracia, sin partidos no hay libertad, eso está claro. Pero cada vez parece más evidente que los defectos de nuestro sistema político no se deben a la Constitución, a las leyes que la desarrollan o a las instituciones políticas, sino a su manera de funcionar, a la forma en que los partidos interpretan estas leyes y dirigen estas instituciones. Nuestro sistema político no es una democracia, sino una partitocracia, no gobierna el demos, el pueblo, sino que gobiernan los partidos. Y no sus militantes, y aún menos sus votantes, sino sus dirigentes y sus burócratas, sus aparatos. Cada día el ciudadano contempla asombrado los poco edificantes espectáculos de incompetencia, de abuso de poder e, incluso, de corrupción, que nos ofrecen los políticos. Sin partidos no hay democracia, pero con estos partidos tampoco.

¿Por qué se ha llegado a tal situación? Apuntemos algunas explicaciones.

En 1981 ocurrió un hecho que, visto desde la actualidad, constituye un precedente nefasto. Algunos conocidos miembros del Partido Comunista discreparon públicamente de sus dirigentes. Al año siguiente, dicho partido experimentó una espectacular bajada electoral, que fue atribuida a estas disidencias. Consecuencia: hay que acabar con las posiciones críticas dentro de los partidos, es mejor el monolitismo que la diversidad, hay que impedir el debate, quien se mueva no saldrá en la foto. Así se han ido empobreciendo los partidos: sólo han quedado en su interior los que aspiran a cargos públicos quizás porque no pueden aspirar a otra cosa en su vida profesional. Allí manda un grupo dirigente que rodea a un líder y lo protege de otras influencias, aislándolo, en muchas ocasiones, de la realidad. Los demás callan y obedecen.

Por otro lado, ello ha dado ocasión a que se formaran unos profesionales de la política con un currículo singular: empiezan su carrera en las juventudes del partido, a trancas y barrancas acaban sus estudios, si es que los acaban; de ahí pasan a cargos internos, después a la concejalía de algún ayuntamiento y, todavíamuy jóvenes, llegan a jefes de gabinete, a diputados y aun a ministros, sin otra experiencia, personal y profesional, que su ascendente carrera interna, cuyo mayor mérito ha consistido en no replicar a sus jefes. En definitiva, no han salido del cascarón del partido, no saben nada de la vida, ni son nadie sin estar arropados por su partido, al que, naturalmente, prestan ciega obediencia. Cada vez más, nuestra clase de profesionales políticos está compuesta por personas de este género. Lo advertimos enseguida al oírlos por radio y televisión: su principal argumento suele ser atacar al contrario, lo único que han aprendido de su entorno. Lamentable.

8-X-09, Francesc de Carreras, lavanguardia